El otoño ya se siente en Valladolid. El sol ha desaparecido en una tarde golpeada por un gran recuerdo. Él vive aún, pero Alberto, que fue uno de sus delanteros en aquel espléndido Valladolid de los ochenta, no habla con Vicente Cantatore desde 2008. “Lo hice a través de Carlos Soto, presidente del sindicato de futbolistas chilenos. Yo estaba en Santiago y le llamé a don Vicente, que estaba en Viña del Mar, al lado de la costa. Lo recuerdo como si fuese hoy. Me contaba que estaba apoyando a su esposa frente a la enfermedad y que era un partido muy difícil”.
Desde entonces, Alberto no le ha vuelto a escuchar, pero jamás se separa de su recuerdo. "¿Cómo no le voy a querer? ¿Cómo me voy a olvidar del entrenador que en enero me sacó de Tercera División y a las dos semanas me hizo debutar frente al Atlético de Futre?".
Hoy, sin embargo, es un día diferente. Un relato que no puede escribirse si no se siente como intuye Alberto, capaz, incluso, de pedirle explicaciones al tiempo, "porque me parece como si fuese hoy". Pero fue ayer cuando Cantatore se hizo célebre, dueño de su propia leyenda en Valladolid, con un lenguaje inteligente y a veces sabio. "El fútbol no es lo que se dice, sino cómo se dice". Una idea que le pertenece a él, a don Vicente, que mañana cumple 80 años, vencido por el Alzheimer, separado de sus recuerdos, vencido casi por la vida. "Yo no tenía vocación ni talento, pero él me metió el veneno por el fútbol", recuerda Juan Carlos, que luego fue campeón de Europa con el Barcelona de Cruyff en Wembley. "Pero la primera vez que aparecí frente a Cantatore no era más que un pipiolo, reacio a pensar que podría llegar tan lejos hasta que él me cogió y me hizo saber que en esta vida era mejor pensar en positivo", agrega.
En un día como el de hoy, los recuerdos son un peligro, cobardes, incluso frente a una nostalgia que anuncia sus derechos. "Si ustedes quieren, me puedo tirar toda la tarde recordando anécdotas con él. No tengo ninguna prisa ni quiero tenerla", explica Alberto, que hoy es jefe de los servicios médicos del Valladolid, donde el recuerdo explica parte de su vida. "Don Vicente, que sabía que yo estudiaba Medicina, siempre me preguntaba: 'A ver, Alberto, ¿qué pastilla hay para meter un gol por encima de la barrera?'". Pero hoy casi treinta años después tampoco sabe cómo contestar a un hombre que, por encima de todo, nos traslada a otra época, a sus tardes de café, cigarrillos, nacido en Argentina, nacionalizado chileno y de padres italianos. Una biografía sin muros, imborrable, para compartir toda la vida y para escribirla en una tarde como la de hoy en Valladolid inseparable del otoño o de las hojas de los árboles que empiezan a caer en las aceras.
¿Cuándo puedo verle?
Don Vicente está cerca de aquí, vive en La Cisterniga, a cinco kilómetros de Valladolid, pero ya no hay momento para visitarlo. "A menudo, hablo con su hijo y se lo digo, 'Marcelo, ¿cuándo puedo ir a verle?', pero siempre me quedo con las ganas. Me dice que no quiere sacarle de la rutina. La última vez me contaba que este verano fue a la playa y a Segovia a ver a su nieta y que no le sentó nada bien", explica Juan Carlos, que fue uno de los héroes de aquel Valladolid de Cantatore que fue quinto clasificado, que llegó a la final de Copa del Rey frente al Madrid y que, sobre todo, jugó al fútbol como los ángeles.
Por eso Alberto pide que hoy se hable "de recuerdos, no de clasificaciones; las clasificaciones se las lleva el tiempo, los recuerdos no, y don Vicente, aun sin estar, estará aquí para toda la vida. Siempre formarás parte de nuestra música de fondo. Los que le escuchamos tuvimos esa fortuna. Aprendimos a tomar decisiones en una cancha de fútbol, a no asustarnos frente a la toma de decisiones".
