El mejor Chile de los Mundiales se niega a morir

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Sergio Navarro habla de poca memoria: un mal endémico de Chile. Del poco interés que despierta una generación histórica. La Roja que consiguió la mejor actuación en una Copa del Mundo, cree, se olvidó. Aquí, el caudillo de esa selección, sin embargo, recuerda: blinda a sus compañeros, examina el camino que recorrieron para alcanzar el tercer puesto, contesta a las críticas y habla de una tradición que mantienen aún 56 años después.


El fútbol, cada tanto, se asume como el sinónimo más próximo de las antiguas gestas bélicas. De hazañas imposibles. Romántica ingenuidad: es, también, el juego que -de manera más eficaz- expone las diversas caras de la sociedad.

El pasado 30 de mayo, como todos los años, los seleccionados nacionales que hace 56 años amenazaron con robarse la gloria, llegaron hasta el Parque del Recuerdo. No es una fecha al azar: precisamente un 30 de mayo, pero de 1962, liderados por Fernando Riera, su querido mentor, encararon el sueño de convertirse en los mejores del mundo. Su misión, hoy, es una sola: visitar a don Fernando y revivir, aunque sea por unos cuantos minutos, esos años dorados, cargados de nostalgia.

Cada vez son menos: el tiempo no perdona. Carlos Campos, el "Tanque" azul, en Ovalle; "Chita" Cruz, patrón de la zaga, en el médico; "Tito" Fouillioux y "Pluto" Contreras, enfermos, se ausentaron. El llamado de Sergio Navarro, líder y capitán de La Roja más exitosa de los Mundiales, esta vez logró convocar a Leonel Sánchez, Manuel Astorga y Jorge Toro. Allí los cuatro, juntos como en la cancha, y como tantas otras veces, hablaron, rieron y se emocionaron recordando a Don Fernando y a sus compañeros que han dicho prematuramente adiós.

La atmósfera, sin embargo, ya no es ésa tan fascinante del Nacional o del Carlos Dittborn repletos, como hace 56 años. Los héroes, hoy, están prácticamente solos. Y el lateral izquierdo, aún capitán para el grupo, asume, está acostumbrado.

—Acá en Chile hay tan poca memoria…, nadie celebra el tercer lugar del Mundo, que es lo más importante para nosotros. No le dan importancia a los del 62 ya. Como no nos vieron jugar, no les interesamos. No saben que fuimos jóvenes también. Si los de la sub 20, el día de la mañana en la adulta, empiezan a ganar, se van a olvidar todos de Vidal y Alexis... va a suceder eso si no cambiamos la mentalidad.

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—Oiga, don Fernando, ¿por qué me nombró capitán a mí? Había varios que podían ser…

—No me preguntís hueás.

El tiempo y los relatos suelen confundir las cosas lindas. Sergio Navarro, sin embargo, a sus 82 años, recuerda. Recuerda la llegada de Fernando Riera en 1958 como seleccionador nacional y cómo su primera gira europea, allá por el '60, los hizo reaccionar a tiempo. Jugaron seis partidos: empataron dos y perdieron los cuatro restantes. "En el primer tiempo terminábamos ganando o perdiendo uno a cero, parejitos siempre. Pero en el segundo se nos venía la noche", explica. Era cuestión de piernas: condición física. La preparación, entonces, fue dura: "Don Fernando nos sacó la mugre", admite, entre risas. Pero sólo así pudieron enfrentar de igual a igual a las potencias pensando en el Mundial.

Recuerda la sensación que vivió, durante la máxima cita, cada vez que pisó el gramado de un Nacional repleto. "Es un honor tan grande…, se siente en la subida al túnel. Cuando salía la selección a la cancha, era una explosión que te pone los pelos de punta, hueón. Te sobrecoge. Emocionante, realmente emocionante".

Recuerda la pegada de Leonel, su compañero y gran amigo desde 1953 en las inferiores de la "U", cuando batió al, por entonces, mejor arquero del mundo. "¿Cómo cresta le pegó? Yo estaba al lado de él en el tiro libre. Viene Jorge Toro y le dice 'déjamelo a mí, está pa' la pierna derecha'. Yo estaba puro tonteando, no estaba designado. Y Leonel le dice: 'no…, me tengo fe, hueón'. Oye, [Lev] Yashin pone la barrera tapando el primer palo. Leonel toma la carrera y le pega a tres dedos, pero no le pegó por arriba: fue por al lado. Explícame cómo pescó esa comba. Hasta el día de hoy le pregunto '¿cómo le pegaste, hueón?'", cuenta.

Tras una primera fase recordada principalmente por "La Batalla de Santiago", frente a Italia, La Roja consiguió un histórico paso a cuartos de final, donde se enfrentó a la Unión Soviética. El 2 a 1, golazo-de-Sánchez-mediante, permitió al cuadro de Riera medir fuerzas en una inédita semifinal frente a Brasil. "Siempre ese equipo pensaba que ganaba, pero sabíamos contra quiénes nos enfrentábamos", dice Navarro. La Verdeamarela era el gran candidato: mantuvo la base del cuadro que, cuatro años antes, en Suecia, había levantado la Jules Rimet.

Los dobletes de Garrincha y Vavá confirmaron ese favoritismo y, en uno de los mejores compromisos que ofreció el certamen, sentenciaron la suerte de la selección. "¿Saben ustedes por qué perdimos nosotros con Brasil? Exclusivamente porque eran mejores", asegura al respecto Navarro. Tres días después, a la misma hora, también en el coloso de Ñuñoa, tendrían su revancha: en el partido por el tercer lugar, un agónico tanto de Eladio Rojas bastó para derrotar a Yugoslavia e inscribir para siempre sus nombres en la historia del balompié mundial.

