Si Gabriel Boric nació en Magallanes, José Antonio Kast bien podría haber nacido en Alaska. Dos polos opuestos se enfrentan el próximo domingo en la elección presidencial, que aparecieron con fuerza desde sus puntos cardinales para poner la lápida a la poderosa hegemonía del centro -a veces inclinada hacia el norte, a veces más hacia el sur- que ha gobernado Chile en las últimas décadas.

Uno es conservador en asuntos valóricos y liberal en materia económica; el otro, conservador con los números y liberal en temas de valores. Gabriel Boric (35) es hijo y, a la vez, padre de un Frente Amplio que le salió por la izquierda a la centroizquierda y la ha tenido desde entonces bailando a su ritmo, dejando a veces la dignidad en la pista.

Y en eso, como en otras formas, no fondo, tampoco es tan distinto José Antonio Kast (55). Formado en la columna vertebral de la derecha, la UDI, Kast fue agarrando vuelo propio hasta quebrar con su coalición y salir por la derecha. Armó un Partido Republicano que saltó del afán testimonial a una posibilidad palpable de ser gobierno. Y con un polo tan opuesto al frente, ha hecho que los partidos de la centroderecha también se hayan visto seducidos -y necesitados- de irse con Kast. Unos más convencidos que otros, pero todos van a esa fiesta.

Desde sus esquinas, ambos han tenido que moderarse. Bajar el volumen de los cambios altisonantes, porque el asunto va en serio. Y, además, porque tienen un contrapeso seguro en el Parlamento: al estar las fuerzas equilibradas entre los dos grandes ejes, cualquiera que salga tiene un Senado que difícilmente les va a permitir avanzar en el programa que habían propuesto para la primera vuelta. Los candidatos y sus equipos lo saben y han tenido que ir amoldando equipos, relatos y épicas para coronar este camino a La Moneda que termina en siete días más.

La ruta de Boric

Qué iba a pensar el Gabriel Boric de 2014, recién llegado a la Cámara, que siete años después tendría que tragarse sus palabras y ordenarse el look. De la barba juvenil con que entró a la Cámara, del tatuaje en su brazo y luego su corte de pelo rockero, hoy Boric, ad portas de una segunda vuelta, aparece de pelo corto, chaqueta ordenada y camisa metida dentro del pantalón.

“Honestamente, soy como soy no más, y eso gusta o no gusta. Ya he recibido muchas críticas por la pinta, pero al final no hay que tomárselas muy en serio. Ya van a pasar... No me interesa ser el ‘figurita’ del Congreso, pero no me voy a acartonar por ser diputado”, decía por junio de ese año. Claro, parlamentario, entonces autonomista –que decía estar a la izquierda del PC-, llegaba a Congreso de las cocinas demonizadas y las cúpulas de arreglines, con un capital de líder estudiantil a cuestas que le prometía un futuro de nuevos códigos, de voz de la calle, de savia nueva dispuesta a cambiarlo todo. Y lo hizo acompañado de los otros dos rostros emblemas del momento, que hasta hoy están a su lado: Giorgio Jackson (RD), quizás su alter ego en esta aventura, y Camila Vallejo (PC), dueña de un discurso y una capacidad de conectar con el público joven aun perteneciendo a uno de los más arcaicos partidos.

Pero, a poco andar, el joven Boric fue conociendo la gran política. Aquella donde las transacciones no son siempre sinónimo de abdicación a los ideales, sino de concesiones a favor de generar mayorías.

Su primero gran quiebre fue con la Izquierda Autónoma, cuyo mentor era Carlos Ruiz Encina. Boric quería ampliar el abanico, aun a costa de flexibilizar ciertos límites de la intelectualidad del movimiento. Los otros vieron en él una actitud caudillista, el grupo se quebró y Gabriel Boric formó el movimiento autonomista que más tarde derivaría en su partido, Convergencia Social.

