De todos modos, lo bueno de esquiar, venciendo la modorra, es que, cuando estoy deslizándome en la nieve, haciendo zigzags al descender por la montaña, de pronto me olvido de que soy un gordo a punto de cumplir sesenta años y súbitamente me siento un hombre joven, liviano, esbelto, feliz, que vuela maravillado sobre aquella superficie nívea, como si de súbito hubiera perdido los veinte kilos de grasa pura que no sabe cómo diablos bajar y fuese una mariposa grácil que aletea allá arriba, donde se derrite la nieve.
21 sep 2024 08:45 PM