Imperio urbano
Si en algún momento parecía que el futuro del festival estaría en la electrónica (un horizonte resistido por Perry Farrell, creador de Lollapalooza), hoy las señales apuntan en otra dirección: los ritmos urbanos, entendiéndolo en su sentido más amplio, son los que dominan la próxima versión del evento, en un reflejo del peso que hoy tienen sus diversas vertientes en el mercado global. Allí entran dos de los tres cabezas de cartel: por un lado el californiano Kendrick Lamar, la voz más celebrada y relevante del hip hop de los últimos años, quien llega por primera vez a Chile como la gran estrella de la cita, y Twenty One Pilots, dúo súperventas que rapea sobre guitarras eléctricas y que ya en su anterior paso por el Parque O'Higgins, en 2016, dejó en claro que su aspiración masiva iba en serio. A ellos se suma Post Malone -la megaestrella blanca del hip hop actual en EE.UU., el funk carioca de MC Kevinho y toda la armada trap que desembarca por primera vez en Lollapalooza; desde los españoles C. Tangana, Bad Gyal y la cantaora Rosalía -otro de los aciertos de esta edición- al fenómeno argentino Khea y los chilenos Gianluca, Drefquila y Tomasa del Real, la princesa local del "neoperreo". Más allá de los neologismos, ésta última marca el debut el reggaetón en el evento.
Vive latino
El a estas alturas célebre pataleo de Mon Laferte en el último Lollapalooza, quien acusó trato desigual para los músicos nacionales en el festival, hizo tomar nota a los organizadores. "Nos quedó dando vueltas que los artistas chilenos lo vieran así" -cuenta Maximiliano del Río, de la productora Lotus- "porque no puede ser que esté esa idea de que [a un lado] están los chilenos y [al otro] el resto del mundo". Lo anterior explica otro punto a destacar del cartel: si bien la presencia local no creció cuantitativamente -este año fueron 50 y ahora cerca de 45-, para 2019 ésta luce mejor y más contextualizada en una parrilla de marcado sello latinoamericanista. De esa forma se puede entender la inclusión de algunos íconos de la música popular sudamericana, como Caetano Veloso, Vicentico y el mismo Juanes, quien inicialmente negoció en bloque junto a Rosalía para el festival ("puede que salga una sorpresa con ellos", desliza Del Río, aludiendo a un eventual sideshow). Todo lo anterior como parte de una nueva curatoría que busca dialogar con la escena chilena, representada esta vez por nombres de la primera línea -Gepe, Ana Tijoux y Francisca Valenzuela- y algunas sorpresas que asomaban como pendientes para la cita; de La Floripondio y Fiskales Ad-Hok -que por años rechazaron la oferta- a Américo.
¿Sin clásicos?
Pese a ser una de las parrillas más diversas que ha mostrado el festival en ocho años, el gran ausente del próximo Lollapalooza será el rock clásico. O más específicamente, algún representante del género del siglo pasado capaz de convocar al que no es el público objetivo de la cita. Algo que en su momento han conseguido, entre otros, Pearl Jam, Metallica o Foo Fighters. Esta vez, Lenny Kravitz es quien mejor parece ajustarse a esa etiqueta, aunque en una segunda línea de peso y convocatoria (tal como figura en el afiche). Lo anterior, que para los más fatalistas es una señal del fin del rock clásico en el evento -pese a que la producción negoció con nombres históricos hasta último momento-, parece ser más bien un síntoma de lo que hoy es el género. Allí están, por ejemplo, los británicos Arctic Monkeys, más reposados que en sus comienzos pero totalmente instalados en la generación millennial; o los neoyorquinos Interpol, sobrevivientes del revival del post punk de fin de siglo. También Greta Van Fleet y Bring Me the Horizon, encargados de poner el alto voltaje. Como establece la Ley de Lavoisier, "nada se destruye, sólo se transforma".
Cifra récord
En su segunda edición de tres días, el festival sigue dando muestras de crecimiento. De hecho, la próxima será la versión con más artistas en su historia santiaguina: 122 confirmados hasta ahora, versus los 104 que registró la cita de marzo pasado. Además, según adelantan los productores, se sumará un inédito octavo escenario en el sector VIP del parque, bautizado como Lolla Lounge y consagrado a la música electrónica. En tanto, el Aldea Verde Stage -que estrenó programación y tarima en 2017- se ubicará en un sector del recinto hasta ahora en desuso, entre La Cúpula y el acceso de Rondizzoni.