UNO. Mon Laferte es como Taylor Swift. Escribe canciones de amor con link a su historia personal. "Yo siempre pienso '¡pobrecitos mis ex!'", dice la mayor estrella del pop chileno en esta década, porque las canciones sobre sus amantes quedan dando vueltas y se eternizan mientras los amoríos se desvanecen.
El año pasado en medio de una relación, la cantante viñamarina escribió dos temas en un corto periodo retratando fases distintas del enamoramiento. Clic. Podía componer más sobre eso, no necesariamente basada en aquel enlace puntual, sino armando una especie de rompecabezas con otros noviazgos, a fin de cuentas las relaciones responden a ciclos. "Hay una etapa media sexosa (...) después lamentablemente siempre pasa como que empiezan los problemas, empiezas a ver los defectos", contó a The Associated Press. Así Norma es oficialmente un álbum conceptual con méritos suficientes para calificar de progresivo, si comprendemos la casilla en completa acepción independiente de los largos relatos y la acrobacia instrumental del rock así rotulado en los 70, porque Mon Laferte ha dado un salto estilístico y de producción con este disco.
DOS. La Trenza, su título del año pasado, fue un éxito comercial con la venia de la crítica, pero a la distancia su aparente solidez se diluye. El juego de las comparaciones no siempre es odioso porque en este caso implica las mejoras ostensibles comprendidas en a) grabar nada menos que en una de las salas más legendarias de la industria musical, Capitol Studios en Los Angeles, donde han sesionado estrellas como Frank Sinatra, Iron Maiden y Duran Duran, entre decenas; b) el alarde técnico de registrar en una sola toma lo cual requiere músicos de primerísimo nivel, aporte patente en el aplomo interpretativo de los 13 profesionales de esta grabación; y c) el elemento fusión constante y arreglos en plena expansión geográfica.
Si La Trenza arrancaba con sonidos del norte chileno, ahora Mon Laferte cruza el hemisferio en dirección al Caribe, a ritmos que a ratos suenan a Dámaso Pérez Prado con gotas de LSD. Aquí es clave la mano del productor Omar Rodríguez-López, el guitarrista de At the Drive-In y ex The Mars Volta. Ese ambiente huachaca, de cantina portuaria que a la viñamarina le encanta porque es parte de sus orígenes musicales en el Gran Valparaíso, acá se convierte en un cabaret con parejas de etiqueta como si se tratara del viejo glamour de Hollywood. La mezcla de los instrumentos marca un punto aparte en la discografía de Mon Laferte. Nunca antes se ha escuchado mejor.
TRES. Con solo leer los títulos se arma el esqueleto de un romance de comienzo a fin, desde el flechazo inicial relatado coquetamente en Ronroneo - "quiero invitarte a mi casa/ no nos pidamos permiso"-, hasta el quiebre envuelto de lacrimógeno bolero con Funeral.
La pluma de Mon Laferte es vívida para asumir que su personaje también está consciente de las complejidades de su carácter: "cuando me aflore la hipersensibilidad/ no me lo tomes a mal", canta algo culposa en Quédate esta noche. La relación evoluciona desde la pasión desatada de No te me quites de acá - "vamos a besar toditito lo besable"-, hasta que en la segunda mitad llega un punto de inflexión no solo al relatar las primeras grietas en el amor, sino en un par de canciones construidas con más arrojo estilístico combinando elementos de fusión que la emparentan con Ana Tijoux, Rosalía desde España o Bomba Estéreo en Colombia.
Son nuevos sabores contenidos primero en Caderas blancas donde desaparece la inclinación vintage gracias a una pieza de cadencioso synth pop con toques latinos, donde la letra presagia los estertores de la felicidad antes del espiral descendente - "sé que no soy la única/que está sintiendo esto/ todo va y viene amor"-; luego El Mambo, que parte como tal para enfilar hacia un trip hop de fraseo amenazante que se las canta claritas al novio: "esto me huele a macho/cocinado en juguito de facho/ por qué estás marcando terreno/si siempre te lleno el vaso muchacho".
La siguiente, el primer single El Beso, es como si Björk se volviera morena. Cumbia para olvidar se arma progresivamente sumando no solo instrumentación tradicional sino retoques electrónicos armados con voces. Funeral es un bolero primoroso y resignado con escenas melancólicas de la cotidianidad marchita de la pareja -"y me tomo la pastilla y no recuerdo cuándo fue la última vez que lo hicimos"-. El tema final, Si alguna vez en dúo con el artista mexicano David Aguilar, remata con el candor de una vieja telenovela, una suerte de optimismo ante un eventual encuentro.
CUATRO. Un disco así merece mejor carátula. Mon Laferte con la cabellera suelta, camisa abierta mostrando el sujetador, llorosa con cuchillo y cebolla entre manos, no refleja la totalidad y complejidad de Norma en su logrado ímpetu por relatar mediante diversidad de estilos mestizos y retoques modernos un romance de comienzo a fin con la gracia, además, de que cada canción funciona unitariamente y como parte de un todo. Por otro lado el álbum contiene una revelación extra. Lleva el primer nombre de la artista, nacida como Norma Monserrat Bustamante Laferte.
Nunca le gustó usarlo porque sonaba a regla, orden, algo duro, y además por compartirlo con su madre y abuela, lo cual le restaba singularidad. Por supuesto, aquí aplica lo de no juzgar un libro por su portada. Norma ata los cabos que La Trenza no pudo y da un salto cualitativo en el trabajo al alza de la chilena.
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