Gustavo Santaolalla, el productor latino más relevante de los últimos 30 años, levantó el paralelo en estas páginas, cuando en una entrevista equiparó los casos del músico estadounidense David Crosby y de Alvaro Henríquez: "Él tuvo un trasplante de hígado hace más de veinte años. Y está ahí, bien, bárbaro, este año hizo dos discos. Álvaro debe ser Peter Pan al lado de todos los excesos de Crosby, y entonces espero y confío en que lo suyo va a estar aún mejor".
Más allá de la comparación, el líder de Los Tres -trasplantado de hígado la semana pasada debido a una hepatitis severa- hoy está en el grupo de los cantautores cuyo destino personal y artístico avanza en rodaje: aquellos que sometidos a esa compleja intervención, por lo general consecuencia de sus problemas con el alcohol, intentan retomar con cierta normalidad una vida tan intensa como la que se despliega entre escenarios, hoteles, aviones, fiestas y semanas enteras fuera de casa. En el caso del chileno, no hay plazos definidos, pero sí algunas generalidades: según su hermano, el también artista Gonzalo Henríquez, el intérprete tiene para al menos 15 días en la clínica, para después iniciar un proceso de recuperación que se extenderá por la totalidad el segundo semestre, por lo que las perspectivas de un retorno a la actividad recién apuntan a 2019.
"El trasplante a mí me alargó la vida, mi forma de pensar, mi tranquilidad ante todas las cosas. Antes la palabra muerte te sonaba como…ahora no, porque como ya la he visto, estoy muy tranquilo", declaraba el español Raphael hace dos años, rememorando el proceso médico al que se sometió en 2003, cuando tenía 60, luego de llegar a la clínica en un estado de extrema gravedad, producto de una hepatitis B que lo afectaba desde su juventud, pero también de la inclinación al alcohol que empezó a desarrollar en su adultez, cuando "bebía botellitas pequeñas de la de los hoteles porque me hacían dormir", según reveló. El artista volvió a escena cinco meses después e impulsó una adultez marcada por la intensidad.
Un trance similar atravesó Camilo Sesto en 2001, con un cambio de hígado también a partir de una hepatitis, cuando tenía 54 y sus problemas de salud habían detonado la caída del pelo y una progresiva pérdida de peso. El cantante se sumergió en un retiro de dos años, para volver y calificar la intervención como una simple "anécdota". En ambos casos, y según los médicos involucrados, la edad de ambos había jugado a su favor. La misma ventaja corrió para Crosby, el hombre bigotudo que revolucionó el sonido de la guitarra a bordo de The Byrds en los 60, trasplantado en 1994, cuando lucía 53 años y uno de los prontuarios de excesos más legendarios del rock Esa estadística benévola también parece correr para Henríquez, quien ni siquiera ha llegado a la cincuentena: recién tiene 48.
En contraparte, una suerte distinta tuvieron Gregg Allman, trasplantado en 2010, pero que falleció siete años después; y Lou Reed, el caso menos feliz de todos, ya que fue intervenido en mayo de 2013, pero una serie de complicaciones con su nuevo hígado precipitaron su muerte apenas cinco meses después.