Brasil: El desenfrenado avance del Covid-19
Tras superar los 300 mil fallecidos, los trabajadores sanitarios brasileños combaten la pandemia entre un vaivén de emociones frente al virus, que también llegó a sus casas.
El reloj marca casi las 17 horas en Chile cuando en la ciudad de Brasilia Marcela Vilarim Muniz alista rápidamente las últimas cosas antes de salir de su casa para llegar al turno nocturno en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Es enfermera desde hace 21 años e intensivista desde hace 15 años en uno de los 16 hospitales públicos de la saturada red local del Sistema Único de Saúde (SUS) repartidos en la urbe de casi cinco millones de habitantes. Después de más de un año combatiendo la pandemia del Covid-19, la trabajadora sanitaria esperaba que para estas fechas la situación epidemiológica estuviera más estable, pero las jornadas laborales de 12 horas revelan un dramático escenario en el que la mezcla entre el colapso hospitalario, el agotamiento del personal médico y la variante brasileña del virus podrían resultar en una tragedia, especialmente porque los últimos datos advierten que cada 100 personas infectadas contagian la enfermedad a otras 123 personas.
“Los hospitales están llenos, no hay espacio para nadie más. No tenemos puntos de oxígeno disponibles. Hicimos todas las ‘soluciones alternas’ posibles para atender al mayor número de personas. Falta equipo de protección personal, incluso guantes. Suspendieron consultas a pacientes hipertensos, diabéticos, atención prenatal y otros para que los profesionales atiendan pacientes Covid positivo. Estamos agotados”, señala Marcela Vilarim Muniz en conversación con La Tercera.
Ese mismo día, el Ministerio de Salud de Brasil informó que el país quebró un nuevo récord y es el único en el mundo en registrar más de tres mil -3.251- muertes diarias por coronavirus. Esto significa que a 13 meses desde que aterrizó el primer caso positivo del virus, el 26 de febrero de 2020 en Sao Paulo, la enfermedad ha cobrado la vida de más de 300 mil ciudadanos.
Desde febrero, el balance de nuevos casos no da tregua y por primera vez desde el inicio de la pandemia, el jueves Brasil registró 100.158 nuevos casos en un día. Aunque para algunos son números lejanos, los trabajadores sanitarios son testigos silenciosos de la muerte de algunos pacientes cada día más jóvenes, que ni siquiera alcanzan a ser ingresados para recibir atención médica debido a que la infraestructura e insumos son incapaces de responder a la emergencia desatada por el Covid-19.
“Solo el martes había 443 pacientes en la lista esperando una cama de UCI. Aunque no me gusta, solicité trabajar horas extras en el Centro de Regulación de Camas de la UCI para ayudar a aliviar el sistema. Viviendo esta segunda ola, que es mucho peor que la primera, tengo la sensación de que repetimos esos días tan dolorosos”, lamenta esta enfermera brasileña, considerada “primera línea” por su sindicato.
En un intento por disminuir la tensión en el sistema sanitario, algunos hospitales tienen una “bandera roja”, que representa que solo atienden a pacientes graves con riesgo inminente de muerte. Para Marcela, esto genera que “los pacientes regresen horas después con un estado de salud mucho peor y con menos posibilidades de sobrevivir”.
Ese fue el caso de Renan Ribeiro Cardoso, de 22 años, que además de un sobrepeso no tenía ningún problema de salud. Según el diario brasileño Folha, el primer síntoma de contagio del joven fue la pérdida de olfato, así que compró en una farmacia un test rápido para detectar Covid-19 y tras un resultado negativo continuó con su vida.
Sin embargo, los dolores en el pecho y la espalda persistían, al punto de no dejarlo respirar. Ahí comenzó un “peregrinaje” por los centros médicos paulistas que lo devolvieron en al menos “dos ocasiones” a su casa. El 10 de marzo y con un PCR positivo en mano, Renan llegó nuevamente hasta una sala de urgencias. Su condición empeoraba minuto a minuto con una insuficiencia respiratoria, y ante la falta de ventiladores mecánicos, el equipo médico solicitó trasladar al paciente, pero no había camas UCI disponibles en los hospitales.
Los médicos ordenaron una intubación orotraqueal tras conseguir un ventilador, pero ya era tarde. Después de 46 horas esperando una cama para ser ingresado, el joven sufrió un paro cardiorrespiratorio, convirtiéndose así en la primera persona con el virus en morir en la lista de espera para una hospitalización. Aunque los expertos apuntan que no sería el único.
“Desde el inicio de la pandemia hemos tenido informes sobre personas en estado grave que no pudieron soportar esperar camas disponibles en las UCI o Unidad de Tratamiento Intensivo (UTI) y han fallecido. En enero, tres pacientes de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tefé, Amazonas, no pudieron ser trasladados a Manaos, que vivía el peor momento del colapso sanitario. Aun con un sistema de salud que ofrece acceso gratuito a toda la población, las zonas más lejanas -Roraima, Rondônia y Mato Grosso- tienen servicios más vulnerables. Inicialmente, en Amazonas la velocidad de los contagios en la segunda ola avanzó rápidamente, pero ahora sucede en todas las regiones brasileñas al mismo tiempo. Vemos que muchas personas no adoptan medidas preventivas científicamente probadas, la población se expone al contagio y demora en buscar atención médica. Mientras que los profesionales de salud están absolutamente agotados y traumatizados. Aunque no sea lo usual, hemos visto informes de algunos que han tenido turnos de hasta 72 horas por la ausencia de suficiente personal”, advierte a La Tercera Ana Lemos, directora de MSF Brasil.
