Es jueves 15 de agosto y Yasmani Acosta regresa después de varios meses al CAR, su lugar de entrenamiento y donde metros más allá reside. Todos lo reconocen, lo abrazan y le dicen que siga así. Con mucha humildad y con la medalla de plata que obtuvo en los Juegos Olímpicos colgada en el pecho, el luchador de 36 años tiene motivos de sobra para estar feliz. Uno de ellos se produjo esa misma mañana, con la noticia de que alcanzó por primera vez el número uno del mundo de la lucha grecorromana.
“Me desperté hoy a la mañana y vi que soy el número uno del mundo. Verlo es esfuerzo, mucho trabajo, mucho trabajo de los entrenadores. Hay muchas personas detrás de un logro así. Entonces, es rico que se dé todo. Son dos hitos muy importantes: la medalla y el número uno. Es algo que disfruto, lo que estoy viviendo ahora es algo lindo”, dice con bastante emoción.
¿Cómo dimensiona la medalla que consiguió con el paso de los días?
Estando en los Juegos Olímpicos uno no lo dimensiona tanto hasta que llegas aquí. Porque tú no ves noticias, no ves la tele, no ves nada. Y no sabes qué tantas dimensiones alcanzó. Pero una vez que llegas a Chile y ves que todos te están esperando, que todos te reciben así, todos te conocen, todos quieren una foto, todos quieren saludarte, ahí empiezas a tomar un poquito más el peso a lo que recibes aquí. Ayer mismo había un partido aquí en el Estadio Nacional y, saliendo, me conoció alguien y todos me empezaron a pedir fotos. Fue increíble...
¿Qué cambió desde ese bronce de Santiago 2023 a la plata en París?
Cambió todo. Lo primero fue la preparación, que fue un poco más extensa. No tuve tanto déficit para el entrenamiento y eso me ayudó a llegar preparado a los Juegos Olímpicos, que era el evento fundamental del año.
Para los Panamericanos se preparó mayoritariamente en Chile, donde no hay muchos rivales para entrenar...
O sea, salí a entrenar afuera, pero pasé mucho tiempo en Chile sin parada de entrenamiento y eso me pasó la cuenta, porque al final en tres meses tenía que hacer lo que hacían mis rivales en 10. Mis rivales llevaban 10 meses con paradas de entrenamiento y yo tres. Entonces, el resto del tiempo teníamos que estar aquí haciendo preparación física, corriendo, haciendo pesas.... Y al final, cuando uno sube a un colchón, no hace pesas, ni corre. Es un déficit de movimiento, porque los movimientos me salen perfectos aquí, pero con una pareja que pesa menos que yo, y cuando tengo que hacerlo con alguien de mi peso, empiezan los errores y los problemas. Yo mismo me digo “por qué no me sale, si yo me paso el año entero haciéndolo bien”. Y ahí empiezan los choques con la realidad. Es como que tú quieras hacer que un nadador piense en cómo nadar y después que haga lo que pensó en una piscina sin haber practicado. Es algo similar a un futbolista sin pelota. O sea, un luchador sin parada de entrenamiento.
Y por eso decide prepararse afuera para los Juegos Olímpicos...
Toqué muchas puertas. Llegué a todos lados, al IND, al Comité Olímpico, a mi federación, a mi entrenador, todos los días hablábamos... Yo venía para acá todos los días y me pasé un mes o dos lanzando los muñecos. Todos mis compañeros estaban con paradas el entrenamiento y yo lanzando los muñecos. Entonces, eso igual me desmotivaba. Pensaba: “Pero, ¿cómo? Si yo fui uno de los atletas más destacados de los Juegos Olímpicos de Tokio y soy posibilidad real de medalla en París, ¿cómo voy a estar aquí lanzando los muñecos? Y el tiempo corre y mis rivales están muy bien preparados”. Estaba un poco angustiado porque el nivel en Europa es muy fuerte y sentía que estaba contra el tiempo.
¿Qué le planteó al Presidente Boric cuando lo recibió en La Moneda?
Compartimos, hablamos, hicimos algunas bromitas, cosas así. Nos llevó a recorrer el palacio, partes que no conocíamos, y nos preguntó cuál era la visión que teníamos para poder ayudar al deporte y qué había que hacer. Yo le comenté que hace cuatro o cinco meses le había mandado unas propuestas para mejorar el deporte a Sebastián Keitel. Le dije que por ejemplo se podría crear un centro de entrenamiento en altura y así no tener que ir a ningún país a prepararnos. También le dije que la base de todo parte desde los colegios. Y para eso sería ideal crear colegios deportivos, donde los niños estudien y entrenen.
