“Papá, quiero ir contigo a la cancha”. Francisca Crovetto tenía tres años cuando quiso ir junto a su padre a un campo de tiro. Más precisamente al Club de Tiro de Hernán Parentini, en Calera de Tango. “Era en la parcela de un amigo, con el que al principio salíamos a cazar pájaros y después otro amigo, que tenía unas máquinas, las llevó y las instalamos en un potrero para entretenernos. También hicimos un quincho, casetas y empezamos a practicar skeet con las máquinas manuales y una cancha reglamentaria. Luego empezamos a automatizar las máquinas”, recuerda Juan Francisco Crovetto, padre de la flamante campeona olímpica en París 2024.
“Ella era mi regalona, porque es la más chica de mis cuatro hijas e iba a todas partes conmigo. Y la primera vez que fue a la cancha de tiro, le encantó y todos los compañeros tiradores la querían mucho. Eran puros hombres, aunque a veces iban las señoras. Disparábamos los días sábados y empezó a ir todos los fines de semana. Después comenzó a meterse en la cancha y se convirtió en árbitro a los seis o siete años. Se aprendió el reglamento solita y era muy estricta en las medidas de seguridad: nadie podía tener la escopeta cerrada fuera de la cancha. Era jodida”, destaca.
Un poco más grande, a los 11 años, la pequeña Francisca quiso disparar, pero la sensación no fue grata. “Le pasé una escopeta del 20, que es el calibre más chico que tenía, pero le culateó mucho y le dolió el hombro, porque ella era delgadita”, explica su progenitor.
“Papá, quiero disparar”
Al año siguiente de aquella primera experiencia, se animó nuevamente. “Le pasé una escopeta del 12, que era skeetera. Con tiros de 24 gramos comenzó a disparar y no le culateó tanto. No le dolió nada. Y empezó a hacerlo con una técnica de una gran tiradora. Ella había aprendido mirándonos a nosotros, nomás”, relata don Pancho.
“Empezamos con la Cacería de Platos, íbamos a la Quinta Región y ahí me acompañaba. Y ganaba todos los campeonatos. ¿Por qué? Porque era rápida para disparar, tanto así que le decían la ‘Mujer Metralleta’”, agrega.
La historia continuó con competencias federadas en distintos puntos del país, donde dio otro gran salto. “Recuerdo que llega Pancho Crovetto con una pioja chica de 14 años a una competencia en Curicó, a la orilla del río Lontué. Ahí la vi por primera vez. Según me dijo Francisco en esa oportunidad, había disparado algo en otras modalidades que no son olímpicas, como la cacería de platos. Me dijo: ‘Mira Pedro, esta es mi hija, le gusta esto de disparar al platillo y yo quiero que dispare el skeet internacional, el skeet olímpico. Y yo le respondí que encantado, porque estaba justo en la edad en que podía empezar a desarrollar las habilidades de coordinación y decisión de tiro. Desde el primer momento mostró interés y le gustó muchísimo el campeonato nacional, que además tenía una fecha al mes en distintas ciudades. Eso también la ayudó, porque cada escenario era distinto y eso le sirvió para enfrentar distintas condiciones”, relata Pedro González, expresidente de la Federación de Tiro al Vuelo.
El primer entrenador formal fue Ángel Marentis, histórico del tiro y responsable de la otra medalla olímpica de la disciplina: la de Alfonso de Iruarrizaga en Seúl 1988. “Le dije a Angelito que quería que le enseñara. Entonces, la probó en la cancha y le encantó cómo reaccionó. Si bien no era una tiradora innata, no le costó mucho aprender a pegarles a los platos. Además, tenía su técnica y era muy perseverante en todo”, relata Juan Francisco Crovetto.
“Desde un comienzo, porque ella era siempre muy positiva y resistente, siempre ponía el interés necesario y la preocupación de entrenar y de corregir detalles. Su personalidad era para que llegara a ser campeona. Y así fuimos ganando campeonatos sudamericanos, medallas mundiales. Y lo que no logramos en esos años, lo logró ahora en los Juegos Panamericanos y Juegos Olímpicos... Pero eso ya es mérito de su actual entrenador; lo mío es más formativo. Más que nada, la fuerza que Panchita tiene para conseguir lo que se propone es un punto importantísimo a lo largo de su carrera”, dice Marentis, con mucha humildad.
González refuta cariñosamente al experimentado entrenador. “Apenas ganó Francisca el oro, lo llamé y le dije: ‘Mira, Angelito, esa medalla tiene demasiado de ti, porque yo fui testigo de todos esos años de trabajo’”, comenta.
La primera salida del país
Poco a poco, la joven tiradora se fue haciendo un espacio en un mundo dominado por hombres, por lo que tenía que competir con ellos, con excelentes resultados. “Había muy pocas mujeres y eso la obligaba a competir con hombres en las categorías en que iba participando. Partió como cadete, después subió a la categoría C y así fue subiendo hasta llegar a la categoría AA, que es la que tiene actualmente”, describe el extimonel de la federación, quien relata los malabares que tenían que hacer para contar con participantes femeninas en los eventos.
“Cuando creamos la Copa Continental, para que tuviera el reconocimiento de la ISSF, tuvimos que hacer una figura un poco extraña. Como eran muy pocas las mujeres que teníamos en el tiro al vuelo, ya sea en la otra especialidad de fosa olímpica o de skeet, entonces, para juntar el número mínimo de cinco, hacíamos disparar también en skeet a las niñas que disparaban fosa. Lo necesitábamos para que la competencia fuera válida”, cuenta.
La prometedora figura dio el salto internacional rápidamente. Su padre detalla cómo fue su primera competencia en el extranjero, con una particular anécdota: “Me acuerdo de que yo la acompañé, tenía 14 años, y fue a Lima. No la dejaron salir porque no tenía el permiso notarial de la mamá. O sea, yo no lo llevé. Llevé el mío pensando que con eso ya estaba”.
“Así que nos fuimos en ese viaje, pero nos fuimos en uno más tarde. Entonces tuvimos que volver a la casa a buscar el permiso. Nos salió como 100 dólares más caro el pasaje, pero llegamos. Y nos estaban esperando allá. El dueño del hotel donde nos quedamos era extirador también y quería mucho los chilenos. Así que nos mandó una persona, no hicimos ningún trámite para salir del aeropuerto y llegamos al hotel como a la una de la mañana”, continúa narrando.
En cuanto al resultado, Pancho Crovetto expresa que “no le fue muy bien en el concurso, tampoco estuvo tan mal, además que era su primera salida. Después con más preparación y experiencia le empezó a ir muy bien”.
Ante la pregunta de si imaginó que su hija ganaría un oro olímpica, la respuesta de Juan Francisco Crovetto es tajante: “Sí, tanto fue así que yo dejé de disparar porque la plata no alcanzaba para los dos. Yo ya tenía cerca de 50 años ¿Y qué posibilidades tengo de salir adelante? ¿Qué tengo que estar gastando plata en mí cuando puedo gastarla en ella que tiene muchas posibilidades? Ella tenía 17 años...”.
“Con harto sacrificio de parte de ella, empezamos, porque yo no era un tipo que nadara en plata. Yo tenía siete escopetas y las tuve que vender. Las fui comprando antes que empezara a disparar a ella, porque me gustaba y tenía escopetas buenas, de buena calidad”, agrega.
Hoy, después de esa sensata decisión, la recompensa salta a la vista. Así se construyó la carrera de la primera mujer chilena en ser campeona olímpica.