“Lo marca también su experiencia política de ser un articulador de grupos y de ponerlos de acuerdo y crear una coalición. De cierto modo, mantener el Frente Amplio ha sido más difícil que mantener a la Concertación. Para él, crear una coalición nueva es como un juego de niños, lo viene haciendo desde que tiene 18 años. Es un coalicionista neto, intentando hacer su grupo, siendo funado, él sabe hacer esa pega”, dice Eugenio Tironi, al analizar cómo se entrelaza su vida con su relato político. “Tiene mucho que ver con su edad –agrega-, es realmente muy millennial. Tiene una cierta visión mucho más compleja del mundo, poco dogmática, abierta al ensayo y error, muy sensible a la agenda propia de este siglo: calentamiento global, diversidad, feminismo, poder territorial, etc.”, plantea el sociólogo. Con una gran capacidad de oratoria, Gabriel Boric nunca fue un diputado de segunda línea. Para entonces ya vivía en Valparaíso con Jackson, hacía buenas migas con parlamentarios de la derecha como el hoy vocero de gobierno, Jaime Bellolio –”plantea debates filosóficos interesantes”, dijo una vez sobre el UDI-, y Arturo Squella, hoy uno de los hombres claves en la candidatura de Kast.

El entonces joven desafiante de la clase política experimentaba una suerte de transición personal. Las certezas de la juventud, de pronto, fueron desplazadas por el valor de la duda, aun cuando hoy eso esté al borde de la caricatura.

“El proceso político e ideológico de Boric refleja las dudas de nuestra generación. Representa a una izquierda que desconfía de la Concertación y que los considera traidores, y se siente atraída por el mito alternativo de los “guerrilleros heroicos”, pero que, al mismo tiempo, tiene fuertes convicciones en el plano de los derechos humanos y la democracia. Es una mezcla de cosas difíciles de procesar, que da como resultado que un día se pueda criticar duramente a Venezuela y Nicaragua -algo tan celebrado por la derecha y la centroizquierda-, y al otro se acepte una reunión con Ricardo Palma Salamanca, que le ha valido críticas furiosas”, decía ya en 2018 Pablo Ortúzar, del IES, a pocos días de que La Tercera revelara la reunión secreta de Boric con el frentista en París. En esos tiempos, el magallánico se había ganado un buen respeto entre sus pares y en el gobierno –sobre todo por aceptar ser parte de una comisión por la infancia-, cuestión que la visita a Palma Salamanca hizo añicos. Para qué decir un mes después, cuando el mismo Kast dio a conocer una entrevista –realizada en 2017- en que a Boric le regalaban una polera con la imagen de Jaime Guzmán baleado. “Un café con el asesino, una polera con la imagen de Jaime Guzmán con un balazo en la cabeza. Esa es la izquierda radical que quiere gobernar Chile. Tenemos que trabajar mucho para evitarlo”, tuiteó Kast. Boric respondió: “El tema es que nos ven como alternativa. Y entienden que el FA llegó para quedarse y que nosotros vamos a seguir dando pelea y batallas que consideramos legítimas acá en el Parlamento, más allá de estas polémicas artificiosas, de temas que importan. Nos ven como alternativa y eso les genera preocupación”. Pero pidió disculpas por la reacción que tuvo.

El episodio no fue fácil para el diputado, quien, entre otras cosas, debió lidiar nuevamente con sus propios fantasmas. Unos meses antes, antes de que se conociera el encuentro de París, Boric se había internado en una clínica siquiátrica para tratarse el TOC que lo aqueja desde niño.

Vino el estallido social y el 15 de noviembre de 2019 marcó un punto de inflexión en su carrera política. Contra su partido y el ala dura del Frente Amplio, el diputado de CS firmó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, marcando una clara distancia con los sectores más radicales que cuestionaron su actuar, partiendo por su amigo de la infancia, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp. Para la izquierda más dura, Boric firmó ahí su quiebre con la línea política que lo había llevado hasta allí.

