Una de las peores derrotas de la historia de la Roja: análisis a la pizarra más pobre de la era Gareca
La caída ante Bolivia desnudó el frágil presente de la selección nacional, rememorando lo sucedido hace 23 años y ese icónico partido perdido con Venezuela, rumbo a Corea-Japón 2002. El Tigre optó por modificar su esquema matriz, ese que casi nunca modificaba en Perú, buscando mayor presencia ofensiva. La apuesta fracasó. El 75% de posesión se hace un dato insulso, ante semejante exhibición futbolística.
Martes 4 de septiembre de 2001. Estadio Nacional. Eliminatorias para el Mundial de Corea-Japón 2002. La selección chilena, dirigida por Pedro García, pierde 0-2 con Venezuela. Una derrota tan sorpresiva como vergonzosa, porque sucedía algo inédito. Primer festejo de la Vinotinto en Santiago. Perder con la otrora selección más débil del continente fue el momento más icónico de una Clasificatoria del terror, acabando en el último lugar. Luego de 23 años, Chile sufre un papelón de magnitud peligrosamente parecida.
Bolivia, que llevaba nada menos que 31 años sin ganar como visita en Eliminatorias Sudamericanas, se fue del coloso de Ñuñoa con el botín completo. La Selección de Ricardo Gareca perdió. Y no solo eso: dejó muy malas sensaciones, en un camino hacia Norteamérica 2026 que se convirtió drásticamente en una quimera.
Ya sea en resultados como en funcionamiento, es evidente el declive del Equipo de Todos bajo el mando del Tigre, al cabo de ocho partidos (cinco de ellos oficiales). Pero la derrota ante el combinado altiplánico denota otra cosa, quizás más preocupante: fue el peor partido de Chile con Gareca en la banca. No solo por la calidad del rival. Y una responsabilidad mayúscula recae en el exentrenador de Perú, cuyas determinaciones para el juego despertaron una serie de dudas y críticas, en momentos clave porque la Verde es un rival directo pensando en la Copa del Mundo. Pero el técnico planteó otra visión de lo que sucedió en la cancha del Nacional, molestándose porque la prensa usaba el concepto “vergüenza”.
Desgranando el partido
Ante la obligación de un triunfo, Gareca cedió a sus principios. Se decidió a cambiar el esquema. El 4-2-3-1 es su dibujo matriz, el que más utilizó con Perú. A lo más, modificaba a un 4-1-4-1, cuando ingresaba Pedro Aquino como complemento de Renato Tapia y Yoshimar Yotún en el mediocampo. Ante Bolivia, aparentemente un adversario menor, sacrificó marca para dar (en el papel) más generación ofensiva y lanzó un 4-1-3-2. Solo Erick Pulgar en el eje, con tres volantes por delante (Darío Osorio, Carlos Palacios y Víctor Dávila) y dos delanteros (Eduardo Vargas y Ben Brereton). A eso se agregaba que los laterales se pararon bien arriba, para defender casi mano a mano con los centrales.
La lectura inicial no resultó. La propuesta pragmática de la Verde se acomodó perfectamente, ayudada con el 1-0 de Carmelo Algarañaz. Roberto Fernández fue un puñal por su banda, aprovechando la espalda de Mauricio Isla. Los dos goles bolivianos llegaron de la misma manera: con un pase atrás, por el lado derecho chileno. El DT venía nublado. En los tres días de trabajo en Juan Pinto Durán modificó el equipo. Nunca entrenó con el mismo once. En definitiva, movió el avispero, tratando de darle un viraje más ofensivo. Sin embargo, fracasó.
En la rueda de prensa posterior, Gareca analizó el planteamiento inicial y los cambios que luego introdujo: “Simplemente buscamos más profundidad desde la entrada. Vimos que a lo mejor no sincronizamos bien la contención. Tengo la posibilidad de poder hacerlo (por el cambio de Brereton) en el momento que yo quiero. Forma parte de mi trabajo. Entendí que en ese momento, en la lectura, necesitábamos a alguien más en mitad de la cancha. Intentamos ser más profundos, creo que lo ibamos logrando, pero notaba que muchas veces el equipo podía estar demasiado abierto”.
En efecto, el técnico desnudó que la estructura no le convencía y reordenó las piezas: Dávila se ubicó más cerca de Pulgar, como otro volante interior y Brereton pasó a estar abierto por la izquierda (como en la era Berizzo, más o menos). En simple, volvió el 4-2-3-1. Para ganar más control en el medio, entró Vicente Pizarro por Brereton, en un cambio que no le gustó nada al público, que lo reprobó con pifias. El rostro del chileno-inglés era elocuente: no le gustó ser reemplazado. Gareca optó por mantener a Osorio y Dávila, ambos de baja presentación.
En el segundo lapso, esa “rebeldía” ante un panorama adverso no apareció. La tibieza era la tónica. Gonzalo Tapia, quien se metió en la nómina a raíz de la lesión de Bruno Barticciotto y no se vistió ante Argentina, entró junto a Jean Meneses, en lugar de Osorio y Dávila. Si bien el delantero de la UC entró con actitud, no alcanzó para ser el revulsivo que se esperaba. El 75% de la posesión de balón que registró Chile en el partido (78% en el segundo lapso) era un dato insulso, por el desarrollo del juego. Los datos de Sofascore entregan que sumó cinco remates a portería, de un total de 19. Bolivia llegó con profundidad dos veces y anotó en ambas. Efectividad plena.
Pese a todo, Gareca quedó “conforme” con el juego. “A mí sí me gustó el equipo. Tuvimos situaciones de gol. Ví a un Chile que tuvo más ocasiones de gol que en los últimos partidos”, planteó. “Lo que más duele es la expectativa que teníamos como grupo. Me dolió porque hicimos todo como para poder ganarlo”, complementó el entrenador argentino, quien atraviesa su momento más complicado desde que llegó al país. Hoy, la Selección quedó a cuatro puntos del repechaje. Y el próximo partido es contra Brasil, en octubre, con tres bajas confirmadas por tarjetas amarillas: la dupla de centrales (Matías Catalán y Paulo Díaz) y el volante defensivo (Erick Pulgar).
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