O no.

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—Nosotros tuvimos suerte... —reflexiona Sergio Navarro—. Los periodistas de nuestra época no eran colegiados, eran autodidactas; pero decentes. Cuando tenían que sacarnos la cresta, lo hacían. Y tenían razón: habíamos jugado mal. Pero nunca se metieron en la vida privada de un jugador. Los de ahora te piden los que deben estar en la selección, cómo deben jugar, qué deben hacer los entrenadores. ¿Son entrenadores?

En mayo de 2010, 48 años después, el periodista Daniel Matamala presentó 1962, el mito del Mundial chileno, libro en el que planteó una polémica tesis que abrió el debate: el certamen, máximo orgullo del balompié local, era "el peor de la historia". Los seleccionados lo tildaron de "oportunista". Algunos hinchas, de "vendepatria".

Matamala, incluso amenazado con querellas, en aquel entonces, defendió su investigación: "Es evidentemente un gran logro que Chile, un país muy subdesarrollado en el año 1962, haya logrado sacar adelante un mundial. El punto es por qué en lugar de sentirnos orgullosos de lo que realmente hicimos, queremos contaminar ese logro con verdades a medias, mentiras, inventar un mito".

Navarro, sin embargo, cree que el del mito fue Matamala: "Fue el más mentiroso, no le achuntó a ninguna. El libro tendrá un 10% de verdad. El resto: puras mentiras", sostiene. Desde el sillón de su casa, hace memoria y recuerda, buscando un ejemplo, las palabras del periodista en torno a la marginación de su ex compañero en la selección y la Universidad de Chile, Jaime Ramírez.

—Puso entre otras cosas algo que no se me va a olvidar nunca: que Fernando Riera echó a Jaime Ramírez por 'las constantes indisciplinas'. Estábamos veraneando en Algarrobo, antes del Mundial, y teníamos la pura obligación de cumplir con los horarios. Teníamos que entrar a las 11 de la noche, yo llegué como a las 10 y media y me senté a conversar en el living con don Fernando. Jaime llegó diez para las 11, lo vimos. Y aparecieron unos chicocos con unas camisetas y fotos para la firma. Jaime se quedó con ellos, se entró a las 11:15. Entró tarde, pero lo estábamos mirando: estaba con unos niños. Esto fue un viernes. El sábado, don Fernando dice que el martes comenzaríamos los entrenamientos, menos Jaime. 'Porque no te amoldas a la disciplina', le dijo. Quedamos helados todos. 'Entraste después de las 11'. Yo fui testigo y me costó, como capitán, una semana de ruego para que lo perdonara. En ese libro fue una de las grandes mentiras: ¿cómo deja tan mal a una persona como Jaime? ¿Constantes indisciplinas?...

Finalmente, Ramírez disputó la cita mundialista: fue titular en los seis compromisos de Chile y marcó dos tantos, ante Suiza en el debut (3-1) e Italia (2-0).

El 18 de junio de 2017, Televisión Nacional de Chile transmitió 62: Historia de un mundial, miniserie de cuatro capítulos escrita por Josefina Fernández y ambientada entre los años 1956 y 1962, con la misión de exhibir el proceso que permitió al país organizar la Copa del Mundo. "Acá mostramos la trastienda, con matices de ficción para hacerlo más entretenido, ya que es un producto para la televisión", señaló entonces Mauricio Dupuis, productor ejecutivo de Ocoa Films.

La ficción tampoco fue del gusto de los seleccionados.

—El "Negro" [Luis] Eyzaguirre estaba indignado. También, por las mentiras. Pusieron que vivía en un campamento. Y él vivía en Libertad con Martínez de Rozas, y el papá tenía una fábrica de calzado. No era un muerto de hambre. Tampoco entrenamos nunca en cancha de tierra, nunca. Puras mentiras. Cuando inauguraron Pinto Durán, había una cancha de pasto y una de maicillo, que la pidió Fernando Riera por si llovía. Hay que distinguir que no estábamos en un campamento. Y una cosa es maicillo y otra es la tierra. Ese "Negro" Eyzaguirre pesca a estos tipos y los ahorca. Ofenden sin haber necesidad.

—¿Siente que no han sido valorados?

—No sé... No puede pedir uno que valoren lo que hicimos. Lo que yo discuto es que no se deben ni se pueden hacer comparaciones. Porque, si uno dice 'estos son mejores que aquellos'... son otras épocas. Dejemos a todos en el mismo nivel. Nosotros podríamos decirles: 'Oye, sí poh, pero entre nosotros no hubo ningún curao'.

***

Fernando Riera se llevó el secreto a la tumba. Sergio Navarro nunca supo por qué el estratego lo nombró el capitán de la selección. "Tres veces le pregunté", cuenta el otrora lateral izquierdo del Ballet Azul. Con el tiempo, sin embargo, advirtió que tenía una cierta ascendencia con sus compañeros y amigos. Lo llaman "El Jefe" y, tras 56 años, lo siguen considerando el capitán, su capitán.

—La otra vez les dije: '¿Sabís?, estoy cansado, se ha muerto la mitad, no quiero ser parte de los tres cuartos que les va a tocar. Tome otro las riendas de esto'. No me aguantaron. 'Vos soy el capitán y no podís dejarlo'.

En efecto, Navarro es quien asume la responsabilidad de organizar las actividades: para ir a comer a Don Peyo, para juntarse a celebrar el tercer lugar o visitar a Don Fernando en el cementerio. Como en la cancha, con sus gritos, un telefonazo basta. Las juntas son cada uno o dos meses, una costumbre que han mantenido desde 1962. Y con Leonel Sánchez o Carlos Campos, sus compañeros en la "U", desde 1953.

—Una vida entera, ¿cierto? —cierra.

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