Todo empezó al filo de la medianoche. Gonzalo Collao, arquero de la Selección, tomó su celular y compartió una fotografía, a modo de despedida, del último entrenamiento de la Roja en tierras murcianas. Una foto grupal, de equipo, en la que los futbolistas posaban sonrientes para la cámara sobre el césped de la Manga Club.
Pero lo que en un principio había sido concebido como un bonito recuerdo de una semana de concentración en el sureste de España, no tardó en volverse confusión. La práctica a la que correspondía la foto había dado comienzo con 20 integrantes, pero en la imagen subida a las redes figuraban solo 19. Faltaba uno. Y ese uno era Arturo Vidal.
Minutos más tarde, Miiko Albornoz, primero, y Mauricio Isla, después, se hacían eco en las redes de la misma fotografía, multiplicando al hacerlo la ausencia de un Vidal que había empezado el entrenamiento junto al resto del grupo, pero que por algún motivo no figuraba en la imagen.
La sombra de una hipotética lesión, de una espantada de última hora, comenzaba a hacerse palpable. Vidal, un prócer de las redes sociales, el hombre que compartía imágenes grupales al principio de la concentración dando a entender la unión que imperaba en el grupo, era ahora el único ausente.
Se le había visto completar las secuencias y transiciones de que constó la primera parte del entrenamiento. También cabecear las jugadas ensayadas que se practicaron durante la segunda mitad, pero a la hora de los penales -quién sabe si por una negativa a enfrentarse desde los doce pasos a Claudio Bravo- había desaparecido, se había esfumado sin más. Las especulaciones no paraban de crecer.
30 minutos más tarde, el departamento de comunicaciones de la Selección se pronunciaba al respecto. Vidal se había marchado al gimnasio minutos antes de que en la cancha de entrenamiento estallase el flash. En una semana tan movida, con tantos sobresaltos, cuesta esfuerzo fiarse incluso de una inocente foto grupal.