Destilando módulos de perfeccionamiento que nos regaló el Mundial de Rusia 2018, se encuentran dos elementos del juego que para muchos entrenadores son intransables para poder competir: la intensidad y la velocidad de juego con que se desplaza un jugador y cuán rápido se administra la pelota para agilizar las jugadas.

La intensidad es perfectible, mediante un trabajo sostenido y dirigido a mejorar esta cualidad de manera colectiva, donde resalten todas las sesiones que tengan relación con los duelos, recuperación rápida de la pelota y entrenamientos anaeróbicos.

La velocidad en el juego tiene dos elementos fundamentales. El primero se encuentra vinculado con las cualidades físicas y genéticas del futbolista y dice relación con cuán rápido se desplaza un deportista de una posición a otra. La segunda variable de velocidad tiene relación con la administración rápida de la pelota. Esta es monopolio de los jugadores talentosos que tienen la habilidad de resolver el destino de la jugada antes de que la pelota les llegue a sus pies. Son los que piensan antes la jugada, los adelantados.

Este Colocolo de Tapia prescinde del ritmo vertiginoso, la propuesta no se expresa en la cancha por el elemento de la alta intensidad de juego, sino que más bien se enmarca en un equipo que juega en base a cambios de ritmo en ataque y reagrupación masiva para defender.

La cualidad más llamativa de los albos, y donde Colo Colo saca ventaja, es en cómo aligera el juego anticipando el destino de la pelota antes de que ella entre en contacto con el zapato del jugador. El equipo albo posee en todas sus líneas jugadores con esta destreza de resolver antes, sobre todo pensando en que la velocidad del fútbol se encuentra vinculada con la precisión de los pases.

Colo Colo robustece y concentra su juego por el callejón del centro de la cancha y se licúa por las bandas, pues, salvo Opazo, carece de velocidad para romper por los costados de manera permanente. Su ritmo pausado y cansino permite a los equipos rivales reagruparse de manera masiva y esperarlos de frente.

Tapia no comulga mucho con la recuperación alta, anticipando que esta tendencia se encuentra de baja, tal como se demostró en la última Copa del Mundo. En cambio, adhiere a retroceder achicando espacios por la sobrepoblación de jugadores en torno a Orión, sostenido por tres centrales de rendimiento superlativo para el medio nacional: Barroso, Zaldivia e Insaurralde.

Imposible no reparar en la gran categoría de Jorge Valdivia, sindicado por muchos como el último 10 clásico de nuestro fútbol. Los truquitos del último mago que existe en Chile hacen que con un par de pinceladas y movimientos de cintura transforme las promesas de buen fútbol en pases geniales, certeros y de gala.

Lucas Barrios sigue con su técnica intacta en la definición, perfeccionada con su eterno romance con la redes contrarias. Confabula en cada mirada su cercanía con Paredes, es colectivo y entiende el juego asociado como pocos. Su presente físico es otro cuento, aún se encuentra lejos de su mejor versión, se le observa lento en sus desplazamientos, evitando la recepción de pelotas al espacio. Las prefiere casi todas al pie.

Pese a que Colo Colo ha superado a sus rivales, con rendimientos que se ajustan a lo ocurrido en cancha, la sensación ambiente es que todavía le falta rodaje, ritmo y aceleración. Hace todo bien, pero con un cambio menos para la exigencia internacional.

Aparece Corinthians en el horizonte, pero tranquilos colocolinos, el Mago amenaza con el truco que lo ha hecho famoso: jugar siempre bien cuando el estadio se encuentra lleno y descoserla contra equipos brasileños.