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En el campo el verbo cebar tiene dos acepciones principales. Por un lado, lo usan para referirse al acto de preparar la hierba y dejar que el agua hervida cumpla su función en la elaboración de esa bebida que todos conocemos como mate. La otra alude a esa suerte de enviciamiento de los depredadores con el ganado o los animales de crianza que -habiéndose alimentado de uno- los lleva a atacarlos una y otra vez, como una verdadera pulsión. De ahí la preocupación de los campesinos cuando un puma -u otro depredador- se ceba con un animal: saben que será inevitable que vuelva por otra presa las veces que su instinto lo demande y que no se arredrará aun cuando advierta el riesgo de su propia muerte.
El sábado, La Roja volvió a las canchas luego de la lastimosa despedida de las eliminatorias mundialistas. La debacle que vivió el plantel puertas adentro tuvo su correlato en esas últimas fechas donde empeñó puntos que nunca debieron estar en discusión. Terminamos tristes, enrabiados, dolidos, viendo cómo la fiesta era ajena, condenados a mirar, después de 12 años, una Copa del Mundo por televisión.
Por eso, el inicio de esta nueva etapa tenía un sabor especial. Chile volvía a ponerse en órbita con lo más selecto del fútbol internacional, enfrentando a un país que no sólo estará en la Copa del Mundo de Rusia sino que además carga a sus espaldas una historia larga de éxitos y buenas presentaciones: Suecia.
Ciertamente no es lo mismo que estar participando en un Mundial, pero, dadas las circunstancias, el partido ante Suecia, lo mismo que el amistoso con Dinamarca, es lo más cerca que podremos estar de Rusia 2018. En esa vena, ambos partidos se presentan como una buena vara para terminar de dilucidar si Chile tenía o no tenía fútbol como para haber desembarcado en una Copa del Mundo por tercera vez consecutiva. Y claro, después de la desazón de las últimas fechas eliminatorias, agravada por los dimes y diretes que generó el desistimiento de Claudio Bravo de participar en estos dos compromisos, nadie se atrevía a esperar demasiado. Sin embargo, cuando menos en el partido del sábado, el equipo jugó por momentos a gran nivel. No sólo hizo buen fútbol, también cosechó una victoria a domicilio que permite al técnico Rueda comenzar su ciclo con el mejor pie posible.
Demás está decir que a La Roja le sobraban argumentos como para estar en Rusia. Que quizá tenía más peso futbolístico que algunas de los países que terminaron ganando una de las vacantes de la Conmebol. Pero claro, eso ya es agua pasada. Lo verdaderamente importante es el trabajo interno al que debe abocarse Rueda para evitar que los conflictos que pueden originarse en el grupo terminen pasándole la cuenta al juego de la selección en la cancha (eso y el encontrar los relevos adecuados para ir allanando el recambio generacional).
Quiero pensar que este grupo humano todavía tiene hambre de conquistar títulos. Y aunque para algunos el reloj biológico comience a pasarles facturas, el hecho de volver al circuito mundial quizá obre de la misma manera que el ganado en los depredadores: que se ceben con las victorias, que sientan la imperiosa necesidad de volver a una cita mundialista -aunque varios de ellos terminen jubilando en el intento-, que movilicen a todo un país detrás del único sueño colectivo que es capaz de unirnos a todos sin distinción. ¡Catar, allá vamos!
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