¿Cómo fueron sus comienzos?
En Cuba comienza todo cuando un profesor de educación física pasa por los colegios e intenta llevarte para su deporte. Te dice “oye, ¿quieres ser luchador? Te espero a las cuatro de la tarde cuando se acabe el colegio”. El profesor coge seis, siete niños y se los lleva para el colchón y ahí les empieza a enseñar lucha, para que el niño se motive, se enganche y al otro día quiera ir...
¿Qué sucedió con usted en ese momento?
Sucedió que llegó un entrenador de fútbol y se llevó a todos mis amiguitos del barrio con los que siempre jugaba después del colegio. Pero yo recuerdo que ese día estaba enfermo y no fui al colegio y el profesor nunca pudo verme. Y al día siguiente, voy a jugar con mis amiguitos y unos están en el terreno de fútbol. “Pero, ¿cómo? Ah, ya, entonces yo también quiero ser futbolista porque yo también quiero jugar con ellos”, dije. Fui, me sumé al equipo y me querían para arquero porque era grande, pero me aburría porque casi no tocaba el balón. Duré como una semana.
¿Y qué pasó después?
Al lado del terreno de fútbol estaba el de béisbol. Ahí estuve un poquito más, porque el béisbol es un poquito más movido y estuve como un mes. Del béisbol me pasé al boxeo, como tres meses. Tenía de ocho para nueve años. Y luego me pasé a la lucha, porque tenía un primo que era luchador y me preguntó si quería ir al gimnasio con él. Había que hacer preparación física, pesas. Lo acompañé y me quedé.
¿Tuvo que enfrentar bullying en esos años?
Nosotros le decimos dar chucho. Es como molestarte o decirte un sobrenombre. Entonces, sí, existe. A mí me decían Hulk o Mamut, porque era grande, pero yo siempre tuve bastante paciencia. Las personas altas generalmente tienden a ser un poco más pasivas y más tranquilas. Los chiquitos son más hiperactivos. Entonces me molestaban así. Creo que una o dos veces empujé a un niñito. Tenía mi edad, pero al lado mío eran niños. Entonces, lo miré feo y lo empujé como dos veces más y ya. Eso yo lo hacía cuando me molestaban tres horas, porque ya no aguantaba más y ahí reaccionaba. Pero uno con el tiempo se va adaptando.
Más grande también tuvo que cultivar la paciencia cuando trabajó como guardia.
Sí. Ya era un poco más difícil, era más adulto. Tenía más madurez y trabajar de guardia de seguridad en una discoteca, donde hay muchas personas con alcohol en la cabeza, es difícil. Se creían el cuento, porque era dueños de muchas cosas. Decían cosas feas como “yo tengo a mi papá que es abogado y mi mamá no sé qué y te voy a sacar del país”. Cosas así como bien arrogantes. Pero nada, uno lo mira y en realidad se ríe. Porque él ni me conoce, no sabe que yo lo empujo y con un dedo lo siento en el suelo. Hubo uno que se me encarnó y me dijo negro cul... Él quería pelear y tuve que sacarlo.
¿Cómo lo hacía en esos casos?
Los sacaba de la discoteca para que no pelearan. Les decía: “Yo ahora mismo te tengo una envidia: la cantidad de mujeres lindas que hay aquí y tú peleando con un hombre. Anda a pelear a un ring, mejor. Aprovecha la discoteca, pásala bien”. Y cuando se calmaban un poquitico, les decía “te dejo pasar, pero con la condición de que tengo que verte bailando con dos o tres mujeres, si no, no te dejo pasar”. Y se echaban a reír. Con ese chico intenté, me decía que quería pelear conmigo. Entonces, le dije “tú a mí no me conoces y no me durarías ni cinco segundos”. Después me reía nomás. En el Grupo de Seguridad Olímpica, que fue como mi familia y que me acogió, teníamos un código en el que si te veían algo alterado, porque alguien te insultó, te sacaban para bajar los niveles y el otro atendía a esa persona. Gracias a ese trabajo pude pagar arriendo, comida, traslados. Habíamos luchadores, judocas y después se fueron sumando más deportistas.
Andrés Ayub contaba que lo tuvo que esconder en un motel cuando usted decidió a quedarse en Chile.
Yo estaba muy nervioso y recuerdo que le escribí a Ayub para que me pasara a buscar al hotel. Eran como las 2 de la mañana y me llevó a un motel. Me dijo “entra solo tú, porque si entramos los dos van a pensar que somos pareja; yo te paso a buscar mañana”. Yo creo que la gente lo conocía, porque cuando pasé escuché algo de Ayub. No sé si porque era cliente o salía en la tele. La cosa es que entré al motel y al otro día pasó a buscarme. De ahí me cambió todo...
