De pronto Mrs. Barclays se golpea el codo tan fuertemente que da un alarido de dolor, se echa en la alfombra, se retuerce y grita, pidiendo ayuda. No es una mujer débil, de quejarse con frecuencia. Pero se ha dado un golpe fortísimo. No puede respirar. Se encoge de dolor, se ovilla en la alfombra, pide ayuda a gritos. Nadie en la suite la escucha. Su esposo, el flácido Mr. Barclays, mira y escucha el partido de fútbol, sus oídos cubiertos por los auriculares, y su hija, Miss Barclays, mira videos humorísticos, riéndose a carcajadas.