Sobre la mitad del espectáculo de la banda argentina Damas Gratis, su líder y cantante, Pablo Lescano, incita a una arenga: "¡El que no levanta la mano es un cheto!". Sí, cheto: según el lunfardo bonaerense, el concepto define a las personas de clase alta o que residen en los sectores más acomodados de la ciudad. Por supuesto, todos alzan rápido una de sus manos, nadie quiere ser apuntado como un cheto.
Cualquier mirada general a la escena, cualquier ojo avezado en el público que cada año peregrina hasta Lollapalooza, podría detectar un pequeño contrapunto: precisamente una parte no menor de la audiencia viene de los sectores de clase media alta de Santiago, quizás consecuencia del precio de los boletos y del menú artístico del evento.
Mientras el baile crece, mientras miles de manos siguen hacia el cielo acatando las propias órdenes que dicta Lescano ("¡vamoooos las manitos arribaaaaa!"), en la pantalla trasera se ve un edificio típico de las villas miserias de Buenos Aires, con sus ladrillos café, su fachada tosca y sus prendas de ropa secándose al sol desde las ventanas de departamentos estrechísimos. Abajo en la imagen se lee: "Somos nosotros los buenos".
La música no tiene treguas, el sol sigue rugiendo y el cantante desenfunda historias de amores narcóticos, despechos alcoholizados y parranda que parece no conocer de decoro, como en El humo de este fasito, cuando canta que "quiero ponerme a beber y un alto faso fumar/Por la mujer que mató mis sentimientos iré a buscar/ Mi amor te quiero, ingrata mala gata/Quiero ponerme a beber y un alto faso fumar".
Todo ello adornado por el pulso juguetón y serpenteante que emite el sonido del keytar, a cargo del vocalista, ese teclado móvil que se cuelga cruzado al cuerpo igual que una guitarra, tan típico de los conjuntos tropicales, pero que esta vez exhibe una metralleta dibujada a lo largo del instrumento.
Los contrapuntos siguen. Pocas veces Lollapalooza había presentado un número tan distinto a lo que podría parecer su ADN, vinculado al rock, el pop con envoltorio sofisticado y la electrónica. Hasta hace no muchos años, Damas Gratis era una banda vetada en la televisión argentina por apelar a un imaginario que desmembraba los barrios marginales de su país, con chicas "zarpadas", marihuana, juergas de amigos que terminaban en una comisaría o en la cárcel, ataque a los "políticos de cuarta" y una lucha de clases donde los pibes eran los buenos, o sea "nosotros", y los malos eran ellos, los que estaban más allá, los que hacen sonar sus joyas. O sea, los chetos.
En Santiago, en una presentación que empezó a las 14 horas en uno de los escenarios centrales, Lescano volvió a revolver ese léxico, al hablar de "novios salames" (tontos) o al advertir que "el que no salta es el patovica del Lolla" (en referencia a los guardias corpulentos que siempre bloquean la entrada a una fiesta). Es su manera de dialogar, da muy pocas entrevistas y esa aura de caudillo iluminado hace que a veces sus fanáticos se arrojen sobre él para tocarlo, abrazarlo o besarlo, tal como sucedió hace tres años en el Teatro Caupolicán.
El responsable de que Lollapalooza haya conocido a Lescano -y a su torso desnudo, ya que terminó el show sin polera- es el productor chileno Jorge Toro, especializado hace más de una década en traer grupos desde el otro lado de la cordillera, sobre todo aquellos que reniegan de los espaldarazos corporativos y la gran industria, como La Renga, adscritos al rock pero cuya consigna se parece en demasía a la de Damas Gratis: "Los mismos de siempre".
El propio Toro conversó a mediados del año pasado con Lotus, los hombres de Lollapalooza, y los convenció del fichaje, también movido por las ansias de sacar a la agrupación de su nicho más habitual e introducirlo en un espacio transversal, con el propósito de ampliar cada vez más su público.
Si, porque ayer en el Parque O'Higgins, estuvieron los mismos de siempre, aquellos que corean sus temas de rencor etílico y desamparo social, pero también un público que se sumó a una masa que como pocas veces agitó el evento a esa hora. La intención de sus promotores es llevarlos antes de fin de año a un recinto de gran escala en la capital. Y, de algún modo, sirve de primer paso para que Lolla Chile transite hacia rutas que antes parecían demasiado lejanas. En ese sentido, Damas Gratis ha encabezado la revolución.