El 5 de abril, los árbitros chilenos adoptaron la decisión más drástica que se le recuerde al gremio referil. Reunidos en asamblea, la mayoría votó una histórica paralización de actividades. Recurren a un eufemismo para comunicarlo. Hablan de ‘estado de reflexión’, quizás como un intento de suavizar la tensión que produciría la determinación. En lo que no vacilan, hasta ahí, es la exigencia clave para entender las turbulencias: exigen la salida de Javier Castrilli de la testera de la Comisión de Árbitros y el reintegro de los 14 jueces que el argentino había despedido. Poco antes había estallado el escándalo. Un audio publicado por la radio ADN registraba a Francisco Gilabert comentando presuntas presiones de parte de la Comisión de Árbitros para beneficiar a Huachipato con un penal en el partido que definía la permanencia de los acereros en Primera División o, eventualmente, el ascenso de los atacameños. La investigación encabezada por el Oficial de Cumplimiento de la ANFP, Miguel Ángel Valdés, concluiría, esta semana, que todo era un montaje para desestabilizar a Castrilli. La operación había funcionado, virtualmente, a la perfección, pero terminó derrumbándose.
Sin embargo, más allá del enredo posterior, esa misma votación entregaba un indicio poderoso de que lo que menos existía era unidad. Si bien hubo 102 sufragios en favor de la medida de presión, los que constituyeron la mayoría suficiente para aprobar la huelga, las 54 abstenciones que se registraron daban cuenta de un colectivo que tiene fisuras. “Hubo 54 abstenciones que son una señal. Como en todo orden de cosas, siempre hay gente leal al gobierno de turno. Y hay otra disconforme con la gente que dirige”, planteaba a El Deportivo el juez Felipe González, uno de los voceros y, además, integrante de la comisión negociadora que se había conformado para entenderse con la ANFP.
González se esforzaba, eso sí, en reflejar una imagen de cohesión. “Grupos marcados, no. Nunca lo sentí así. Hay afinidades con unos u otros. Al menos yo no lo noté. La carga la llevan los internacionales y después están los de Primera. Bascuñán y Tobar, que despiertan admiración entre los más jóvenes, tienen el mismo voto. En la asamblea se considera a todos por igual”, sostenía.
Referentes distantes
En efecto, la mención a los principales referentes de la actividad referil en Chile, los ya mencionados Bascuñán y Tobar, da cuenta de la relevancia que les asignan sus colegas. Entre ellos, sin embargo, la relación es distante. Estrictamente profesional. “No se llevan mal, pero no se pescan mucho”, grafica un conocedor de la convivencia de los encargados de aplicar el reglamento en el fútbol chileno. Sobre Tobar hay, derechamente, indicios de que le tienen envidia y recelo. Primero, porque está en un nivel distinto, que le permite acceder a los mejores eventos y, por consiguiente, obtener los mayores ingresos. “Arbitra una final y puede perfectamente cambiar el auto”, dice un juez en actividad, medio en broma, medio en reproche. También, porque Castrilli no vaciló en reconocerlo como el mejor de los chilenos y uno de los tres mejores en Sudamérica. El transandino llegó a decir incluso que lo prepararía para convertirlo en su sucesor en la Comisión. No a todos les cayó bien tanta cercanía.
Bascuñán, en cambio, no era santo de devoción para Castrilli. Basta decir que el transandino lo incluyó en la lista de jueces que fueron despedidos por la ANFP, aunque la salida del Sheriff y la decisión de deponer el paro lo repusieron en la nómina.
