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Conocí las pesas en 1998, pero anteriormente a eso -en 1995- entré al deporte paralímpico con el básquetbol. Empecé en Recoleta y jugué por tres años, pero me di cuenta de a poco que no iba a conseguir lo que esperaba: representar algún día a mi país.

Tuve la fortuna de que me invitaron a levantar pesas, con mi actual entrenador, y empezamos a entrenar sin ninguna expectativa. A los tres meses me dice que me preparara porque íbamos a ir a Dubai, a un mundial. Yo le pregunté qué micro había que tomar para allá, porque ni siquiera me imaginaba de lo que estaba hablando. Yo tenía 18 años.

En Dubai me di cuenta que esto no era un juego, que había que “sacarse la mugre” entrenando y que así era el deporte de alto rendimiento, a pesar de que en Chile en esos años se veía al deporte paralímpico sólo como rehabilitación o recreación.

Da lo mismo la discapacidad que uno pueda tener, para cada persona hay un deporte. La persona que quiere realizar deporte, independiente de la discapacidad que tenga, va a poder hacerlo, porque se puede ir acomodando.

Mis papás fueron muy sobreprotectores conmigo. Entiendo que había temor y había mucha ignorancia del tema en esos años, se hablaba muy poco de la discapacidad. Ellos siempre me protegieron mucho, que no me fuera pasar nada y les costaba, porque yo era muy porfiado. Siempre fui así.

Llegué a la población donde vivimos y empecé a tener amigos. Me juntaba mucho con mi amigo -hoy cuñado-, salíamos a todos lados a jugar a la pelota. Yo no estaba ni ahí y tampoco nadie se preocupaba si yo andaba en silla de ruedas o no, me ponía de arquero y a morir no más, si había que tirarse al suelo, al suelo iba.

Fue muy diferente empezar a salir en micro, andar en el centro y moverme solo. Tuve varios accidentes, no había un ambiente cómodo para movilizarse en sillas de ruedas, no eran las micros que hay hoy. Pero a mí me gustaba.

Así como en el deporte he cumplido sueños, en la vida también he cumplido otros, como tener mi taller de mueblería. Y a pesar de que hoy día es un hobby, en algún momento fue mi fuente de trabajo.

En el transcurso que dejé el deporte, también me casé y tenía que llevar el sustento a mi casa: primero trabajé en un supermercado, después en una constructora como enfierrador y después se me ocurrió dármelas de mueblista. Fue muy complicado al principio, pero me gustaba. Fue como las pesas.

Mi taller es el lugar donde vengo a despejarme, a sacarme todos los problemas de encima, olvidarme de las marcas, las competencias, los entrenamientos, y lo tengo bien armado. En cada oportunidad que tengo compro herramientas nuevas, porque en algún momento dejaré el deporte y quizás voy a tener más tiempo para dedicarme a la mueblería.

Mi papá es mi amigo, mi partner, andamos a todas partes juntos. Sé que se siente muy orgulloso. Todas mis medallas son para él y para mi hija, que también ha crecido con un papá que a veces no está por los campeonatos. Todos mis triunfos son para ella.