Alexandra Kohan: “La salida de la opresión para las mujeres no es haciendo callar al otro, a ningún otro”

La psicoanalista argentina Alexandra Kohan.

La reconocida psicoanalista argentina publica Un cuerpo al fin, un ensayo que explora en las dimensiones invisibles del cuerpo desde su especialidad. La autora visita el origen del psicoanálisis y examina la fragilidad del cuerpo, el sentido de los síntomas, el deseo y el sexo, los efectos de la pandemia y el retorno de una “lectura genital” que hacen ciertos feminismos en el debate por la igualdad.


Hace una semana se contagió de Covid. No fue un cuadro grave, porque está vacunada, dice Alexandra Kohan, pero de todos modos la afectó. Durante cinco días no pudo hacer prácticamente nada. Ni siquiera leer. Y de algún modo ello la hizo pensar en los discursos de la nueva normalidad. “El mundo se reconfiguró y hay una euforia por salir adelante. Yo creo que hay que darle lugar a la pérdida; hay un mundo que se perdió. Y no se trata de recuperar el mundo perdido, ni el tiempo perdido, sino darle lugar a la pérdida para poder vivir mejor. La relación del cuerpo con el mundo nuevo toma tiempo”, dice.

Autora del ensayo Y sin embargo el amor, la psicoanalista argentina acaba de publicar Un cuerpo al fin, un libro que reflexiona en torno a las dimensiones del cuerpo desde el sicoanálisis. Apoyada en una rica variedad de lecturas, desde Freud y Lacan a Barthes y desde la filosofía a la poesía contemporánea, explora en la idea del cuerpo “que no se deja reducir al saber de la ciencia”.

Alexandra Kohan viaja al origen del psicoanálisis para abordar el hallazgo freudiano, el cuerpo delineado por el inconsciente; la relación entre la anatomía orgánica y lo que David Le Breton llama “la anatomía fantástica”, invisible a los ojos.

El síntoma, la angustia y el dolor, la sexualidad y el deseo, el discurso biológico en ciertos feminismos y los efectos de la pandemia sobre el cuerpo son algunos de los pliegues que examina la autora, académica de la Universidad de Buenos Aires y fundadora de Psicoanálisis Zona Franca.

-Lo que Freud descubre es que hay algo que excede la anatomía y que arma una anatomía paralela. Cuando las causas de los síntomas no son orgánicas, cuando no responden a lo biológico, responden a otra cosa. Y esa otra cosa, efectivamente, podríamos decir que es el cuerpo del inconsciente. Uno le dirige una pregunta al médico porque el cuerpo duele y el médico responde usted no tiene nada… nada orgánico sería, ¿no? Pero el dolor está. Entonces, una vez que uno descartó lo orgánico, hay que dirigir la pregunta al sicoanalista.

Ud. plantea considerar el síntoma como un texto a leer más que un mal a eliminar.

Absolutamente. Esa es una diferencia con la medicina o con otras disciplinas terapéuticas, desde la sicología a otras prácticas alternativas. La relación que establece el psicoanálisis con el síntoma es una relación inédita y única en la medida en que concibe que el síntoma no es un problema que hay que eliminar, sino que es una solución a un problema que habrá que identificar, en todo caso, pero que en principio es una solución subjetiva a cierto malestar. Y eso hay que interrogarlo. Y el síntoma, como el cuerpo, constituye un texto que hay que leer. Y esa lectura, digamos, no está garantizada. Esa lectura no es siempre la misma, es una lectura que se produce en la relación del paciente y el psicoanalista, no es algo que se pueda sistematizar.

¿Podemos manejar el cuerpo?

Es lo que menos podemos manejar. Uno vive como si fuera dueño de su cuerpo, como si fuera el que decide voluntariamente qué hacer con el cuerpo, y nada más involuntario que el cuerpo. Si uno estuviera atento se daría cuenta de que nada de lo que hace con el cuerpo es voluntario. Ni respirar es voluntario, uno no se propone respirar. Y así como el malestar, incluso el bienestar tampoco es voluntario. A veces uno está contento y está bien con su cuerpo, y tampoco sabe a qué responde. Entonces ninguna de las manifestaciones que aparecen en el cuerpo son voluntarias.