En la fidelidad se explica un día como el de hoy, un regalo de cumpleaños por adelantado que Juan Carlos explica desde su posición. “No fue un entrenador. Fue algo más que un entrenador para el Valladolid, capaz de cogerme a mí, que no tenía ni contrato profesional, y ponerme de titular en Primera. Pero no sólo a mí, sino que llegó, cogió y rejuveneció al equipo completamente. De repente, las alineaciones del Valladolid empezaron a llenarse de chavales como Torrecilla, Eusebio, Andrinúa, Fonseca o yo mismo… Hasta entonces, eso nunca se había visto en Valladolid”. Y por eso la ciudad recuerda a un hombre que, sin ser perfecto, es inolvidable, dios de carne y hueso para quienes le escuchaban, pregonero en su día de las fiestas de San Mateo, invencible en su manera de ser.
En realidad, hay tanto que escribir de Cantatore en Valladolid que no se sabe cómo resumir y Alberto, sumido en la nostalgia de esta tarde otoñal, incide constantemente en ello. Su recuerdo todavía le hace vibrar.
"Todavía me acuerdo de un partido que jugamos en invierno en el Sánchez Pizjuán, donde ganamos 2-4 al Sevilla de Dassaev y yo hice un gran partido. Y Cantatore no hacía más que decirme 'delantero guapo' y a mí me tenía encandilado, porque yo estrenaba una gabardina que me había comprado mi madre. No hacía más que mirarme en el espejo a ver como me quedaba en los baños, en el hall del hotel, en los ascensores… Y, claro, eso de ‘guapo’ me tenía…., hasta que años después me enteré de que en su argot ‘guapo’ quiere decir 'delantero de pelea, valiente'. Pero es que don Vicente era eso, en él el tono siempre importaba más que el contenido".
Recuerdos no aburren
"Por eso yo hablaría de la persona antes que del entrenador", explica Juan Carlos, que luego hizo una carrera fantástica como futbolista en Atlético de Madrid y, sobre todo, en Barcelona. "Porque en una época donde aún se hablaba de sargentos, Cantatore era un hombre que cuidaba los detalles, que si veía que esa noche habíamos estado de fiestas y estábamos cansados no se enfadaba. No armaba ningún follón (escándalo). Suspendía el entrenamiento, '¿por qué no vuelven ustedes mañana?', sin castigos, escuchándonos, sintiéndonos, aprendiendo, incluso, de nosotros".
Un legado que hoy justifica la juventud de tantos recuerdos, de miles de días que podrían viajar a los 15 equipos (Cobreloa, Colo Colo, Sevilla, Betis…) que dirigió Cantatore. Y entonces no se sabe qué pasaría, pero sí se sabe que el corazón no sería el mismo que en Valladolid, donde el recuerdo no se aburre, al contrario, lamenta que Cantatore ya no pueda exponerse a ese homenaje público que la ciudad moriría por hacerle. Juan Carlos ha trabajado para lograrlo. "Hemos tenido de acuerdo al alcalde y al presidente de Valladolid, encantados de la idea, pero su hijo Marcelo es reacio a esas cosas, dicen que no puede ser".
Así que el homenaje está en la memoria, traspasado hoy a la palabra escrita, incapaz de "idealizar a la ligera", según Alberto, "porque no hace falta. Pero cuando un señor te llega, te llega. Y lo único que lamento, ahora como médico, es que llevase razón: el talento no se puede medicar".
Juan Carlos, que tiene más tiempo libre, “porque ahora no hago nada, llevo un año desvinculado del fútbol”, también se acuerda de él. “Todos tenemos el deber de buscar nuestro camino y, más allá de alguna colaboración con la Fundación Eusebio Sacristán, es lo que hago yo ahora”. Mientras tanto, le quedan tardes como ésta que, a los 50 años, le acercan a ese “pipiolo” que un día fue y que hoy recuerda que el tiempo no se para ante nadie. Ni siquiera ante Vicente Cantatore Socci, 45 años de fútbol, repartidos por medio mundo, desde que arrancó como futbolista en San Lorenzo de Almagro (1955), incapaces, por supuesto, de resumirse en una sola tarde e inseparables de Valladolid o de La Cistérniga, donde tal vez ahora el entrenador esté jugando una partida de dominó en el hogar del jubilado. Y, aunque hoy no nos lea ni mañana nos escuche, el placer ha sido sido éste, el de recordarle, el de volver a los años ochenta, a una parte necesaria de su vida…