"Con ella nada está vetado". Para una figura con reputación de indómita, para un personaje que logró ganar protagonismo en ese templo del desenfreno hedonista como fue el Studio 54, y para una mujer que hizo de su cuerpo moreno y estilizado un eje intrínseco de su identidad, difícilmente puedan estar cercados algunos de los capítulos de su vida privada.
Por eso, el documental Grace Jones: bloodlight and bami, estrenado en la edición 2017 del Festival de Toronto, asoma como el registro más agudo y revelador de una cantante eternizada como símbolo de exotismo, aunque no sólo haciendo foco en sus desmadres, sino que también en su faz de hija, hermana, madre, abuela, dueña de casa y artista en constante aprendizaje. En ese costado cotidiano que en su caso sí asoma como excentricidad.
En rigor, Sophie Fiennes, la realizadora del trabajo de 115 minutos, pudo reafirmar que con la estrella de cuna jamaiquina no hay asuntos prohibidos -como ella misma lo aseguró en una entrevista-, sobre todo cuando su mito de diosa de ébano sucumbe para dejarla a la par del resto de los mortales.
"Nos llevamos bien de inmediato. Ella fue como mi hermana en la otra vida y por eso fue muy fácil tenerla cerca", puntualizó hace unos meses la propia intérprete a The Guardian. Y para comprobar esa mirada más descarnada, el título se estrenará en Chile como parte de la próxima versión del festival In-Edit, el destacado certamen dedicado a los documentales de música y que este año se hará del 18 al 23 de abril.
Además, la faena fue extensa. Fiennes pasó diez años grabando a Jones en las situaciones más disímiles, sin entrevistarla directamente y sin hacer que ella le hable a la cámara, con el propósito de que todo fluyera del modo más natural. Tampoco usó material de archivo.
En ese sentido, la producción, por un lado, significó un ejercicio de velocidad geográfica: si Grace estaba en Moscú, París, Nueva York o el Caribe, la cineasta debía partir rauda con su equipo hasta donde su protagonista lo dictara. Por otro lado, significó un ejercicio casi terapéutico: el guión obligó a la cantante a profundizar en la relación con sus padres (sobre todo con su progenitor, que la empujaba hacia la actividad religiosa antes que artística) y a mirar su rostro sin maquillaje, ya denotando el inexorable paso del tiempo a sus 69 años.
"Si algo ha conseguido esta película es liberarme de mi vanidad. Ya no soy una prisionera. Me importa mi aspecto, como soy, pero no me importa la edad. No tengo 69, pero está bien, es solo un número. Que se inventen lo que quieran. Nunca digo la verdad, siempre digo 'habla con el FBI', aunque ellos tampoco lo sabían y se fiaron de Wikipedia", contó el año pasado al diario español El País.