Hasta ayer en la mañana, la presencia en Chile de Bruce Dickinson había pasado relativamente desapercibida. De hecho, aprovechando su tarde libre en Santiago, el músico paseó el martes por la Base Aérea de Pudahuel donde se realiza la Fidae 2018, el evento aeronáutico al que vino de invitado hace cuatro años y con el que inauguró un nuevo tipo de vínculo con el público local, que en los últimos años lo ha visto más veces como conferencista que sobre el escenario al mando de Iron Maiden.
Pero bastó que la actriz Juanita Ringeling anunciara el nombre del británico para que el salón principal de Espacio Riesco se viniera abajo y la escena se pareciera más a un concierto de heavy metal, con gritos desaforados -y más de alguna mano al aire con el signo de los cuernos- por parte de los 5 mil escolares que hasta entonces habían escuchado con respetuoso silencio las conferencias del Ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, y del sicólogo y director de América Solidaria, Benito Baranda.
Así, pasadas las 11.00 horas y tras la proyección de un video introductorio con un resumen de sus logros comerciales -desde sus hitos discográficos hasta la cantidad de cervezas que ha vendido con su marca-, Dickinson, el histórico frontman del metal inglés, el emprendedor y piloto comercial de 59 años, saltó al escenario vestido de jeans y chaqueta azul para "hablar del aprendizaje de la vida", según explicó al comienzo de la primera de las dos charlas que presentó ayer en Evoluciona 2018, un ciclo gratuito de conferencias orientadas a alumnos de enseñanza media, donde participaron exponentes de diversas disciplinas.
"Le gustó el foco de este evento, que no es una actividad académica sino para motivar a alumnos y explicarles que son ellos los que tienen que construir su mundo", comentó José Ramón Valenzuela, gerente general del preuniversitario Pedro de Valdivia -entidad que organizó la cita-, minutos después de la conferencia del músico, que llegó a Santiago expresamente para participar del seminario y tenía presupuestado volar anoche a Los Angeles (EE.UU.).
"No hay nada normal o anormal en esta vida, ustedes pueden hacer lo que quieran", dijo de entrada el cantante ante una audiencia adolescente que en todo momento se mostró interesada en sus palabras, más allá del entusiasmo propio de una jornada libre de horarios y clases. Un cuarto de siglo después de su frustrado debut en vivo en el país junto a su legendaria agrupación, tras el rechazo de la Iglesia Católica a las letras del conjunto, Dickinson regresó como motivador de jóvenes y ejemplo de vida para nuevas generaciones que se preparan para dar la PSU.
Un salto a ciegas
Una cita a Empire of the clouds, el segundo sencillo del último disco de Iron Maiden, desató las primeras reacciones de sus fanáticos en el auditorio, tanto de alumnos con poleras del grupo bajo el uniforme escolar como de algunos profesores que los acompañaban. "Lo soñadores pueden morir pero los sueños quedan", dijo el cantante, en el primero de muchos guiños y anécdotas relativas a la banda a la que se integró en 1981.
Con el histrionismo y desplante que entregan casi cuatro décadas sobre el escenario, el músico armó una clase magistral que recorrió los más diversos temas, y en la que los datos autobiográficos fueron acompañados de breves comentarios y reflexiones respecto a la educación, la vida laboral, el sistema económico y la vocación.
De hecho, la primera imagen que acompañó su ponencia desde las pantallas fue una de él mismo a los 15 años, con un traje que revelaba sus aspiraciones de seguir los pasos de su tío y convertirse en piloto, además de un bigote que rayó con lápiz en su rostro. Luego, mostró el último informe académico de su vida escolar, para luego revelar que lo expulsaron de un colegio privado por orinar al director.
"Llenar un papel de números o palabras no es aprender, eso lo puede hacer hasta un chimpancé a cambio de plátanos", agregó, sacando las primeras risas de un auditorio que sufrió con la traducción al castellano de su discurso, un inconveniente técnico que no encontró solución durante los casi 50 minutos en los que el británico estuvo sobre el escenario. Sólo algunos de los escolares presentes parecían entender completamente las palabras que Dickinson disparaba pausadamente y que la traductora nunca fue capaz de transcribir simultáneamente en pantalla.
Con todo, hubo momentos que todos comprendieron sin necesidad de doblaje. Como cuando criticó la devoción por los aparatos ("saber conversar con otras personas es el talento más subvalorado hoy en día, cualquiera puede sentarse a hablar frente a un computador") para luego vanagloriarse del celular que ocupa: un modelo antiguo sin las características de los actuales teléfonos inteligentes, que el público celebró como la mejor de las bromas de la presentación.
La tecnología y la lógica mercantilista no fueron los únicos destinatarios de sus dardos. "No siempre los profesores tienen la razón", aseguró también el cantante, en una sentencia que encontró una fervorosa respuesta de parte de una audiencia ávida de insumisión. "Todos ustedes quieren empezar una revolución, ¿pero tienen claro cómo será? ¿Va a ser sangrienta o más bien una que buscará ayudar al mundo que está fuera de Occidente? Lo que debemos lograr es hacer que las personas sean más valiosas, que la propia gente sea lo que pongamos al centro de la economía", agregó.
Nuevamente usando como ejemplo su agitada biografía -de la que recordó su cáncer, los libros que ha escrito y su afición por la esgrima-, Dickinson citó a Henry Miller para pedirle arrojo a los estudiantes: "Cada crecimiento es un salto a ciegas a la oscuridad", aseguró el músico, en una de sus últimas reflexiones antes de perderse tras bambalinas y no regresar. Y mientras algunos lo esperaron infructuosamente por un autógrafo, la gran mayoría salió al exterior en busca de la siguiente conferencia de la jornada, algo para comer o, en el caso de los más osados, un cigarrillo a escondidas.