¿Entonces no somos dueños del cuerpo?

En una zona donde uno advierte que no es dueño de su cuerpo es en la sexualidad. Hay una frase que me gusta mucho, que es en la sexualidad uno no sabe con qué pie hay que bailar, ¿no? Porque efectivamente uno no sabe qué pasa en la sexualidad y en el encuentro con el otro. Y eso tampoco tiene que ver con la experiencia acumulada de años. La sexualidad no responde a la experiencia acumulable, porque incluso tampoco responde a si uno conoce o tiene cierta familiaridad con el cuerpo del otro. Quiero decir, el goce sexual no depende de lo que uno quiera o no quiera, depende del deseo, que también es algo opaco, digamos. Si hay algo que muestra el deseo es que no tiene nada que ver con la voluntad, sino todo lo contrario, pone en jaque la voluntad.

Hoy nos encontramos con discursos sobre el sexo en todas partes, ¿cómo afecta la sexualidad?

Hay discursos sobre el sexo por todas partes, con lo cual yo retomaría lo que dijo Barthes en la década del 70, que me parece que vuelve a estar vigente: lo que está reprimido hoy en día es lo sentimental y lo que aparece es la sexualidad. La idea de estar hablando todo el tiempo de sexo no necesariamente implica que no haya represión ahí. Sería un poco pueril suponer que hoy en día, porque se habla por todos lados de sexo, no hay represión. Diría, en principio, que es algo que tenemos que seguir pensando, porque hay una especie de empuje al sexo, casi como una obligatoriedad a la sexualidad, y hay una cantidad de discursos que vedan la cosa más amorosa. Y muchas personas se sienten obligadas a tener que ir hacia eso y a veces eso conlleva a cierta angustia también. Yo diría que cualquier discurso que se presenta como obligatorio conlleva su parte angustiosa.

Mucho tiempo el cuerpo de la mujer parecía destinado a la maternidad, pero esa idea fue cuestionada desde el feminismo. Eventualmente, ahora la maternidad parece en escrutinio. ¿Cómo ve este tema hoy?

Sí, hubo una cantidad enorme de años en los que las mujeres estábamos destinadas a la maternidad, condenadas a eso, no había margen de opción, porque si se elegía no ser madre, había mucha estigmatización y esas mujeres tenían que dar explicaciones de por qué no querían ser madres. Me parece que hoy en día las mujeres que deciden no ser madres siguen teniendo que dar explicaciones. La pregunta todavía está muy pegada entre la mujer y la maternidad. Ahora, lo que sí noté es que empezaron a proliferar una cantidad de discursos que son como lo inverso, una reivindicación de que la maternidad sea una porquería. Entonces otra vez las mujeres que quieren ser madres en esta época empiezan a sentirse culpables de querer ser madres. Es parecido a lo que pasa con la sexualidad: en nombre de cierta emancipación se condena a las mujeres a otro deber ser.

En el libro Ud. habla también del regreso a una “lectura genital de los cuerpos”, es decir, que unas opiniones serían más válidas que otras dependiendo del género.

Muchas veces las personas tienen entre comillas derecho a hablar o no dependiendo de los genitales que porten. Y a mí me parece que es muy contradictorio con los discursos de la diversidad y el modo en que cada quien habita su posición sexual, para decirlo de alguna manera. Me parece que hay un retorno a la genitalidad, si es varón o mujer quién habla, cómo habla, qué derecho tiene a hablar, qué valor tiene una palabra si la dice un hombre. En fin, una cosa es que interroguemos los lugares de enunciación y otra cosa es no interrogar esos lugares y rápidamente ir hacia la cuestión de si alguien es varón o mujer, atribuyéndole al otro un género.