¿Pudo dormir esa noche?
No pude dormir nada, con mi cabeza pensando qué iba a pasar conmigo.
Esa decisión le cambió la vida...
Me cambió la vida, pero en el momento es incierto porque tú dices: “¿Qué va a pasar? ¿Realmente fue buena la decisión qué tomé? ¿Realmente está bien lo que hice?”. Hay mucha incertidumbre, muchas dudas, pero si yo pudiera hablar con el Yasmani de ese tiempo, que quería quedarse en Chile, le diría “hazlo y no te arrepientas de nada”.
¿Cuánto tiempo proyecta su carrera?
Me gustaría irlo viendo a paso a paso. Tengo como referente a mi ídolo del deporte, Mijaín López, que enfrentó su último Juego Olímpico con 41 años. Además, los pesos más grandes pueden durar un poquito más. Así que me proyecto a los próximos Juegos Olímpicos, ojalá no pase por ninguna lesión y llegue físicamente bien, porque me gustaría llegar con las mismas condiciones y con las mismas opciones de medalla.
Entonces, lo lógico sería ir por el oro...
Como deportista y persona siempre me exijo bastante y soy muy autocrítico, que es lo que me impulsa a seguir creciendo. Siempre que gano un combate, pienso en que podría haberlo ganado mucho más tranquilo, con mucha más diferencia; y si pierdo, que podría haberlo ganado. Entonces, es lo que me hace seguir creciendo. Y si ahora tengo la medalla de plata, ¿qué me falta? La de oro. Siempre esa forma de pensar ha hecho que yo pueda seguir creciendo y pueda seguir evolucionando un poco más.
¿Cómo se explica que siendo medallista tuviera que volverse en clase económica?
Es duro. Las rodillas molestan, duelen y tengo que estarme parando y caminar, porque con mis dimensiones es difícil. Más allá de que sea turista o no, lo que importa son las dimensiones para poder viajar con comodidad. Ojalá eso cambie y pueda viajar más cómodo porque influye mucho a la hora de entrenar e, incluso, esas molestias pueden afectar para competir.
¿Qué le dijo Mijaín después de lo que pasó?
Me felicitó y me dijo: “Empecé a tener resultados contigo y me retiré contigo”. Me sigue dando consejos, me dice que lo invite a Chile, porque le encanta. Él es un amigo cercano, un guía. Incluso, me estuvo guiando en los Juegos Olímpicos, hicimos la preparación en Cuba, Croacia y Bulgaria y nunca dejó de guiarme.
Él vaticinó que se veían en la final...
Sí, me dijo “nos vemos en la final”. Él lo dice porque es campeón, pero yo prefería ir pasito a pasito. Lo que pasa es que en Tokio me dijo lo mismo y perdí la semifinal en una pelea medio rara. Así que por eso me fui combate a combate, pero Mijaín siempre ha tenido esa mentalidad.
¿Se ve viviendo en Chile tras su retiro?
Me encanta Chile para vivir, quiero ir paso a paso, disfrutar todo el proceso y esta experiencia y me gustaría seguir aportando, quizás desde otra área, pero me siento identificado con Chile, soy chileno... Me gustaría ayudar a que el deporte en Chile crezca. Sí me quedaría ayudando, me interesa ir aportando y viviendo este sueño tan lindo.
Usted decía que quería ser abanderado. ¿Lo sigue pensando?
Hay veces en que uno siempre anda buscando, quizás, aprobación de los demás o que te reconozcan un poco más. Mi percepción ha cambiado un poco y tienes que pensar siempre en lo que tú puedas aportar y proponerte desafíos. Ponte desafíos internos que tengas que superar: ser medallista olímpico o mundial. Eso nunca te desenfoca. Yo quería ser abanderado y es un sueño lindo, pero hablando con mi entrenador y mis amigos, si hubiese sido abanderado, hubiese tenido que dejar entrenar con Mijaín y hubiese perdido como una semana. Él, por ejemplo, no quiso ser abanderado. Mientras era la inauguración, él estaba entrenando conmigo. Entonces, me sigue gustando la idea, pero ya no con la ansiedad que tenía. Las cosas suceden por algo. Ojalá que no fuera en un momento que me haga perder entrenamientos. Mi prioridad cambió, mi prioridad son los entrenamientos, porque son los que te dan los resultados y son la base de todo y a veces, por cumplir un sueño, uno se desenfoca.