*Este artículo es parte del especial conjunto por los 30 años del plebiscito de 1988 entre La Tercera y la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Las agencias de noticias y radios despacharon con rapidez la noticia. El secretario ejecutivo del comando del No, Genaro Arriagada, el director de la opositora revista Hoy, Abraham Santibáñez, y el entonces joven periodista político, Alejandro Guillier, tras presentarse en la Fiscalía Militar fueron detenidos por orden de un fiscal militar y enviados a la Penitenciaría. Una entrevista a Arriagada, publicada en la revista hacía meses, considerada "sedición impropia", era el pretexto. Corría febrero de 1988 y pocos días antes trece partidos opositores habían llamado a votar No en el plebiscito.
El gobierno quería dar una señal a los opositores. Daba lo mismo lo que hubiese dicho Arriagada, por más que, recuerda, entonces el tenía un lenguaje acerado contra los jefes de las fuerzas armadas y hablaba fuerte.
– De una manera torpe –cuenta Arriagada–, el régimen decidió que a este señor que estaba recién nombrado jefe del comando había que procesarlo. Yo tenía este juicio hace meses, porque en mi declaración había sido muy duro... Mi impresión es que ellos querían dar una lección, lo que es un caso de pedagogía siniestra. Fue como decir: este señor pretende ser el jefe del comando, nosotros lo agarramos, lo tratamos como un pobre infeliz y lo metemos en la cárcel.
Regreso rápido a Santiago
Guillier, que entonces nunca había pensado que 29 años después emprendería una carrera presidencial para intentar llegar a La Moneda, había llegado recién de vacaciones a Antofagasta para visitar a sus padres, cuando recibió un llamado telefónico avisándole y debió regresar a prisa a Santiago para estar en la cita con la Fiscalía. Si no llegaba a tiempo corría el riesgo de que se abrieran procesos separados.
– El gobierno estimó que esto se estaba abriendo mucho –recuerda Guillier– y decidió dar una señal política de que iba a apretar de nuevo con la censura a la prensa. No lo podía hacer con las revistas de izquierda, porque podía suponerse que la señal era a un sector muy específico, pero como la revista Hoy era más de centro y moderada, censurarla era notificar a toda la oposición.
La dictadura había sido un período oscuro para un sector de los periodistas y la prensa. Entre sus filas se contaban asesinados como José Carrasco, editor de la sección internacional de revista Análisis, prisión y cárcel nocturna, como el director del mismo semanario, Juan Pablo Cárdenas, y procesos, detenciones, exilio, torturas y golpizas para muchos otros por el solo delito de estar ejerciendo su profesión. Habían tardado años en recuperar espacios democráticos en su organización profesional, el Colegio de Periodistas, y los medios de oposición eran objeto de amenazas, hostigamiento, censura previa, clausuras frecuentes y hasta de la acusación absurda de "asesinato de imagen" sin motivo.
Pero en 1988, el año del plebiscito, muchos esperaban mayor apertura. La detención de Arriagada, Guillier y Santibáñez era un aviso claro. Cuando recibieron la noticia de que estaban citados, Santibáñez, que mucho después, en 2015, fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo, recibió un consejo en la víspera de partir a la fiscalía, que resolvió acatar:
– Enrique Krauss [ministro del Interior en el gobierno de Aylwin], que era nuestro abogado, nos aconseja que no volvamos a nuestras casas porque pueden detenernos con escándalo en nuestras casas. Fui a alojar al hotel Galerías con un maletincito y al día siguiente partí a la fiscalía.
Rumbo a la Penitenciaría
El fiscal los envió a la penitenciaría a las 9 de la mañana sin informarles cuántos días iban a estar detenidos. El interrogatorio del actuario fue un sainete. "Le daba lo mismo qué había escrito o que no. Era claro que estaba todo decidido de antemano", cuenta Guillier.
Arriagada dice que no lo vivió con dramatismo porque estaban en el término del régimen militar. Al llegar a la Penitenciaría "uno se asusta un poco", confiesa. Guillier, que nunca había estado detenido "salvo por unos incidentes callejeros una vez, de pájaro cantor por lo demás, le decía a Abraham que no nos podían hacer nada. Abraham me decía, no seas irresponsable, hombre".
