Atender entre las balas: el eterno calvario del hospital blindado de San Ramón
Pese a ser el único recinto de salud con seguridad antibalas de Latinoamérica, en el Hospital Padre Hurtado las balas siguen cayendo. Hieren a sus trabajadores, matan a sus pacientes y dejan un diagnóstico sombrío: que por más que se tomen medidas, ahí nada nunca cambia.
Al doctor Pablo Gutiérrez (36) no le gustaba la idea de instalar un muro antibalas. Eso dice mientras lo observa de reojo. Ahí, parado frente a la entrada del Hospital Padre Hurtado (HPH), ubicada en la calle Esperanza, en la comuna de San Ramón, recuerda por qué lo pusieron: fue después de que en noviembre de 2019 ingresaran seis balas locas a distintas salas con pacientes hospitalizados. Todas en menos de 24 horas.
Por ese entonces, el hoy jefe de la Urgencia estaba a cargo de la Unidad Aguda de Adultos, un área del cuarto piso que ese día recibió uno de los impactos. Aunque no estaba esa noche de turno, recuerda cómo sus compañeros mandaban fotos poniendo colchones y camillas en las ventanas y escondiéndose en el suelo. La mañana del día siguiente, el doctor llegó a conversar con ellos y los pacientes.
-Les pregunté cómo estaban. Una señora me contó que había tenido suerte, porque la bala le había pasado justo por el lado. Otro paciente de esa misma sala no opinó lo mismo: me dijo que la suerte no lo había acompañado, porque él quería que la bala le llegara a él.
Gutiérrez hace una pausa.
-Nunca supimos de dónde vino ni cómo llegó al cuarto piso. Pero bueno, ahí está el muro que pusieron después de eso. Aquí empieza el recorrido. ¿Vamos?
La urgencia blindada
Son las 9.30 horas del jueves 30 de marzo. Además del muro antibalas instalado desde hace casi tres años, en el frontis del hospital hay pancartas pegadas en las mamparas de vidrio con distintos mensajes escritos. Estas últimas semanas los funcionarios del lugar organizaron una movilización protestando por la baja de sueldos, la falta de recursos y las condiciones laborales. Entre las demandas, la inseguridad que se vive a diario es una de las principales quejas. Sobre todo porque, explican sus trabajadores, pese a toda la fama que el Hospital Padre Hurtado ha tenido por ser considerado un lugar de alto riesgo, ninguna de las medidas que se han tomado desde la red de salud han sido suficientes.
A Pablo Gutiérrez no le gustaba la idea del muro por una sola razón. Él, un médico internista de la Universidad del Desarrollo que partió haciendo su internado en el hospital como estudiante en 2012, creía que una medida así sólo iba a contribuir al estigma social del sector.
-Era otra valla más con la gente, más yugo social de estar en un barrio rojo. Esta es una zona donde, si se seguía con esa fama, ningún comercio iba a ponerse nunca. Hoy día el único supermercado que hay es uno que está en la esquina, no hay ninguna cadena de comida rápida en kilómetros a la redonda, no hay nada. San Ramón siempre ha estado botado.
Para Patricio Vega (70), la construcción del muro fue un alivio. En noviembre de 2019 llevaba nueve meses trabajando como supervisor de aseo en el hospital. El día de las balas, el susto que pasó no fue menor: uno de los impactos llegó a la sala del cuarto piso en donde estaba hospitalizada su señora por una trombosis.
-Yo me enteré al otro día, cuando llegué a trabajar en la mañana, subí a preguntar por mi señora y no estaba. La vine a encontrar en una oficina que tuvieron que adaptar para hospitalizados que aún no podían ser dados de alta. Cuando la vi, me dijo que ya no quería seguir ahí.
El día después, el entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich, visitó el recinto y anunció medidas extraordinarias. “La situación del Hospital Padre Hurtado pone un límite”, dijo a los medios esa vez, luego de que tuviera que ser escoltado por Fuerzas Especiales de Carabineros tras intentos de agresiones y amenazas por parte de usuarios y funcionarios del hospital.
Además del anuncio de la construcción del muro, el secretario de Estado aseguró la presencia de ocho carabineros permanentemente en turnos de ronda alrededor del hospital; el fortalecimiento de las mamparas del servicio de Urgencias, un detector de metales en la entrada de Urgencia y la instalación inmediata de cámaras de seguridad.
Después de tres meses de construcción, en abril de 2020, se inauguró una estructura de fierro que cubría desde el segundo al cuarto piso del sector sur del hospital. En esos primeros días, uno de los funcionarios aportó un dato: el Padre Hurtado se había convertido en el único hospital blindado de Latinoamérica. Gutiérrez, en un principio, no lo creyó.
-Después lo buscamos y era verdad. De paso nos hicimos conocidos en Chile por ser el hospital de las balas locas.
La turba y las armas
El 2 de febrero de este año, a la Urgencia del hospital llegó un paciente parapléjico de 45 años que venía con un shock séptico. La doctora Masiel Albornoz (29) lo recibió. Junto a otro médico lo llevaron a un box, lo trasladaron de la silla de ruedas a la camilla y al momento de desvestirlo para poder atenderlo, se encontraron con algo que los dejó helados: debajo de su ropa interior el paciente tenía un arma.