A mediados de 2020, no se le pasaba por la cabeza ser candidato presidencial. Al menos en esta vuelta. Pero para febrero de 2021, cumplía los 35 años mínimos para poder competir. El Frente Amplio activó su energía juvenil y logró juntar las firmas para inscribirlo. El favorito entonces era el PC Daniel Jadue; tanto que en el entorno comunista decía que el magallánico sería un buen sparring para el alcalde de Recoleta. Pero Boric la dio vuelta y dejó atrás a Jadue, quien por meses se encargó de hacerle saber que su apoyo es el menos sincero que tiene.

Boric armó un programa de izquierda dura para la primera vuelta, con sensación ganadora, con mística ñuñoína y lenguaje ad hoc. Pero la votación con que José Antonio Kast pasó (en primer lugar) al balotaje del próximo domingo –sumado a la configuración con que queda el Congreso- hicieron al exlíder estudiantil bajar los cambios y repensar su candidatura. Los compañeros y compañeras dieron paso a los chilenos y chilenas, los colores volvieron al blanco, azul y rojo, y hasta conversó largo con Ricardo Lagos, una de las figuras que encarnan lo que hasta hace no demasiado el mundo frenteamplista detestaba: entreguismo al modelo neoliberal, acuerdos bajo cuerda.

Lo resume así Max Colodro: “Su experiencia de vida, el ser parte de la generación que creció en democracia y en un país con una clase media cada día más consolidada, explica en buena medida su rebeldía, su maximalismo, su ausencia de temor frente a los riesgos que puede implicar un proyecto de cambios demasiado ambicioso, sin gradualidad ni equilibrios. Boric, además, pertenece a una familia acomodada y eso refuerza la convicción de que haya un mínimo de bienestar garantizado, que hace posible correr riesgos de manera más desaprensiva. Hoy se ve obligado por el desafío electoral a hacer concesiones y la interrogante que eso plantea es si esta nueva disposición y mayor apertura a buscar acuerdos va a ser un elemento permanente en su eventual gobierno o solo es una estrategia de campaña”.

La familia de Kast

“Hoy renuncio al partido que me vio nacer a la vida política”, decía un sentido José Antonio Kast. Era mayo de 2016 y el entonces diputado cerraba un capítulo determinante de su vida. Tras varios intentos por ejercer un mayor liderazgo –incluidas frustradas carreras por la presidencia de la colectividad-, se iba de una casa en la que el nombre de su hermano muerto, Miguel Kast, tanto peso tenía. Pero José Antonio, quien lleva en estas lides desde que estudiaba Derecho en la UC, quería ser más. El juego político le corría por las venas y no podía seguir topando techo para su proyecto. Algunos de sus cercanos recuerdan que por ese entonces ya se le oía decir “cuando sea Presidente…”.

31 de Mayo de 2016/VALPARAISO Jose Antonio Kast en el Congreso Nacional después que oficio su renuncia a UDI . FOTO:PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

Pero hay otro dato: cuenta un importante militante del partido que hubo factores más bien personales que hicieron que Kast tomara la decisión final. Cuatro años antes, su sobrino Felipe había fundado Evópoli para conquistar a una derecha más liberal, o más cercana al centro. El diputado veía ahí que se formaba un proyecto político fuerte, al margen de la UDI, y que funcionaba. José Antonio no estaba para ser segunda fila. Y buscando, encontró además un nicho de derecha más dura, más conservadora, que se sentía huérfana en tiempos en que la niña bonita de la derecha no estaba precisamente en esa esquina. Incluso, dice este mismo dirigente, Kast era conservador y pinochetista, pero no tan entusiasta como se vio después.

Casado con María Pía Adriasola, el candidato tiene nueve hijos, a quienes crió en Paine, en el mismo lugar donde él creció. En ese terreno, los padres de JAK, los inmigrantes alemanes Miguel Kast Schindele y Olga Rist, fundaron la fábrica de cecinas Bavaria, y vieron crecer a José Antonio y sus otros nueve hijos.

