Conozco personas que huyen de la intensidad, la consideran un exceso. A mí, en cambio, me fascinan las personas apasionadas y las cosas hechas con ímpetu. Me interesa la energía que entregan los otros, a veces me distorsiona, pero necesito sintonizar con los demás. Conversar, leer, trabajar, oír y darle vueltas a las ideas que rebotan en la mente son cuestiones que requieren fuerza mental, concentración, transmisión de emociones y paciencia. Pensar y sentir con profundidad implica revolver nuestro interior. Hasta cierto punto es incómodo, por eso la mayoría prefiere evitar estos trances. Insistir con rigor dejó de ser una virtud y se ha vuelto un trastorno.