Alfredo Zamudio: “La democracia debe incluir el debate de las cosas difíciles, pero eso no significa tolerar la violencia”
El director de la misión Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo habla del proceso de talleres y encuentros que desarrollan en La Araucanía desde mediados de 2021. En medio de una semana que estremeció a la región con nuevos ataques incendiarios, Zamudio defiende que el diálogo es la mejor herramienta para lograr cambios profundos. La recepción que han logrado los talleres, afirma, es un indicador de que el conflicto, si bien complejo, no es irreversible.
Aún recuerda la mirada de su padre cuando le quitaron las esposas. Era el 12 de septiembre de 1976. Después de tres años de presidio, y gracias a las gestiones del embajador noruego de la época, el padre de Alfredo Zamudio fue liberado en el aeropuerto de Pudahuel. “Ahora asumo yo”, les dijo el diplomático a los gendarmes, y los acompañó a ambos hasta la escalera del avión. Alfredo Zamudio tenía 15 años y desde la detención de su padre sufría pesadillas y tartamudeos. En Oslo fueron recibidos en un centro de refugiados y lentamente comenzó su sanación y su nueva vida.
Hoy, Alfredo Zamudio dirige la misión Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo de Noruega. De algún modo, su historia personal ha delineado su visión sobre cómo abordar los conflictos a partir de la conversación, sobre todo escuchar al otro.
Con experiencia en mediación en Bosnia, Colombia y Sudán, Zamudio volvió a conectarse profundamente con el país tras el estallido social. Desde entonces se ha reunido con autoridades de gobierno, parlamentarios y universidades, y el centro que dirige ha realizado más de 250 actividades, talleres y encuentros en Santiago, Arica y La Araucanía. Y aunque subraya que su propósito no es ofrecer análisis político, destaca la voluntad de diálogo que ha observado.
-Desde el primer momento hemos encontrado muchas personas que nos han pedido ayuda para conversar con el otro. Eso ha sido constante y por eso hemos seguido colaborando, porque hemos visto que, además de todos los problemas que hay en Chile, de todos los desencuentros, también hay mucha esperanza de poder cambiarlo.
Ya es de noche en Lillehammer, la tranquila ciudad donde vive, al norte de Oslo, rodeada de colinas verdes. De hablar lento y reflexivo, en la conversación de Zamudio se reiteran algunos conceptos, como el factor tiempo, y aparecen también imágenes y expresiones indudablemente chilenas.
Desde mediados de 2021, Nansen desarrolla un ciclo de talleres en La Araucanía en respuesta a la invitación de los rectores de las siete universidades regionales y el obispo de Temuco de entonces, Héctor Vargas, quienes convocaron a un proceso de diálogo con el fin de reparar y “reconstruir relaciones entre el pueblo mapuche, Chile y sus instituciones”.
Los diálogos propiciados por Nansen se desarrollan en un contexto de alta complejidad, que se ve continuamente remecido por la violencia.
Esta semana se registraron ataques incendiarios en La Araucanía, Arauco y Los Ríos, que dejaron maquinaria quemada, así como una iglesia, una casona patronal, una bodega y maquinaria propiedad de exconcejal de Lautaro Carlos Gutiérrez. Aun en este contexto, Zamudio sigue confiando en el diálogo y evita hacer análisis políticos.
De acuerdo con su experiencia, para transformar situaciones de conflicto se requieren tres pilares: conocimientos, instituciones y voluntad política.
-Nuestro país tiene conocimientos y tiene instituciones, pero las voluntades, por distintas razones, han estado un tanto dispersas. Nuestra sugerencia para los rectores fue apoyar con talleres, para crear puntos de encuentro para motivar esas voluntades. Sin duda es un camino largo, pero es un camino que hay que caminar.
