Iquique y Unión Española venían de ganar y de remontar levemente en la tabla de posiciones. Habían roto rachas negativas y comenzaban a escapar de la parte baja de la tabla. En el caso del equipo de Santa Laura, además, el triunfo sobre O'Higgins suavizaba el delicado momento interno que atravesaba Martín Palermo. Los rojos volvieron a festejar. Con lo mínimo. Con un gol solitario en la segunda ocasión que se había generado en la primera etapa. En rigor, un balón detenido: un tiro libre servido por Pablo Aránguiz, que fue conectado con la cabeza por el argentino Ramiro González.
Unión volvía a sus raíces. Al menos a las que plantó Palermo cuando llegó a la Plaza Chacabuco. Volvió a ser un equipo pragmático, pero letal cuando lo necesitó. De hecho, la primera ocasión había tenido a los mismos protagonistas y la misma búsqueda: la vía aérea.
Iquique partió siendo protagonista. El equipo de Miguel Riffo presionaba constantemente a los volantes hispanos, principalmente a Aránguiz, la referencia creativa del equipo de Independencia. Pero la expulsión de Hernán Lopes, por un codazo a Sebastián Jaime, empezó a echar por tierra el plan. Riffo tuvo que incluir a Matías Blázquez, pero el damnificado fue Gonzalo Bustamante, el jugador que aporta las ideas en el mediocampo nortino. El gol de González, en los 44', añadió una dificultad adicional que resultó, finalmente, insuperable.
En la segunda etapa, los Dragones Celestes buscaron. Se vieron más agresivos. Los obligaba la necesidad de sumar. No tenían ideas pero, como a Unión le expulsaron a Pavez, contaron con espacios para llegar. Pocas veces lo hicieron bien.Y siempre chocaron contra un muro. El renacido muro de Palermo.