En esta historia, con toda su trama de delitos y delaciones en varios países, se engarzan los admiradores de los buenos criminales, los seguidores del asesino justo, que solo pueden alojar en un Chile vengativo, dispuesto a aprobar el homicidio si el muerto es Guzmán, como antes hubo un Chile oscuro encantado de hacer lo mismo si el muerto era Miguel Enríquez. La idea del buen criminal es siniestra, la encarne un sujeto o un Estado: ahora es más claro que hace medio siglo. Acercarse a ella -por decisión, flaqueza, bobería, con el título de intelectual o el de diputado- expone al contagio que ya produjeron las Brigadas Rojas, la ETA, las Farc.