Andrés Gomberoff
16 dic 2022 08:42 PM
Destacado científico y aclamado divulgador, el biólogo argentino Diego Golombek ha dividido su carrera entre el laboratorio y la comunicación de la ciencia. Especializado en cronobiología, ha estudiado cómo los organismos vivos regulan sus relojes biológicos en función de la luz. En sus libros y charlas, busca compartir otro tipo de iluminación y contagiar el entusiasmo por descifrar misterios como este: ¿Qué hay en el cerebro humano que hace que la gran mayoría de las personas crea en algo sobrenatural?
Ambos físicos editan en Chile Antimateria, Magia y Poesía, un volumen que reúne relatos por donde desfilan personajes como Leonardo Da Vinci, Eric Clapton, Leonel Sánchez y Paul Dirac, todos al servicio de la comunicación de las ideas científicas. También es un libro que recorre la historia de la amistad de una dupla de un chileno y un argentino que comenzaron tratando de explicar el universo y ahora tienen ambiciones monumentales.
Esconder la verdad es, en ocasiones, una condición necesaria para que dos de las más prestigiosas instituciones de nuestra sociedad funcionen: la democracia y la ciencia. En el primer caso, el secreto de voto. En el segundo, las pruebas clínicas con grupos de control “doble ciego”. En ambos casos lo que se pretende es que se exprese lo más profundo de nuestra mente y de nuestra sociedad, acallando a los sectores más reactivos, superficiales e inmediatos.
Hace cien años se llevó a cabo “El Gran Debate”, en donde los astrónomos Harlow Shapley y Heber Curtis enfrentaron públicamente sus ideas antagónicas sobre las dimensiones del universo y nuestro lugar en este. Tanto el origen de la discusión como su solución se la debemos, sin embargo, a una silenciosa astrónoma: Henrietta Swan Leavitt.
El 28 de septiembre ha sido instaurado como el día internacional de la cultura científica. Un homenaje al estreno de la serie Cosmos, que se emitió hace 40 años, dejando una profunda huella en toda una generación de científicos y amantes de la Física. Una excusa para hablar del rol y del arte de la comunicación de la ciencia.
Los agujeros negros más exóticos han estado dándonos noticias las últimas semanas. Desde la extraña e improbable posibilidad de que uno del tamaño de una pelota de tenis pueda residir en nuestro sistema solar, hasta la colisión de un par particularmente masivo de ellos en algún lugar extremadamente lejano.
A continuación, un extracto –adaptado para este medio- del segundo capítulo “Héroes” del nuevo libro La música del cosmos, de Andrés Gomberoff. En este se hace un paralelo entre el músico Ludwig van Beethoven y el matemático Joseph Fourier. A comienzos del siglo XIX, mientras el primero componía su tercera sinfonía Eroica, el segundo concebía las ecuaciones del calor. Ambos trabajaban fuertemente motivados por los ideales de la Revolución francesa, pero un evento relacionado con Napoleón hizo divergir sus miradas.
La olla a presión es uno de los dispositivos que han tomado protagonismo durante las cuarentenas, cuando sólo comemos en casa. Con ella ahorramos energía, mientras extraemos nutrientes que de otra manera demoraríamos mucho tiempo en conseguir. Es tecnología del siglo XVII, hija de las grandes ideas que iluminaban la física durante la revolución científica.
Misteriosas señales de radio han sido detectadas en un radiotelescopio canadiense. Un tipo de radiación conocida como “ráfagas rápidas de radio”, que por primera vez se observan llegar en lapsos periódicos, cada 16 días. Nadie sabe de qué se trata, y las especulaciones están a la orden del día. Una reacción muy similar a la que tuvo la astrónoma Jocelyn Bell, que en 1967 descubrió las estrellas de neutrones cuando extrañas señales de radio irrumpieron en su radiotelescopio.
Uno de los estallidos sociales más trágicos de la historia fue el marco en el que Johannes Kepler, hace cuatrocientos años, publica su libro Harmonices mundi. Allí, entre especulaciones religiosas y místicas, encontramos profundos resultados matemáticos y físicos que iluminaron con fuerza el camino de la revolución científica.
Jamás imaginé que la fuerza emocional de este eclipse pudiese remover con tal intensidad la sensación de arraigo cósmico. Son tantas las historias pasadas en las que hombres y mujeres corrieron a buscar eclipses o los encontraron accidentalmente. A veces con propósito científico; a veces sólo para perseguir la belleza. Cuando el espectáculo de este martes aún resuena, recuerdo a Janssen, a Lockyer, a Lorenz.
Andrés Gomberoff y José Edelstein publican un libro sobre el autor de la Teoría de la Relatividad para acercar su obra al público no especializado.