En poco más de un año, Andrés Calamaro compuso cerca de mil canciones, grabó 140 y estrenó siete discos. Desafiando a toda la industria marketinera con un método que combinó su incontinencia creativa con varios gramos de coca como combustible, se consolidó como el solista más prolífico del rock argentino. “Quiero hacer un disco del cual se hable en cincuenta años”, dijo unos meses antes de sacar a la calle El Salmón, una placa quíntuple con 103 canciones. Han pasado veinte. Aquí, Marcelo “El Cuino” Scornik, su coautor, relata la historia.