Cierto feminismo quiere dejar fuera de la discusión sobre la desigualdad e género a los hombres, ¿qué piensa de ello?

Lo que te digo, una cosa es interrogar los lugares de enunciación y otra es suponer que alguien por ser hombre su palabra no tiene lugar. Por supuesto, el feminismo que a mí me interesa es el feminismo que incluye a los hombres o lo que sea que significa hombre, mujer. También estamos cuestionando los binarismos, entonces es un problema decir voy por un feminismo que incluye a los hombres o por un feminismo que no incluye a los hombres. La pregunta implica seguir pensando, porque efectivamente no se trata de dar vuelta el panqueque. Antes las mujeres estaban silenciadas, ahora se tienen que callar los varones, no. No me parece que se tenga que aplicar la misma metodología que han padecido las mujeres. La salida de la opresión para las mujeres no es haciendo callar al otro, de ningún modo, a ningún otro. Que antes estábamos silenciadas las mujeres y ahora se tienen que callar los hombres, no estoy de acuerdo con eso. Pero, bueno, son distintas maneras de pensar el feminismo.

“La anatomía es el destino”, decía Freud. ¿Cómo ve la tensión entre género y sexo?

Eso ya lo discutieron Judith Butler y otros teóricos. Para discutir esa frase hay que entender qué quiso decir Freud. No quiso decir que la anatomía determina la posición sexuada, no. Lo que quiso decir es que no se puede soslayar lo anatómico en el sentido de que lo anatómico es un real del cuerpo. Con eso hay que hacer algo, hombres, mujeres, no importa. Freud dice que a la diferencia sexual anatómica hay que responder de alguna manera, no está diciendo que es mejor esta anatomía que la otra. O sea, no es el mismo cuerpo uno que el otro, pero no está diciendo que uno es superior o inferior, eso viene después por el patriarcado o la cultura.

La pandemia irrumpió en nuestras vidas y “nuestros cuerpos fueron el terreno donde fue a sembrar un malestar inédito”, escribe. ¿Cómo afectó la pandemia al cuerpo?

Lo afectó muchísimo. Me parece que los cuerpos están efectivamente un poco desencajados, desfasados. Hay una cantidad de pesares que responden a lo orgánico, porque no hay que desmerecer lo orgánico. Por ejemplo, ¿qué implicaron estos dos años de miedo? ¿Qué impacto tuvo en lo fisiológico el miedo? Básicamente, el síntoma que más aparece es el cansancio, un cansancio que no es simplemente el de estar trabajando mucho, sino un cansancio que implica, además, la capa de la pandemia, lo que implicó la pandemia en términos de cómo se reorganizó el mundo, porque el mundo ya no es el que era. Y esa relación con el nuevo mundo lleva su tiempo y el cuerpo llega quizás un poco más tarde.

¿Seguiremos viendo efectos invisibles de la pandemia?

Recién ahora están apareciendo los efectos de los dos años de pandemia sobre el cuerpo, porque durante dos años tuvimos que sobrevivir, tuvimos que tratar de no morir, por decirlo de alguna manera. Tuvimos que adaptarnos rápidamente a eso que irrumpió, totalmente inédito en la historia, por lo menos en nuestra historia.

Al principio la cuarentena se recibió con cierta ilusión, con la idea de hacer una pausa, conectarse con lo doméstico, con la intimidad, pero acabó agotando...

Si uno se pone a pensar, pasaron solo dos años y, sin embargo, a todos nos pasó una vida por encima. Uno habla y la gente dice no puedo creer que eso fue el año pasado. O sea, ahora van a ser casi tres años desde el comienzo de la pandemia y recién estamos más tranquilos, en el sentido de que no nos vamos a morir. Aparentemente, la gente recién ahora está viviendo con cierto retraso los efectos sobre el cuerpo. Y hay que hacerles el lugar a esos efectos.

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