El hecho vino a agudizar una serie de situaciones que Albornoz había vivido los últimos tres años y que la hicieron entender que algo había cambiado. El aumento de la inseguridad que los funcionarios del hospital han percibido ha sido notorio, dice ella, y el que más se ha visto afectado ha sido el sector de Urgencia: el lugar de más fácil acceso para los usuarios.
-El cambio vino cuando empezó a bajar la curva de la pandemia. Antes, si bien nos tocaba pasar turnos de noche y entender que los fuegos artificiales significaban la llegada de la droga, no había situaciones que nos involucraran como internos, porque éramos un grupo bien protegido. Pero en los últimos años han pasado varias cosas que hacen que uno se cuestione por qué seguimos trabajando aquí.
Tener el uniforme del hospital también era una suerte de escudo protector en el barrio. Albornoz lo sabía desde que, en 2012, entró como interna cuando estudiaba Medicina en la Universidad del Desarrollo.
-Siempre nos dijeron que esta zona era peligrosa y que había que tomar ciertos resguardos. Uno de esos era salir del hospital siempre con delantal. Eso hoy se quebró -dice Albornoz.
El narcotráfico y la delincuencia han traído consigo un aumento significativo en los baleados que llegan. Entre todo el 2022 y lo que va de 2023 se han atendido 480 heridas de bala en la Urgencia, heridos que incluyen adultos, niños y adolescentes.
Todo eso, cuenta Pablo Gutiérrez, no sólo conlleva el desafío médico de atender a un paciente con riesgo vital, sino también otro que tienen que vivir a diario:
-Mientras ves al paciente estás pensando: “¿Vendrá otra banda a rematarlo?, ¿vendrán tres baleados más porque fue el mismo problema? ¿vendrá un carabinero herido además?”.
El mesón de informaciones de la entrada del hospital está rodeado por un vidrio doble de medio metro de altura. No es para protegerse del Covid-19: tuvieron que instalarlo en 2019, junto con las cámaras de seguridad, el detector de metales y el reforzamiento de varias ventanas del recinto hospitalario.
Nada de eso ayudó a solucionar el problema. Con la llegada de la pandemia, en el hospital resienten que las medidas para evitar la inseguridad de los trabajadores se dejaron de lado para enfocarse de lleno en la atención de pacientes por la emergencia. Las balas, entonces, dejaron de ser un asunto prioritario.
Gutiérrez camina por los pasillos del hospital. Mientras lo hace, va recordando las experiencias que le ha tocado ver: pacientes de bandas rivales que se disparan en plena sala de espera de la Urgencia, familiares que entran de a 10 a ver a los pacientes y, lo más complicado, las turbas que llegan a la unidad de Urgencia.
-¿Ves esa garita de ahí afuera? Se hizo a fines de 2020. Se suponía que era para que hubiera un puesto fijo de Carabineros. Pero muchas veces no están. Pasa que los turnos 24/7 no siempre se siguen y siempre los necesitamos.
La puerta que separa los boxes de atención y la sala de espera de la Urgencia, en donde hay dos guardias custodiando, era mitad de madera y mitad de fierro. En 2020 la reforzaron para que quedara entera de fierro después de que, en plena cuarentena y con resguardo de militares, entrara una turba de personas que pedía ver a sus familiares. Gutiérrez tuvo que contenerla con los guardias.
A finales de diciembre de 2022 volvió a pasar. Luego de la muerte de un recién nacido en la Unidad de Maternidad, y tras una funa por redes sociales al hospital, a la Urgencia Pediátrica entraron más de 100 personas. Hoy la mampara del ingreso a la sala de espera aún permanece sin vidrio y también se ven ventanas quebradas. La matrona jefa de la unidad, Claudia Carrillo, recuerda el golpe que significó para su equipo.
-Llegaban guardias heridos a atenderse en la Urgencia Adulto, la gente ingresó a los boxes, rompieron todo y golpearon a los funcionarios.
A partir de ese día, cuenta Carrillo, dos médicos del equipo Maternidad quedaron con licencia psiquiátrica, dos matronas con licencia médica y todo el resto del equipo con intervención psicológica.
Caen las balas
La tarde del 8 de abril de 2022, apenas dieron las 20 horas, Patricio Vega se aprontó para salir de su turno y fue a marcar la hora de salida al área del casino. Cuando salió de ahí, y mientras caminaba por el complejo hospitalario, sintió como que le hubieran dado un fierrazo en su brazo izquierdo. Luego escuchó un estruendo.
-Cuando miré, vi mi polera agujereada y dije altiro: me llegó un balazo.
Pablo Gutiérrez lo recibió en la Urgencia, que Vega tenía a pocos metros. Lo atendieron, le trataron la herida de bala que cruzó su brazo y, luego, lo trasladaron al Hospital del Trabajador de la ACHS, donde le dieron 22 días de licencia.
