El nombre varía en cada ocasión: "Vip", "Top", "Premium", o incluso una combinación de todas. El significado siempre es el mismo. Neologismos totalmente incorporados en el folclor de los espectáculos en vivo del siglo XXI. Para los más críticos, eufemismos con los que se divide a la audiencia en base a su poder adquisitivo o a su línea de crédito. Así lo han entendido también algunas estrellas de rock, que el fin de semana pasado expresaron a viva voz su rechazo a una práctica que, a estas alturas, ya es parte integral de la experiencia y el negocio tras este tipo eventos.
El epicentro del debate fue el Mad Cool Festival de Madrid, y tuvo como protagonistas a Queens of the Stone Age, quienes durante su actuación llamaron a la masa a saltar las vallas y pasarse al sector preferencial, justo delante del escenario y en ese momento casi vacío. Los escoceses Franz Ferdinand alegaron por lo mismo, y su líder, Alex Kapranos, se quejó en Twitter de aquellos asistentes más interesados por las selfies que por la música. "No digo que no haya sitio para ellos. Lo hay. Al fondo", posteó.
El reclamo de ambos grupos, que en sus últimas presentaciones en Santiago no habilitaron áreas vip, vuelve a poner en entredicho el uso de este tipo de localidades, habituales también en Chile tanto en festivales como en conciertos individuales. En éstos últimos, según fuentes de la industria, siguen ocupando en torno a un 5% y 10% del total de entradas vendidas de cada show, cifra sostenida durante la última década. Y aunque muchos las han visto como zonas exclusivas para invitados, en recintos como el Movistar Arena las cortesías nunca superan el 10% de la zona Vip. En ese sentido, si bien han sido históricamente cuestionadas, las áreas preferenciales siguen gozando de buena salud.
Su estreno formal en el país fue en febrero de 2006, para el Vertigo Tour de U2 en el Estadio Nacional. En aquella ocasión, el llamado "Golden Circle" no tuvo un costo mayor al de la cancha general, y su acceso fue por orden de llegada, con pulseras repartidas a 4 mil esforzados fanáticos que pernoctaron en el recinto. Desde entonces, se volvió una práctica entre las productoras nacionales para shows de diverso aforo -se ha aplicado hasta en sitios pequeños como La Cúpula-, un mecanismo para conquistar a una audiencia con una oferta creciente y dispuesta a pagar más por una experiencia distinta.
Este último punto en Chile no decae: si bien en la mayoría de los grandes conciertos de Latinoamérica se vende cancha Vip, es en suelo local donde los precios de este sector más se disparan. En el show de Morrissey de diciembre, por ejemplo, el valor de esta localidad es de $92 mil, mientras que en Argentina de $82 mil y en México $62 mil. El caso de Roger Waters es aún más revelador: en México cuesta cerca de $250 mil pesos y en Argentina alrededor de $100 mil, mientras que en Chile está dividido en cuatro áreas (Vip Top, Vip Platinum, Golden y Silver) y la más cercana al escenario llega a los $322 mil, tres veces más que en Argentina (donde eso sí, es de pie, sin sillas numeradas).
Jorge Ramírez, gerente general de Agepec, la asociación gremial de los promotores de conciertos, explica que la centralización es un factor importante: "Aquí no hay cómo prorratear los costos de un show, porque sólo se hacen en Santiago, mientras que en Brasil, por ejemplo, se hacen en varias ciudades, al igual que en Argentina. Entonces la recaudación total es bastante similar".
Evolución Vip
El sistema, eso sí, se ha ido afinando, y cada vez son menos comunes escenas como las del Club Hípico en 2009, con un "Balcón preferencial" para el show de Depeche Mode que resultó tener vista parcial. Al año siguiente, problemas similares en recitales de Rage Against the Machine y Daddy Yankee llevaron a la justicia a condenar a las productoras a cargo, que debieron compensar a parte de los "asistentes vip" con $27 mil y una UTM per cápita, según datos del Sernac.
En ese sentido, si bien el consenso de la industria es que las zonas preferenciales van a seguir, la visión de las productoras es que éstas funcionarán correctamente en la medida que armonicen con el escenario de turno y entreguen una experiencia que valga su precio. Así, son los propios artistas los que han sacado provecho y adaptado su agenda a encuentros privados con fans y sectores preferenciales.
Lo anterior sugiere una realidad indesmentible: los artistas siempre saben cuánto se cobra por cada entrada y cómo se distribuirán las ubicaciones. La excepción son los festivales, donde se someten a la dinámica general (muchas veces con áreas Vip que no se ubican justo frente a los escenarios). "Hay algo de populismo del lado de los artistas al decir 'estoy con ustedes, con el pueblo', sobre todo para los más rockeros, ya que siempre están asociados a managements, agencias y grandes productoras que tienen que sacar la mayor ganancia posible de esto. Ellos saben cuáles son las condiciones del negocio de la música en vivo", comenta Marcelo Contreras, crítico de música de este medio.
Entre los artistas locales hay matices. "Para los músicos hay un vínculo emocional bastante frío con las personas de la cancha Vip, porque hay varios que están ahí por motivos sociales distintos de la pasión por la música", dice Carlos Cabezas. Rodrigo Osorio, de Sinergia, considera válido que existan estas divisiones, "pero hay una cosa cultural nuestra que valora mucho lo Vip, y también mucha disposición al pago por conciertos internacionales". Para no generar distinciones, músicos como Nano Stern dicen haber optado por habilitar sólo entrada general en sus recitales. "Pero también entiendo las dinámicas de producción, que para poder vender más entradas más baratas, venden otras más caras", asegura.