La división entre ambos referentes del arbitraje chileno tampoco es casual. Los pergaminos de ambos los sitúan en la primera línea de preferencias para asumir la Comisión, que, por ahora, está a cargo de Jorge Díaz, Patricio Basualto y Juan Reyes. Han sido ellos quienes han realizado las designaciones desde que Castrilli dejó el puesto. Tobar recibió la ‘bendición’ de Castrilli. “Vengo a preparar a Roberto Tobar para que sea mi sucesor”, declaró el entonces jefe a El Deportivo, en octubre, a apenas diez días de asumir y sin siquiera sospechar la revuelta que tendría que afrontar. Por contraparte, Bascuñán cuenta con el respaldo de la mayor parte de sus colegas. Esa facción hay que buscarla en los votos que decidieron la huelga. El más cercano, en su caso, es otro de los que Castrilli pretendía defenestrar: Piero Maza.
Sin embargo, hay quienes postulan que ese ambiente de división fue generado por la Comisión que lideraba Castrilli. “La Comisión nos quiso dividir y lo van a querer seguir haciendo, porque les conviene tener un gremio dividido. Antes de votar el paro, la Comisión llamó a cada árbitro para saber qué iban a votar, en una práctica abiertamente antisindical. Quizás, los muchachos que no votaron lo hicieron por miedo. Hay unos más cercanos y amigos de otros, porque son compañeros de curso, subieron juntos o entrenan juntos. Pero mala onda o bandos por Roberto y Julio, no”, intenta aclarar un juez que, frente al complejo escenario actual, pide reserva de identidad.
Los fantasmas
Detrás de Bascuñán no solo están sus colegas. Hay también quienes consignan la fuerte influencia que sigue generando Jorge Osorio, el jefe de los jueces que antecedió a Castrilli, quien sigue ejerciendo como jefe de la carrera en el Instituto Nacional del Fútbol, INAF. Según fuentes del referato, Osorio también presiona desde el sindicato de árbitros, la entidad que alguna vez presidió. El ruido también aumenta con la presencia del exjuez Eduardo Gamboa, padre de dos réferis en actividad: Nicolás y Diego. Al otro, su homónimo, lo marginó Castrilli. Todos han ejercido funciones en los últimos fines de semana, con el consiguiente beneficio económico.
Hay más fantasmas que alteran la convivencia interna. El enredo que armó Francisco Gilabert, desarticulado por la investigación de Valdés, instaló otra convicción: que habían sido engañados. A Felipe Jerez, quien, acorralado por las evidencias, terminó entregando un testimonio clave para esclarecer la conspiración, lo apuntan por haber perjudicado a un amigo, con el que habían compartido el origen en el referato, aunque las capacidades de cada uno los fueron distanciando en la progresión de sus carreras. Hay otro vínculo potente que termina dañado: el padre de Jerez había sido instructor de Gilabert. De esa condena surgió otra acusación clave: que el boicot a Castrilli había sido ideado por Jerez, Felipe Jara y Cristián Droguett. El último de ellos era uno de los tres designados para conducir las negociaciones con la ANFP , en el período más álgido de la crisis, con el paro ya votado. El martes renunció, por escrito, a esa responsabilidad.
Jerez suma repudio entre sus pares. “Con lo de los audios, se arrancó con los tarros, nomás. Y se ensució todo. Los 14 árbitros fueron despedidos en una práctica antisindical brutal, que aún está en investigación, pero para la gente todo está metido en el mismo saco”, explica un árbitro. La gravedad de los acontecimientos llevó a instaurar la idea de establecer un Comité de Ética. El problema es que la nueva directiva sindical de los jueces ni siquiera está constituida, pues las elecciones están programadas para el 10 de mayo.
El propio Castrilli tuvo que convivir con fantasmas internos. Apenas constituyó su Comisión, con Osvaldo Talamilla y Braulio Arenas como laderos, fue advertido de que ambos podían generarle problemas. El primero, por razones económicas. El segundo, por cuestiones técnicas. Castrilli los defendió a muerte. Respondió que si le tocaban a uno, renunciaba. A Arenas, por ejemplo, le elogiaba la capacidad para detectar talentos y a Talamilla lo blindó, pese a que lo cuestionaban por frenar el progreso de las mujeres. Pese a todo, jamás dudó de sus asesores. Y se fue con ellos, claro que en un escenario muy distinto al que involucraba su advertencia.