Paul McCartney (76) se semeja por momentos al protagonista de la cinta El gran pez, aquel veterano que se sienta a desempolvar viejas historias para regocijo de los oyentes: no tiene mayores dramas en viajar una y otra vez a su juventud y su niñez. A diferencia de gruñones como Bob Dylan, que optan por desfigurar sus himnos veinteañeros hasta volverlos irreconocibles. O de bandas como Radiohead, alérgicos a sus años formativos, como si la verdad sólo estuviera en el aquí y el ahora.

Y lo fue desde los 60, cuando junto a The Beatles abrazó su infancia en Liverpool en Penny Lane o Strawberry fields forever, aunque en su vida solista la nostalgia tocó cada uno de sus pasos; sobre todo, claro, a partir del crimen de su amigo John Lennon en 1980. En la canción Here today, editada dos años después, imagina una reconciliación ficticia e imposible, donde le pregunta "y sí te dijera que realmente te conocía bien/ ¿cuál sería tu respuesta?"; en tanto, hace mucho menos, en Early days (2013), evoca una caminata por su ciudad natal junto a su camarada, cuando el planeta aún no se rendía a sus pies: "Estamos vestidos de negro/ con dos guitarras en nuestras espaldas/ Íbamos caminando por las calles/ busco a alguien que quiera escuchar la música/que estábamos escribiendo".

¿Una tesis? Para muchos biógrafos, el retorno umbilical a la cuna tiene relación con que finalmente Liverpool, con su aspecto ajado y su ritmo de provincia, simboliza la única vez en que John, Paul, George y Ringo fueron tipos mortales, anónimos, hijos de vecino.

Eso sí, en el último mes, la arqueología emocional se activó como nunca. Además del video que grabó para el segmento Carpool Karaoke del presentador James Corden -donde recorría los sitios de sus orígenes-, Macca esta semana ha vuelto a pasearse por los epicentros de la leyenda Beatle. El propósito es entregar un aperitivo de su próximo disco, Egypt station, a editarse el 7 de septiembre: como pocos, el músico opera como un auténtico estratega de las emociones.

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El lunes, volvió a cruzar el paso de cebra más célebre del orbe, el de la calle Abbey Road, 49 años después de la fotografía del disco, aunque en las décadas posteriores hizo muchas veces algo similar (como para la portada de Paul is live, de 1993). Después, se encerró en los estudios del mismo nombre, donde The Beatles facturó casi toda su discografía, para un show privado.

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El miércoles se sentó junto al cantante Jarvis Cocker en el Liverpool Institute for Performing Arts, donde estudió, para responder sin problemas a una entrevista en que las preguntas sólo tenían dirección pretérita: su primeras influencias, cómo compuso sus hits, cuál es su cover Beatle favorito. El golpe a la cátedra vino este jueves sobre la tarde. Un show gratuito en el club La Caverna, donde partió su banda madre y donde ofrecieron 292 presentaciones entre 1961 y 1963. Las coordenadas para recoger los boletos se anunciaron por redes sociales y se agotaron en 30 minutos. Curioso: para el último recital que los hombres de Love me do dieron en el recinto, el 9 de agosto de 1963, las localidades se despacharon en la misma cantidad de tiempo.

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"Esto es la locura de la Beatlemania otra vez", comentó a la BBC Tom Gilchrist, un oriundo de Liverpool que apenas leyó la noticia saltó a un taxi para ir a retirar las entradas. Y si de nuevo estamos ante la Beatlemania, Paul nuevamente sabe qué teclas pulsar: la performance partió con Twenty flight rock, el cover de Eddie Cochran que debió interpretar en 1957 para convencer a Lennon de ingresar a su agrupación.

"Esta es la canción que me llevó a los Beatles", dijo al introducir el tema. Antes, además de pedir que no tomaran fotos con los celulares -los ladrillos de la Caverna nunca supieron de smartphones-, lanzó: "Imaginen esto: hace todos esos años, cuando tocábamos aquí, no sabíamos si teníamos algún futuro. Pero lo hicimos bien". Ese futuro que llegó tras la Caverna vino en el show con canciones de gran parte de la travesía Beatle, como Magical mystery tour, All my loving, Birthday o Helter skelter. Un matiz: no es la primera vez que toca en el lugar tras el fin de los Fab Four (ya lo había hecho en 1999), ni es precisamente el sitio real donde despegó el mito (fue demolido en 1973, lo que funciona hoy es una réplica). Pero qué importa. Participar en momentos únicos junto a su protagonista es una magia que no da cabida a cuestionamientos.