Impotencia y dolor
“Las personas están muriendo en los pasillos de los hospitales o en sus propias casas. Nuestra familia ha respetado las normas sanitarias, pero mi tía falleció el 15 de marzo. El Covid-19 la mató. No recibió atención hospitalaria. No la pude salvar”, relata a este diario Jose William Justa, residente de medicina en Salvador de Bahía. Al igual que cientos de trabajadores sanitarios, no solo ha debido enfrentar la pandemia en el trabajo, sino que el virus logró colarse en su familia. Tras cinco horas en una ambulancia, su tía de 57 años pasó de engrosar la lista de más de 12 millones de casos activos en Brasil a la de 303 mil decesos por el virus.
Durante la primera ola, la enfermera intensivista Marcela Vilarim Muniz tuvo a tres familiares contagiados: su padre, tío y hermano. “Mi papá debió permanecer dos días en el hospital. Mi hermano tuvo neumonía con alrededor del 30% del pulmón afectado, estuvo 11 días hospitalizado usando oxígeno. Mi tío fue el primero en contagiarse y debió ser ingresado a la UCI. Tuvo dos derrames cerebrales y terminó con muerte cerebral el mismo día que cumplió 70 años, luego de 54 días internado. La sensación que me quedó es de impotencia, soy intensivista experimentada y no pude hacer nada para ayudar. Al principio de la emergencia nos aplaudían en las calles, pero ahora vemos aglomeraciones, fiestas y partidos clandestinos, y lo vemos como una falta de respeto y empatía por nosotros que estamos en primera línea y que tenemos colegas en baja por Burnout, depresión y crisis de pánico”, enfatiza la trabajadora sanitaria.
De acuerdo a estimaciones que entrega a este diario el profesor especialista en gestión de los servicios de salud, médico sanitario y miembro de los comités asesores de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y del Ayuntamiento de Niterói en el estado de Río de Janeiro, Alusio Gomes da Silva Junior, “el 25% de los trabajadores de la salud en nuestra región tenían Covid-19. Muchos profesionales no regresan a sus hogares, permaneciendo en hoteles reservados para su alojamiento. Esta segunda oleada de la pandemia es mucho más intensa que la primera, con una inmensa presión sobre la red sanitaria y posible colapso. La capacidad de los hospitales y las UCI, públicas y privadas, están en un nivel de ocupación del 85% al 90%”.
Según el diario El País, tres estados brasileños (Acre, Rondonia y Río Grande do Sul) no tienen una sola plaza libre de UCI tras una avalancha de nuevos contagios en la última semana, lo que es catalogado como “la mayor crisis en la historia del sistema de salud”.
La gestión de Bolsonaro
El Instituto Lowy catalogó a Brasil como el “peor” país en gestionar la pandemia bajo el Índice de Comportamiento frente al coronavirus. El organismo australiano acusa al Presidente Jair Bolsonaro de “minimizar la amenaza del virus, ridiculizar el uso de mascarillas, oponerse a cuarentenas e incluso contagiarse del virus”.
A diferencia de otros países, el Palacio Planalto nunca decretó un confinamiento total, a pesar de sus cifras, y en medio de la pandemia el país ha tenido cuatro ministros de Salud. En cambio, el jefe de Estado promovió entre los ciudadanos el uso del “kit Covid” para el “tratamiento temprano”.
A inicios de marzo, Bolsonaro afirmó que “Muchos se han salvado en Brasil con esta asistencia inmediata. Más de 200 personas contrajeron Covid en la sede del Ejecutivo y casi todos, hasta donde yo sé, incluyéndome a mí, buscaron este tratamiento con una serie de productos, como ivermectina, hidroxicloroquina y azitromicina”.
Los especialistas han alertado sobre el uso de medicamentos sin observación médica. “El gobierno de Bolsonaro se burla de la vida de las personas con el kit Covid. Son medicamentos sin pruebas. Remedios para lombrices, para malaria, para el lupus, pero no para el Covid-19. Son combinaciones fatales, las personas están muriendo de hepatitis por el uso de drogas. La azitromicina está creando bacterias resistentes. No existe un tratamiento temprano”, critica el residente Jose William Justa.
Esta semana, y bajo una creciente presión, Bolsonaro -cuya gestión en la pandemia es desaprobada por un 54% según Datafolha- anunció la creación de un comité de crisis para enfrentar la pandemia.
Aún sin acuerdos federales para acceder a vacunas y solo con la gestión de algunos gobernadores, Brasil ha administrado 16,5 millones de inoculaciones. En las últimas horas, las autoridades dieron a conocer que están desarrollando la primera vacuna de fabricación nacional nombrada Butanvac, que está a la espera de recibir los permisos para comenzar a probarla en humanos.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.