El domingo, la Conmebol anunció la apertura de un expediente disciplinario en contra de Chile. La Roja caía en desgracia producto del ingreso de un peluquero a la burbuja sanitaria, una práctica que para el caso nacional fue sancionada debidamente, pero que para el de Brasil, cuyos jugadores también exhibieron imágenes con un barbero en el hotel en que estaban enclaustrados, parece que funciona de forma distinta. La entidad que rige al fútbol continental no ha comunicado siquiera el inicio de una investigación.
El ejemplo es apenas uno de las desprolijidades que han rodeado a un torneo que se organizó sobre la marcha. En el que las delegaciones comparten hoteles con pasajeros comunes que, naturalmente, no tienen por qué someterse a los cuidados. O en el que suceden, con total natural e impunidad, conductas que están expresamente penalizadas por los protocolos que la entidad que preside Alejandro Domínguez parece escribir con la mano, pero borrar con el codo a la hora de aplicar posibles sanciones.
Los protocolos establecen, al menos en la letra que se puede revisar en las plataformas oficiales de la organización, restricciones clarísimas. Una de las que se vulneró, el ingreso de personas extrañas a la concentración, está ahí, en el conjunto de recomendaciones. Pero hay más, sobre las que claramante no se ha adoptado medida alguna. Por ejemplo, está establecido que los jugadores y oficiales no podrán sonarse ni escupir en las áreas de competición, que tampoco podrán besar el balón antes, durante o después del partido y que no está permitido intercambiar camisetas, ya sean nuevas o usadas ni ninguna prenda con los rivales, compañeros de equipo o con cualquier persona. También está vedado el intercambio de banderines entre jugadores, un acto tradicional antes de los compromisos. Cada una de esas conductas se han apreciado durante el desarrollo del certamen. Y en ninguna se ha informado castigos o investigaciones.
El ejemplo de la NBA
A mediados del año pasado, la NBA dio el ejemplo de una burbuja sanitaria realizada en serio. Con protocolos claros, con medidas controladas y un lugar común. 22 de los treinta equipos que conforman ambas conferencias de la principal competencia cestera en el mundo fueron concentradas en el mismo lugar: las instalaciones de Disney World, en Orlando. No solo los planteles se quedaron el mismo sitio. También lo hicieron los cuerpos técnicos, árbitros y hasta los equipos de prensa que se dedican a la cobertura de los distintos encuentros. En total, unas 1.600 personas convivían en el mismo sitio. Todas, naturalmente, testeadas y permanentemente controladas. La cifra bajó, después, en función de las eliminaciones en el torneo cestero.
Las prohibiciones bordeaban lo castrense. Uso obligatorio de mascarillas, excepto a la hora de tres situaciones: comer, entrenar y jugar, envases biodegradables, alarmas que sonaban cada vez que se vulneraba la distancia social de 1,8 metros, pulseras para traspasar ciertos sectores, controles permanentes de temperatura y hasta un número telefónico para denunciar en forma anónima eventuales vulneraciones de los protocolos. Y, por cierto, drásticas sanciones en contra de quienes osaran abandonar la citada burbuja.
Los resultados están a la vista. Mientras imperó el sistema, en la NBA no se registraron contagios. Sin embargo, los costos también son conocidos. Para establecer y sostener el régimen se necesitó una suma estratosférica, incluso para la magnitud de las cantidades que se mueven en el baloncesto estadounidense: US$ 150 millones.