Hasta la fecha, más de 800 personas han participado en los talleres, de todos los ámbitos: académicos, emprendedores, profesionales y trabajadores del pueblo mapuche y no mapuche. Las experiencias personales son distintas, pero hay sensaciones transversales, dice:
-Aunque estos talleres son sólo lugares para aprender, las personas también tienen la vivencia del diálogo. Los talleres en sí son conmovedores. Las personas se escuchan, se dicen cosas, aprenden juntos, se crean nuevas conversaciones. No puedo contar mucho, pero sí puedo decir que muchas de las historias tienen que ver con un sentimiento de abandono de parte de las instituciones del Estado.
“Nos damos cuenta de que la gente quiere aprender a dialogar, y nos preguntan: ¿Qué es diálogo? Nosotros decimos que el diálogo es una forma de comunicación que ofrece el tiempo y el espacio para que las personas puedan mostrar la complejidad de sus respectivas realidades”
Alfredo Zamudio
Alfredo Zamudio destaca la colaboración de las universidades, que ha permitido realizar 50 talleres, y que se trata de una experiencia bastante única.
-Después de haber realizado la mitad de los talleres, nos preguntamos: ¿Qué pasa si hiciéramos algunos talleres sólo para mujeres? Y ahí nos dimos cuenta cuán diferentes son las conversaciones cuando las mujeres están en el centro, porque hay un empoderamiento inmediato, cambia la asimetría, el lenguaje, todo. Por eso es que las mujeres deben tener un rol central en los procesos formales de diálogo y negociación de conflictos.
Alfredo Zamudio cuenta que en uno de los talleres, una participante les dijo: “Si no confío, voy a caminar por un camino de soledad”. Y ello, dice, lo llevó a preguntarse “¿por dónde empieza uno la construcción de la confianza?”.
-También nos damos cuenta de que la gente quiere aprender a dialogar, y nos preguntan: ¿Qué es diálogo? Nosotros decimos que el diálogo es una forma de comunicación que ofrece el tiempo y el espacio para que las personas puedan mostrar la complejidad de sus respectivas realidades. Y lo más importante, es que se puede aprender y se puede practicar.
Ustedes defienden las virtudes del diálogo, pero ¿qué pasa con aquellos que no quieren dialogar?
Un proceso de diálogo es igual que una ecuación. El diálogo sobre tiempo puede ayudar a construir la confianza sobre tiempo, y estos dos pueden ayudar a construir la colaboración sobre tiempo. El factor tiempo es la constante. Cuando uno inicia un proceso de diálogo, tal vez no tiene todo claro, es como esas micros de pueblo que antes se llenaban hasta el techo, e incluso el chofer quedaba colgando por fuera. Un proceso de diálogo es así, tal vez no hay suficiente espacio, o no se sabe para dónde va, pero empieza por algún lado. En un proceso de diálogo las personas tienen una idea de cuál es el cambio que quieren y tienen que tomarse el tiempo para expresarlo y para que el otro lo escuche. Para que el cambio suceda uno tiene que decidir ¿quién debe estar en esta conversación? Empiezan por lo más cercano, y nosotros les decimos que en esas conversaciones chiquitas traten de encontrar el lugar más bajo de la pirca, que es la transformación más viable que ustedes pueden lograr ahora mismo. Si se van a lo más difícil, se van a dar un porrazo. Si se van por lo más simple, tal vez les va bien y van a querer seguir conversando. Quienes participan en un proceso, al principio tal vez no tienen confianza, pero se va construyendo de a poco.
¿Usted cree que quienes están por la violencia pueden llegar a sumarse al diálogo?
Toda sociedad democrática que desea una transformación de ese modo tiene mecanismos y herramientas para aplicar la ley, para aplicar el orden. Y también para buscar soluciones políticas a problemas estructurales, como el que usted menciona. En Noruega, en el 2011, hubo una matanza terrible en la isla de Utoya, además de una bomba en Oslo, quitando la vida de 77 personas. Fue algo muy doloroso. Y tres meses después de los asesinatos, quien ahora es primer ministro de Noruega dio un discurso donde habló de cómo la democracia tiene que ser dialogante para que esas voces que están allá, en lo extremo, vengan a la luz. Porque la democracia se debilita cuando tiene personas, grupos, que no participan en el debate público. Y eso requiere de mucha fortaleza, porque la democracia debe incluir en una forma pacífica, respetuosa, incluso a grupos que tienen posturas que nos parecen muy difíciles.
