Con 21 años y 116 días, el iquiqueño Juan Ostoic era el jugador más joven de la selección chilena de básquetbol que viajó a los Juegos Olímpicos de 1952. Cerrillos, Montevideo, Río de Janeiro, Recife, Dakar, Lisboa y Londres fueron las estaciones en el largo viaje de tres días hasta Helsinki, en Finlandia. El vuelo tuvo momentos tormentosos. “Nos impactaron como 100 rayos. Pensamos que se iba a caer el avión”, contaba el escolta sobre el inicio de su primera aventura olímpica en un reportaje publicado por este diario en 2012.
Según relataba, no había presión por un resultado, aunque cuatro años antes habían sido sextos en Londres. El torneo se jugó en un gimnasio construido en el segundo piso de un edificio. Allí enfrentaron a Cuba (53-52), Francia (43-52) y se vengaron de Egipto, que los había derrotado en el Mundial de 1950. “Ellos se dopaban. ¿Cómo es posible que los jugadores anduvieran con el pene erecto en la cancha? Al final les dimos una paliza”, sentenciaba Ostoic sobre el triunfo de 74-46 que los clasificó a la otra fase.
Los próximos rivales fueron infranqueables: Brasil (44-75), el favorito, y a la postre campeón, EE.UU. (55-103), y la Unión Soviética, que poseía al centro de origen georgiano Otar Korkija. “Era un coloso. Sólo se le podía detener con faltas. Salimos siete jugadores expulsados y terminamos jugando con cuatro hombres”, indicaba. Chile perdió ese encuentro por 78-60 con 38 unidades de Korkija.
Fuera de la lucha por el título, Chile aseguró el quinto lugar con triunfo sobre Bulgaria (60-53) y una ansiada revancha con Brasil (58-49). La celebración en la Villa Olímpica fue intensa: “Alvaro Salvadores jugaba en Racing de París y se consiguió 48 botellas de vino francés. Las metimos en una tina y conseguimos frutillas para brindar con borgoña. Nuestro médico, el doctor Losada, terminó disfrazado de Nerón, con una sábana y una corona de laurel”, recordaba Ostoic, que destacaba las victorias del checoslovaco Emil Zatopek en 5.000 m, 10.000 m y maratón como lo mejor de aquellos juegos.
Repitió en Melbourne
Cerrillos, Lima, Guayaquil, Ciudad de Panamá, San Salvador, Johnson City (Tennessee), Los Angeles y luego Hawai. En medio de la interminable odisea, Ostoic pidió permiso para bañarse en la playa negra de Waikiki. “Lo mejor del básquetbol en esa época era ser seleccionado y viajar”, confesaba. Al igual que cuatro años antes, hubo turbulencias en el sobrevuelo de la Polinesia a causa de los relámpagos, pero el equipo ya estaba curado de espanto. Fiji y Sydney fueron las últimas escalas previas a Melbourne.
La campaña fue inferior a la de los últimos dos Juegos Olímpicos, pero el equipo todavía se hacía respetar. Las derrota frente a Brasil (59-78) y una victoria ante Australia (78-56) fueron suficientes para acceder a la siguiente ronda. Allí, Chile cayó contra Francia (60-71), Uruguay (73-80) y sólo venció a Filipinas (88-69). En la batalla por el quinto lugar, los chilenos perdieron los dos encuentros ante dos conocidos: Brasil (64-89) y Filipinas (68-75) y culminaron octavos. “Ellos tenían un gran jugador llamado Carlos Loyzaga. Además, los equipos asiáticos y de todo el mundo habían crecido mucho. Es lo que pasa cuando no hay grandes guerras: los equipos progresan”, comentaba el jugador formado en el Chung Hua de Iquique.
Si bien el básquetbol no pudo dar alegrías al deporte nacional, en Melbourne se capturaron cuatro medallas, con las platas de Marlene Ahrens y el boxeador Ramón Tapia, junto con otros dos bronces del pugilismo de Claudio Barrientos y Carlos Lucas. Ostoic vio aquellos combates. Fueron sus últimas experiencias olímpicas.
El ascenso de nuevas potencias cesteras dejó atrás a Chile. “Nos quedamos estancados”, reconocía el ex jugador, que todavía es recordado por una frase que soltó a sus compañeros en el Café Haití, meses después de Melbourne: “Chile no va nunca más a los Juegos Olímpicos”. No se equivocó. Han pasado años desde entonces y las glorias del baloncesto nacional no dan señal de revivir.