Del responsable del disparo nunca supieron, sólo que nuevamente se trataba de una bala loca. El tema es que ahora no sólo dañaba la estructura del hospital, sino que a sus propios funcionarios.
-Uno se pone a pensar ahora y te preguntas hasta cuándo va a ser así esto, pero está tan naturalizado, que no hubo tanto revuelo en su momento. Nadie supo lo que le había pasado a Patricio- dice Gutiérrez.
Esa normalización, muchas veces, se ha traducido en que rara vez estas situaciones se denuncian en la fiscalía. Hasta hace poco, dice el jefe de la Urgencia, no existía un protocolo para hacerlo, por lo que varios en el hospital se acostumbraron a dejar pasar las situaciones y seguir con su trabajo. Sin embargo, según datos de la Fiscalía Metropolitana Sur, desde enero de 2022 hasta marzo de este año se han registrado 162 causas ocurridas al interior del Hospital Padre Hurtado. Estas van desde amenazas, lesiones y robos, hasta abusos sexuales.
Las balas locas han jugado con la suerte de otros funcionarios también. La noche del 3 de marzo, Masiel Albornoz recibió un mensaje a su WhatsApp que decía esto: “Se suspende atención por una hora por incidente con pacientes en reanimador relacionado a caída de bala en la pérgola trasera del hospital. Me indica Carabineros no salir hacia los exteriores del hospital por riesgo de nuevos proyectiles, ya que no se ha detenido a uno de los implicados”.
Albornoz tenía que cruzar desde los contenedores, en donde duerme el personal de salud de turno, ubicados por el lado de la calle Riquelme, a la Urgencia de Adultos.
Esa bala cayó sobre una pérgola de uno de los patios al interior del Padre Hurtado. Un sector donde es usual que funcionarios salgan a hablar por teléfono, a almorzar o a sentarse a descansar. A la hora del almuerzo de hoy, ese patio está lleno de funcionarios. Gutiérrez lo recorre mientras intenta encontrar el lugar exacto al que llegó la bala.
-Mira, aquí cayó exactamente, entre esas piedras. Le podría haber llegado a cualquier persona que estuviera ahí. Pero la gente de acá, al final, sigue haciendo su vida. No vamos a dejar de venir a este lugar por eso.
En el hospital existe consenso de dos cosas: que, pese al esfuerzo y las nuevas medidas, la vida en el Padre Hurtado sigue igual. Y que la razón de todo esto es algo que va más allá de un muro antibalas. Sus trabajadores acusan un abandono del Estado.
No han sido visitados por ninguna autoridad de la administración del Presidente Boric, salvo de la dirección del Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente. Aunque el subsecretario de Redes Asistenciales, Fernando Araos, dice estar consciente de la situación del hospital.
-No hemos ido porque hemos priorizado ciertos lugares en regiones, pero vamos a ir. Yo vengo de ese mundo, trabajé en el Servicio Metropolitano Sur Oriente y hemos recibido a los trabajadores y sus demandas en temas de seguridad.
En ese sentido, Araos reconoce que alrededor del HPH existen poblaciones de mayor vulnerabilidad que generan riesgos para la atención de pacientes. Ese es un tema que, dice, se ha discutido en la mesa de seguridad que tienen en conjunto con la Subsecretaría de Prevención del Delito:
-Hemos sido capaces de levantar refuerzos en seguridad, fortaleciendo rondas de patrullaje de Carabineros y asegurándonos de que haya un punto fijo de presencia policial. Pero entendemos que aún queda mucho por hacer.
El alcalde de San Ramón, Gustavo Toro (DC), dice que la ausencia del Estado en este sector ha sido permanente, que la inseguridad del HPH se explica porque está entre barrios donde los narcos se disputan el territorio y que para solucionar eso nunca bastó con un muro antibalas:
-Ese muro viene a manifestar la derrota de las libertades. Pero entiendo que, sin duda, aquí está en juego la vida de las personas. En definitiva, estamos tratando de sobrevivir.
Hoy día, a Pablo Gutiérrez le gusta el muro antibalas. Dice que al menos es una de las cosas que generan una sensación de seguridad. Pero reconoce que los cambios se demoran en llegar y que no son suficientes.
-Han sido tres años de violencia pura y medio oculta. Eso a uno lo va frustrando y a mis colegas también, nos hemos ido cansando.
Le pasó a Patricio Vega. Después de recuperarse de su herida de bala en el brazo, le pidió a la empresa de aseo Limchile que lo trasladara de hospital, porque tenía miedo de seguir donde estaba. Hoy trabaja en el Sótero del Río.
-Estoy tranquilo, porque al menos ya salí de ese sector, acá me siento más seguro.
La decisión dejó felices a su esposa, con la que vive en El Bosque, y a sus dos hijos. Todos ellos creen que el mundo que rodea al hospital no se va a calmar pronto. Por lo mismo, quedarse ahí, a pesar de las medidas que tomen, aún significa ponerse en riesgo.
-Aunque hagan muros perimetrales más altos -dice Vega-, las balas van a seguir llegando.
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