Cuando ríe, hay algo en la boca de Naomi Osaka -aunque quizá sea en los ojos- que delata su juventud. Todos tuvimos alguna vez veinte años, pero difícilmente a esa edad la vida se nos ofrecía tan llena de posibilidades como le ocurre a esta tenista nacida en Osaka, hija de padre haitiano y madre japonesa, que el sábado recién pasado ganó su primer torneo Grand Slam, al derrotar a Serena Willliams en solo dos sets y en medio de un escándalo de proporciones por los reclamos de la exnúmero 1 del ranking de la WTA.

Hace solo cuatro años, Naomi estaba muy lejos de los lugares de vanguardia que hoy ocupa -luego de vencer a la norteamericana entró el top ten, ubicándose en la casilla 7 del escalafón mundial-, pero ya comenzaba a dar que hablar. En el torneo de Stanford, en 2014, sorprendió a todos al derrotar -con solo 16 años y rankeada en el puesto número 406- a la experimentada australiana Samantha Stosur en tres sets. Su progresión se hizo evidente, al punto que ya en 2017 logró colarse entre las 50 mejores jugadoras del mundo. Con todo, este año le ha reservado sus mejores momentos en el circuito al hacerse de la final de Indian Wells -fue la tercera campeona no cabeza de serie después de Serena Williams (1999) y Kim Clijsters (2005) en conquistarla- y al ganar, hace pocas horas, el Abierto de Estados Unidos.

Concentrada, fuerte -en los golpes y en el espíritu- y dueña de un juego agresivo, la japonesa no tuvo problemas para repetir la victoria que ya había conseguido en el Abierto de Miami de marzo de este año, cuando dejó fuera de carrera en primera ronda a Serena, ganándole en solo 77 minutos y dos sets: 6-3 y 6-2. Ahora debió emplear 79 minutos para doblegarla por 6-2 y 6-4.

Naomi ha dicho que la victoria ante Williams -a quien admira y en quien se inspiró para construirse a sí misma como una tenista de élite- es un sueño hecho realidad y que aún no tiene conciencia absoluta de lo que acaba de pasar. Sin embargo, su victoria es la metáfora perfecta de quien está llamada a convertirse en una de las grandes figuras del circuito de la WTA. No solo ha vencido a su máximo referente tenístico, sino que lo ha hecho en su país y en el torneo que le abrió las puertas a Serena para escribir su propia leyenda -en 1999, derrotaba a Martina Hingis por 6-3 y 7-6-. Es más, la coronación de Naomi se da en el abierto que le dio las más grandes alegrías a la tenista nacida en Michigan, el mismo que se adjudicó en seis oportunidades.

Si lo anterior no es motivo suficiente como para pensar que Naomi Osaka ha comenzado a escribir su leyenda en el tenis mundial, cuando menos habrá que asignarle la condición de ser una de las piezas clave del recambio tenístico junto a otras deportistas como la letona Jelena Ostapenko (#10) o la rusa Daria Kasatkina (#13) que, con solo 21 años, van postergando los afanes de sus compañeras mayores.

Es el ciclo inevitable, la ley de la vida, una regla no escrita que, quién sabe, en el otro extremo de la cuerda la legendaria Serena Williams se niega aceptar. A sus 36 años ha protagonizado uno de los momentos más bochornosos -si no el más- de su carrera. Y si bien le queda cuerda para rato, el último sábado pareció protagonizar la escena de un cambio de mando en el que la mujer que estuvo 300 semanas como número uno del mundo le entregaba el testamento a la chica que tiene la juventud prendida a la boca (o a sus ojos).