– Era obvio, ya no nos iban a torturar, hacernos desaparecer –dice Guillier–, éramos periodistas. Ellos querían dar la señal, retomar el control de los medios de comunicación, dado que la libertad de opinión, las editoriales y las entrevistas estaban cada vez más frontales.
En la Penitenciaría los pusieron a los tres en la misma celda, aislados del resto de la población penal. Guillier recuerda que se aburrió. "No pude conocer la cárcel por dentro y al rato ya no teníamos qué conversar, habíamos agotado los temas, además estaba en la misma celda con mi jefe". Santibáñez recuerda la frase típica que le decía entonces Guillier: "Tranquilo, jefe".
Afuera de la Penitenciaría la presión contra la dictadura subió como espuma y logró que cerca de las 4 de la tarde los trasladaran a la cárcel de Capuchinos, un entorno mucho más amable, donde estaban los detenidos por delitos de cuello y corbata. Arriagada agradece a quienes se movieron en Estados Unidos por ellos y a Andrés Allamand y Francisco Bulnes, de Renovación Nacional, que fueron a verlo en Capuchinos.
– Me parece hubo una gran presión internacional –dice Arriagada–, no por mí, sino porque era muy complicado que al inicio del proceso, el que iba a ser la cabeza orgánica de esto, estuviera preso. La gente iba decir "si le pasa a este gallo, que queda para nosotros".
Guillier afirma que influyó mucho el embajador de Estados Unidos en Chile, Harry Barnes.
Fideos con pesto
En Capuchinos, entre otros, estaba detenido Clodomiro Almeyda, dirigente socialista, que había sido ministro de Relaciones Exteriores de Allende y después del golpe estuvo prisionero en Isla Dawson, y que había sido encarcelado al regresar desde el exilio. Al llegar, el suboficial que los recibe les dibuja el escenario, recuerda Guillier: "Yo soy radical de Silva Cimma, y nos cuenta el panorama de la cárcel, quienes eran CNI, soplones, estos son chuecos, corruptos, estos son confiables".
Más tarde, "como broma, la señora de Genaro le llevó un piyama a rayas a Capuchinos", cuenta Guillier. Durante la noche Guillier se quedó conversando hasta las 3 de la madrugada con otros internos, procesados por giro doloso de cheques, estafas y quiebras. Relata:
– Querían hablar con un periodista y desahogarse. Yo estaba muerto de cansado, pero escuché a todo el mundo. Un señor me dijo que iba a recibir un homenaje de él, sus famosos fideos con pesto. Al día siguiente, antes del desayuno, y antes que los abogados, Clodomiro Almeyda nos avisa "prepárense que los van a soltar". Yo me dije, diablos, los fideos con pesto. El compadre se había levantado antes que yo y estaba en la cocina, había mandado a comprar los ingredientes, la albahaca, el ajo, las nueces, el queso rallado. Nos soltaron a las 11 de la mañana, se fueron Abraham y Genaro, y yo seguía en la cárcel, porque cómo me iba a ir si me estaban ofreciendo un homenaje. Me quedé al pesto. Cuando ya estimé que era prudente salir, y me empiezo a despedir, uno de los que había hablado conmigo en la noche, que había llorado en mi hombro, viene de nuevo llorando y me cuenta que no le habían dado la libertad condicional. Cómo me iba a ir y dejaba al señor así. Eran las cuatro de la tarde y todavía seguía instalado en Capuchinos.
Santibáñez rememora que gendarmes y presos los trataron muy bien. Al día siguiente le subió la presión. Volvió a la Fiscalía en una micro verde que quedó en panne y después fue de vuelta a Capuchinos a buscar sus artículos personales.
Arriagada recuerda que para trasladarlo de Capuchinos lo metieron en un carro y un gendarme trató de esposarlo. "Yo le dije –adopta un tono de mando– ¿Qué se ha creído? No acepto esposas. Y no me las pusieron. Eso no lo podría haber hecho una persona en 1975".
Guillier volvió a Capuchinos al día siguiente, pero a cumplir una tradición. "Cuando uno salía tenía que volver con una torta. Cuando me voy yendo dije "volveré con la torta". Me dijeron que no, que mejor una licuadora. Al día siguiente tomé la de mi casa y se las llevé. Me quedé tomando once con los internos y me fui".
"La vida es kafkiana", reflexiona Guillier.