Pero eso no significa tolerar la violencia.
No significa tolerar la violencia. Pero la democracia debe incluir el debate de las cosas difíciles, porque el debate sobre las cosas difíciles sirve para exponer todas las ideas que existen en una sociedad, que no significa aceptarlas.
¿Por qué seguir apostando por el diálogo cuando la violencia no deja de escalar?
He estado en otras situaciones de conflicto donde también se han hecho el mismo tipo de preguntas. Y en esos lugares, tampoco ha sido fácil encontrar un camino para transformar crisis muy complejas. Cada país y cada situación de conflicto es diferente, pero hay tres tipos de herramientas disponibles para la transformación pacífica de conflictos: negociación, mediación y diálogo. Son diferentes, porque la negociación y la mediación ponen más énfasis en el resultado y menos en las relaciones. Por otro lado, el diálogo pone menos énfasis en el resultado y mucho más en las relaciones, o sea, el diálogo puede ser más incluyente y, por eso, toma más tiempo. Para decirlo en simple: la mediación y la negociación son herramientas que pueden transformar cosas urgentes. Pero si se buscan cambios profundos, el diálogo puede ser una mejor opción. No es fácil embarcarse en un proceso de transformación de conflicto, porque al inicio no hay una hoja de ruta, no hay un resultado a la vista. El camino lo hacen quienes se embarcan en la búsqueda de nuevas formas de entendimiento. Aunque sean muchas las brechas, hay que seguir haciendo todo lo posible para restablecer la confianza entre quienes desean escucharse.
Sería muy errado de nuestra parte decir que somos parte de un proceso de encontrar soluciones. Aunque es una situación compleja y reversible, hay que tener respeto por el tiempo que puede demorar.
Desde esa perspectiva, ¿es posible lograr la paz en La Araucanía?
Yo solo le puedo decir lo que nosotros escuchamos, que hay una sensación de abandono. Pero lo que vemos es que cuando las personas, aunque sean distantes, aunque sean adversarias, se encuentran en este ejercicio de conversar, ahí suceden cosas muy interesantes. Y se humanizan, se ven, se escuchan. Este ejercicio de conversación y de aprendizaje en común es un indicador de que esto no es irreversible. Deben suceder cosas que yo no sé cuáles son, pero aún es tiempo para que puedan encontrarse soluciones. Y como decían los rectores y la rectora en su carta cuando nos invitaron, políticas de Estado son diferentes a políticas de gobierno.
Este gobierno ha tenido intención de acercarse a la zona...
No podría comentarle, porque sería un análisis político.
Pero usted ha tenido diálogos con el gobierno en torno a ese tema.
Hemos tenido diálogos con muchas instituciones, del gobierno y civiles. Hasta el momento han participado más de 30 mil personas en los talleres y en los encuentros que hemos hecho en todo el país. Para lograr eso, uno tiene que conversar, invitar, sugerir, explicar a mucha gente. Y tomarse el tiempo de hacerlo. Sería muy errado de nuestra parte decir que somos parte de un proceso de encontrar soluciones. Aunque es una situación compleja y reversible, hay que tener respeto por el tiempo que puede demorar.
Diálogo de país
“Estoy profundamente orgulloso del proceso constituyente de Chile”, dijo Ud. en su presentación ante la Convención Constituyente anterior. ¿Cómo evalúa hoy ese proceso?
