Es jueves por la mañana y un maquillado Juan Carlos Meléndez (58), vestido de sotana, lentes y un solideo en la cabeza, abre la puerta de su departamento de Providencia a su esposa y su hijo menor, quien a sus dos años parece acostumbrado a esta clase de juegos. "Tengo mucho material", dirá minutos después el humorista, mientras abre el diario orgulloso y revisa la portada y los titulares de las primeras páginas con una sonrisa generosa. Todo de lo que allí se escribe está relacionado al Papa Francisco, el personaje que Meléndez ha decidido imitar durante esta temporada, con una rutina que cada día que pasa cobra mayor urgencia y nuevas posibilidades.

"Es un show de contingencia pura", comenta "Palta", un experimentado del humor político en Chile, mientras dispara ideas y chistes al vuelo en el que repasa al Obispo Barros, el cardenal Ezzati y otras autoridades católicas en el ojo del huracán. "Con los obispos chilenos me gustaría hablar a calzón quitado, pero mejor que no porque estos tipos son muy peligrosos", agrega, ya imbuido en el personaje de Jorge Bergoglio, en una suerte de muestra de la rutina que ha testeado en regiones desde febrero, y que este jueves 19 estrena en Santiago con una presentación en el Café Palermo de Providencia.

No es, por cierto, la primera vez que Meléndez personifica a un Sumo Pontífice. En el Festival de Viña 1994, un chiste sobre Juan Pablo II provocó la molestia pública de la Iglesia católica y del entonces dueño de Megavisión, Ricardo Claro, por lo que debió pedir disculpas. Hace cuatro años probó con el Papa argentino, primero en un teatro capitalino y luego con un par de presentaciones en Buenos Aires, pero el show parecía no cuajar. "Lo hice en 2014 y después no lo hice más, porque es medio complicado imitar al Papa Francisco. Es muy reflexivo, habla pausado y en el escenario se sostenía sólo unos minutos, para hablar de Argentina, su fanatismo por San Lorenzo y hasta allí llegaba. Ahora hay mucho material", relata.

Fue con la visita de Francisco a Chile, en febrero pasado, que el comediante reactivó la rutina y encontró al personaje ideal para estructurar su nuevo espectáculo, en el que también hay espacio para personificar a Augusto Pinochet, otro de sus clásicos.

¿Ha cambiado la recepción del público de esta imitación con todo lo que ha pasado en la Iglesia Católica chilena y el Vaticano?

Antes había más gente que ponía cara rara. Pero ahora mucha gente se ha alejado de la Iglesia, por esta cultura del abuso de poder del clero. Aunque creo que con la carta que mandó el Papa esta semana se va a retomar la confianza en la Iglesia.

¿Hay gente que se ha molestado u ofendido cuando lo presenta?

La gente lo escucha con mucho respeto, porque es como que escucharan al Papa. Y cuando se dan cuenta que el texto es transversal, que no ofende a nadie, lo aprueban y viene el aplauso.

Especialmente los jóvenes, que son más tolerantes, no como antes que si no les gustaba pifiabanal tiro. Hoy día te escuchan con respeto.

Stand up comedy en los 80

El impasse de Viña 94 no es el único momento duro que ha vivido Meléndez en sus más de 30 años de carrera En los 80, cuando imitaba a Pinochet en sus primeros café concert, fue detenido dos veces por los organismos de represión de la época. Dos décadas después, durante la detención del entonces senador en Londres, recibió una célebre pateadura de parte de un grupo de pinochetistas. Pero uno de los momentos más difíciles llegó a fines de 2017, luego de un año en que se dedicó por completo a su campaña para diputado por su Copiapó natal.

"Lo hice prácticamente solo. El Partido Radical me dejó aislado, salvo seis radicales que me apoyaron. Saqué más de 5 mil 300 votos pero el arrastre me perjudicó, y el regreso a Santiago fue doloroso porque no tuve trabajo, me pasó la cuenta el tema, me salí del circuito y no tuve ningún festival de verano", explica.

En la televisión tampoco parece haber cabida para este tipo de humor.

Yo hace mucho tiempo que no participo en festivales televisados. Pero con esta rutina que hago del Papa la rompo en el Festival de Viña, por el impacto visual y el texto, que es bien potente. En las líneas editoriales de los canales hay algo conservador. Por ejemplo, hace un tiempo, yo quería hacer los "martes de Merino" en Morandé con compañía, uno de los pocos espacios que hay para el humor. Pero el mismo Kike me dijo: "No, los auspiciadores te van a sacar". Fue bien honesto, me dijo que mi humor bajaba el rating porque es más de elite. Fue bien transparente y le encontré toda la razón. Y el otro espacio es Vértigo, con Daniel Alcaíno.

El también hace humor político

Claro, y le tengo una sana envidia porque me gustaría tener el mismo espacio para decir cosas de la contingencia. Pero no hay más espacios. Sueño con tener un programa de humor político, y sin censura, tengo hasta un piloto y creo que a la televisión le vendría bien, pero no es lucrativo y la tele apuesta a lo seguro.

Para lo que sí hay cabida es para el stand up comedy. ¿Se siente afín a ese humor y a las colegas de esa nueva generación?

Por supuesto. Porque vengo haciendo stand up hace 30 años. Antes se llamaba unipersonal o monólogo, pero es lo mismo. Ahora veo gente brillante haciendo ese tipo de humor, pero también gente muy mala. El otro día fui a ver a unos y eran todos malos, incluso a uno le corregí los textos como público. En todo caso, la irrupción del stand up ha sido positiva para el humor, porque ha logrado recoger ciertos temas que no se trataban, de la cultura del abuso, por ejemplo, las colusiones económicas, la política. Antes había un grupo de colegas que se dedicaba a los chistes de la cintura para abajo, chistes bien sexistas y crueles con el mundo gay.