Muy lejos, afortunadamente, han quedado esas apologías de la dignidad de los pueblos, cuya voz a coro, multitudinaria, electrizante, se la creyó a la vez santa y soberana, acreedora del cielo y de la tierra. Las distintas versiones del fascismo se nutrieron de esa superstición.
Joaquín Trujillo
Hace 16 horas