Me conmueve que mi país, Chile, haya decidido un camino democrático para escribir una nueva Constitución y que haya depositado sus esperanzas en un grupo de personas para representar sus ideas. Escribir una Constitución no es sólo un encuentro de personas y saberes, sino también entre emociones e historias. En situaciones de desconfianza, la forma cómo se escuchan define también cómo les va en esas conversaciones. En la diplomacia hay que cuidar las formas y un encuentro entre adversarios políticos puede aprender mucho de la diplomacia. Cuando me invitaron a la Convención, traté de darles ánimo y reforzar estos mensajes. Creo que un aprendizaje importante es que los y las convencionales aprendieron y crecieron como personas. Creo que eso también va a pasar ahora. Siento que hay que desearles bien a quienes se embarcan a construir una nueva Constitución. Porque si les va bien, también le va a ir bien al país.
En septiembre se conmemoran 50 años del Golpe militar. ¿De qué modo lo afectó a Ud.?
Mi padre, Alfredo Zamudio Concha, fue detenido en Arica el 12 de septiembre de 1973. Él y yo vivíamos solos, y me quedé solo a los 12 años. De un día a otro terminó mi infancia y aprendí de a poco a sobrevivir y en quiénes confiar. Aunque estuve a la deriva, tuve ayuda de amigos y familiares que hicieron posible salir con vida de esos tres años de mucha soledad y humillaciones.
Tres años después y gracias a la valiente gestión de Roberto Kozak y Lissen Elkin, del CIME (hoy OIM), y los buenos oficios de Frode Nielsen, el embajador noruego de ese entonces, mi padre fue puesto en libertad en el aeropuerto de Santiago el 15 de septiembre de 1976 (…) En Oslo nos esperaba una persona que nos llevó a un albergue para refugiados. Poco tiempo después dejé de tartamudear, y cada vez eran menos las pesadillas. Tenía aún 15 años cuando empecé a estudiar y a recuperar el tiempo perdido.
En esa búsqueda de lo normal, durante muchos años no me di permiso para decirme que estaba afectado por todo lo que había pasado. Me preguntaba: ¿Para qué contar? ¿Para qué poner tristes a mis amigos y familia? Pensaba que era mejor callar. Pero tal vez lo que en realidad sentía era temor a que si contaba, no me iban a creer. Y era mejor seguir callando.
¿Conmemorar los 50 años ayudará a superar las divisiones o reabrirá las heridas?
Su pregunta es importante, porque la memoria de abusos anteriores sigue viva. Es importante hablar de estas cosas y darles un nombre, como decía Paulo Freire. En mi trabajo he aprendido que las memorias no desaparecen, porque están relacionadas con las emociones, y estas emociones pueden pasar de generación en generación si no se abordan y se les pone un nombre.
Una parte de los problemas que tenemos como país es que tal vez no se ve el valor de sentarse a conversar con quien piensa distinto. Escuchar no significa aceptar lo inaceptable ni perdonar lo imperdonable. Escuchar es una forma para conocer, entender, saber. Hay que ser muy valiente para escuchar a alguien que tal vez te cuente algo que te haga cambiar de opinión.
Hay gente que me pregunta si mi experiencia personal tiene algo que ver en cómo veo yo los conflictos. Mi padre y yo sentimos en el cuerpo y el alma el impacto del Golpe militar. Después he visto otras situaciones en Colombia, Bosnia, Sudán, Timor Oriental y otros lugares, donde vecinos mataban vecinos, en situaciones donde el odio también tomó el control de las cosas. En medio de las necesidades urgentes, es difícil creer en el futuro, pero sé que es posible que las personas levanten la mirada y vean el horizonte como un futuro donde también hay espacio para ellos.
Hay un dicho noruego que dice que si quieres saber para dónde vas, tienes que saber de dónde vienes. Cuando ha habido grandes crisis, la confianza no se reconstruye solo diciendo “confía en mí, hagamos un acuerdo”. Por eso hay que darles espacio a las conversaciones sobre lo que hubo, para transformar lo que hay y construir lo que puede ser. El futuro es desconocido, pero todos lo podemos construir. Por eso a veces me pregunto si lo que necesitamos es un diálogo de país, porque tenemos tantas cosas que decirnos.
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