“A él lo marca mucho Paine: nacido y seteado en Paine le da un conocimiento de la vida común de la gente, de los problemas comunes, tiene cercanía con esos problemas de la gente común. Esto también se traduce en su condición de concejal, luego de parlamentario en esa zona. O sea, él conoce de primera mano ese mundo y se nota en los debates, se ve que lo entiende y conoce”, dice Eugenio Tironi. Y agrega: “Kast es muy típicamente la historia del inmigrante alemán. La de su padre es la historia del selfmade man. Desconfía del Estado, porque tiene la experiencia de logros en base a su propio esfuerzo, con una fuerte ética de trabajo. Un sentido de familia tradicional muy fuerte y un catolicismo bastante preconciliar”.

Devotos de Schoenstatt –el hijo mayor de Miguel es sacerdote de la orden-, no es curioso que José Antonio Kast promueva un solo tipo de familia como núcleo fundamental de la sociedad, y que por años se haya opuesto a todo tipo de cambios que tengan que ver con diversidad de género o derechos reproductivos. Eso, hasta ahora, cuando la situación política lo ha obligado a mirar el centro con atención. Y esta semana fue una prueba para eso, al aprobarse la Ley de Matrimonio Igualitario. Si bien dijo que para él el matrimonio es entre un hombre y una mujer, respetará las decisiones de las mayorías. “Soy un demócrata”, se le ha escuchado decir de cara a la segunda vuelta, intentando dejar atrás sus posiciones más duras en temas valóricos y reenfocando su estrategia sobre el rol de la mujer en la sociedad. De hecho, en el debate radial del viernes dijo que la idea de derogar la ley de aborto en tres causales ya no está en su programa, y apenas se integraron a su comando Paula Daza y Evelyn Matthei, repartían condones en Providencia. Algo impensado en el planeta Kast de un mes atrás.

“Él viene de un entorno conservador, católico, una familia partidaria del régimen militar y con un patrimonio económico importante. Esos antecedentes explican su rechazo a la agenda valórica liberal, particularmente en temas de género, aborto e identidad sexual… Pero su talante conservador ha sido en el actual contexto eficaz para conectar con el deseo de restablecer el orden público y el Estado de Derecho, imperativo que un sector importante de la población demanda producto del cansancio con la violencia y la inseguridad”, cree Max Colodro.

Para él, “el perfil de Kast transmite calma y serenidad en un cuadro de incertidumbre, genera cierta lógica de contención frente a la angustia derivada del estallido social y de la pandemia. Ese es un factor que seguramente explica una parte importante de su éxito electoral en primera vuelta”.

Si había un tema en el que Kast debía colgarse, ese es la agenda del orden. Ha respaldado a Carabineros desde el día uno del estallido social, ha relativizado la existencia de violaciones a los derechos humanos durante el 18/O y puso en duda que la lacrimógena que dejó ciega a Fabiola Campillai haya venido de las manos de Carabineros. Tan identificado está con esa agenda, que además de visitar a familias de los carabineros imputados durante el estallido, hasta se burla de Boric cuando este dice ahora que condena la violencia. “Gabriel se parece cada día más a Kast, falta solamente que te pongas el uniforme de Carabineros”, le dijo el viernes en el debate de la Archi.

Esta es la segunda aventura presidencial de José Antonio Kast. La primera fue en 2017, cuando tras dejar la UDI se inscribió como independiente y obtuvo el 7,93% de los votos, en el cuarto lugar de entre ocho participantes. En abril del 2018 Kast tomó la decisión de fundar el Movimiento Republicano, que luego derivaría en el partido político que es hoy y que obtuvo 14 diputados en la reciente elección, varios de los cuales ya han dado un buen dolor de cabeza a Kast con sus dichos misóginos y transfóbicos. “Eso pasa cuando uno forma un movimiento: o seleccionas bien y vas más lento, o dejas entrar todo y creces más rápido”, dice un cercano. D


Acompáñanos en el programa que tendremos con Duna.

Historia y relato personal

¿Cuánto influye la personalidad y la historia de un candidato a la hora de decidir el voto? ¿Cómo se han posicionado Gabriel Boric y José Antonio Kast durante la campaña, y qué puntos son sus fortalezas y debilidades en este aspecto?

Lunes 13 de diciembre, 18:00 horas

Haz click aquí