Cuando Conor McGregor hizo la señal de rendición a los tres minutos del cuarto round, Khabib Nurmagomedov quería seguir ahorcándolo. Al ruso la victoria no le satisfacía, mucho menos le interesaba celebrar el hecho de seguir imbatido. Su único deseo era derramar sangre, humillar al irlandés y cobrarse venganza por agravios pasados. O eso quería hacer creer, con el público enfervorizado, en beneficio del negocio-espectáculo.
De ahí la razón por la que Nurmagomedov, inmediatamente después de que el árbitro lo separara y diera como ganador, saltó del octágono para repartir patadas y combos en las graderías a los amigos de McGregor, cual orate prófugo de un manicomio. Y mientras desataba el caos en la primera fila del T-Mobile Arena, tres de sus compañeros subieron al ring para golpear al irlandés por la espalda y terminar de manchar un poco más el nombre de las artes marciales mixtas.
Era la pelea más importante de la historia del Ultimate Fighting Championship, la que en cinco rounds de cinco minutos representaría toda la popularidad que las MMA han alcanzado a nivel mundial. US$ 170 millones en ganancias por el pay-per-view, más 17,2 millones de dólares solo por venta de entradas, para una noche de sábado donde el dinero y la vergüenza fueron los protagonistas y en la que no hubo rastro de valores deportivos.
Esta millonada es la que arroja más tierra a un espectáculo de primeras poco creíble. Actualmente McGregor no es el campeón, mas sí el responsable de convertir a la UFC en la mayor empresa de MMA del mundo. The Notorious, sirviéndose de polémicas, provocaciones e incluso delitos, consiguió una legión de fanáticos recalcitrantes que idolatran su estilo irreverente y profesan odio a todo aquel que ose desafiarlo. Y con los seguidores llega la plata.
Por eso no extraña que Dana White, el presidente de la UFC, no condenara del todo al irlandés cuando el pasado 5 de abril lanzó un carrito de metal al bus que transportaba a Khabib, dejando a tres personas en el hospital. McGregor fue acusado de tres cargos por asalto y uno por vandalismo, de los que se libró tras declararse culpable por conducta inapropiada. Desde la UFC no cayó sanción alguna. En cualquier otra disciplina, McGregor habría sido suspendido o incluso expulsado. Pero White -quien fue casi su guardespalda durante la farsa con Mayweather- decidió darle la oportunidad de llevar a cabo otra pantomima.
Por lo de ayer, ante 20.034 espectadores, tampoco habrá mayores castigos. Entre otras cosas porque del mal proceder, el beneficiado, quién sabe si el impulsor, es la propia UFC. "No puedo asegurar al 100% que Khabib siga siendo el campeón. La investigación la está llevando la Comisión Atlética de Nevada. Puede haber sanciones, multas, suspensiones… podemos imaginar de todo", señaló un ambiguo White tras la pelea. Los dos millones de dólares que le correspondían a Nurmagomedov por la victoria están retenidos por la Comisión. ¿Los de McGregor? Entregados sin inconvenientes a su propietario.
Con el morbo por las nubes, los fanáticos ya quieren una segunda versión del show, que acertadamente se publicitó como Mala Sangre. ¿Los productores? Aún más, teniendo en cuenta que su creación ya dio la vuelta al mundo acompañada de cheques abultados y palabras de escándalo.