El plan del físico chileno César Hidalgo era instalarse a vivir en Toulouse, Francia, en julio de este año. En septiembre de 2019 dejó el MIT, donde trabajó por 10 años por una cátedra ANITI en la Universidad de Toulouse, donde estará a cargo de armar un laboratorio para explorar los usos de la inteligencia artificial en la sociedad. Solo que ahora, en plena pandemia, no está seguro si podrá viajar. O, al menos, cuándo. Desde que el Covid-19 empezó a esparcirse por el mundo a ritmo acelerado, Hidalgo ha estado pendiente de todo lo que sucede y tratando de aportar. A través de Chilecracia, la plataforma de participación ciudadana que estrenó el año pasado, Datawheel, su empresa, ha estado subiendo datos y cruzándolos para observar con mayor detalle cómo avanza el virus en el país. Y lo mismo en Estados Unidos, con DataUSA.
Eso, además de algunas investigaciones, proyectos y un libro que está a punto de lanzar sobre cómo los humanos juzgan a las máquinas lo mantienen ocupado en su encierro. Desde el 12 de marzo que está confinado con su familia en su departamento en Boston. Dice que no se la hecho difícil acostumbrarse a este nuevo ritmo. Su empresa se encuentra distribuida en varias partes del mundo, por lo que el teletrabajo es parte de su día a día. Este semestre, además ,no tiene que hacer clases y su oficina está a dos cuadras de su casa. Ahí se escapa de vez en cuando para usar su computador o hacer alguna llamada.
Aún así, como experto en tecnología y big data, no esconde su frustración al ver cómo el mundo occidental ha enfrentado la crisis. “Todavía no hemos sido capaces de instalar las tecnologías de trazabilidad de contactos, que es lo que permite hacer cuarentenas mucho más focalizadas. La estrategia de Occidente ha sido bastante pobre: que se queden todos en la casa. Lo que el coronavirus nos ha enseñado es que básicamente tenemos un gran problema de datos, porque la calidad de nuestra estrategia, tanto de salud como de reactivación económica, va a depender de la capacidad de focalizar esa estrategia con datos de alta frecuencia y alta resolución”.
Hoy es casi un lugar común decir que la pandemia no solo la combaten epidemiólogos y especialistas en virus, sino también informáticos y expertos en data. ¿Es tan así?
La idea de hacer una cuarenta más generalizada, es porque el problema se te fue de las manos y no sabes quién está infectado y quién no. Entonces paralizas todo. Así evitas el contagio y eres capaz de identificar a los contagiados. Pero puedes levantar esta cuarentena, siempre y cuando hayas sido capaz de identificar certeramente a todas las personas infectadas, aislarlas y a quienes estuvieron en contacto con ellas. Lo que nosotros tenemos que resolver ahora es esa segunda parte. En algún momento se va a tener que levantar la cuarentena y vamos a necesitar tecnología que nos permita la trazabilidad, si es que queremos volver a la normalidad. Si no tenemos eso, el virus va a crecer de nuevo y eso va a implicar una nueva cuarentena hasta que haya suficiente inmunidad en la población o hasta que haya una vacuna.
¿Crees que existe la capacidad hoy en Chile para hacer eso?
La capacidad de tener datos de mayor calidad depende de la tecnología y nosotros todavía estamos contando las cosas manualmente, lo que hace difícil y casi imposible ir más allá de cientos de casos. Acaba de salir un paper en Science que dice que la trazabilidad sin tecnología va a ser ineficiente al punto que no va a ser útil. Vamos a necesitar nuevas apps para controlar el virus. Y en lenguaje de Chile, ¿dónde están los datos? En Telefónica, en Entel, Claro. ¿Dónde está la autoridad, el liderazgo? Idealmente vendría del sector público. ¿Dónde está la capacidad técnica para desarrollarlas? Si no está en las compañías de telecomunicaciones, sí hay otros informáticos que podrían armarlas. Pero en un ambiente de desconfianza es más difícil juntar las distintas piezas del rompecabezas.
En Chile hay muchas críticas de la poca consistencia y los cambios de criterio con el que el Minsal ha entregado los datos.
Para mí esto pone en evidencia la falta de capacidad. Y eso lo estamos viendo en varios lugares, no solo en Chile. En Estados Unidos, la mayoría de las fuentes de datos, son de la sociedad civil. El Covid Tracking Project parte de un periodista de The Atlantic y otras personas que están recopilando datos, porque el estado de Massachussets y Washington publican también un PDF al día con una tablita, porque hasta ahí llega su capacidad. Y en Europa es más o menos lo mismo. Occidente está básicamente usando las mismas técnicas de control de epidemias de hace dos siglos: la cuarentena generalizada y que se justifica en la ausencia de la tecnología necesaria para hacer cuarentenas focalizadas.
¿Eso es porque finalmente los gobiernos no se han tomado en serio en tema de los datos para hacer políticas públicas?
Me gustaría que fuera tan fácil como eso, pero hay varias barreras que limitan el desarrollo de este tipo de proyectos, incluso cuando los gobiernos se lo toman en serio. Desde un punto de vista contractual, los gobiernos no tienen los instrumentos y vehículos necesarios para poder hacer infraestructura digital de calidad, ni para hacer mantenimiento a los softwares. Y eso lo he vivido en Chile y en otras partes. Por ejemplo, DataChile se entregó al gobierno de Chile a principios de 2018 y no han sido capaces de actualizarlo ni una vez. Y habría sido una infraestructura perfecta para hacer disponibles todos los datos del Covid si hubiese estado activo. Y habría sido aún más poderoso, porque podríamos haber conectado la data de economía, salud, etc.
En Corea, en Taiwán o en China también han podido controlar el virus de mejor manera gracias a políticas de vigilancia más estrictas o autoritarias.
Creo que hay ciertas diferencias culturales en la visión de la democracia y la sociedad que han permitido tomar caminos distintos. Y no es solo el autoritarismo, porque, por ejemplo, Taiwán es uno de los países más avanzados en gobiernos digitales. Pero hay quizás una visión más tecnocrática y menos política de los gobiernos. Estos se ven como entidades que están al servicio de la sociedad, de la industria y de la tecnología, y donde no necesariamente la elección política está tan orientada a tener una compatibilidad social moral con el electorado, sino una capacidad técnica de distribuir estos servicios de una manera eficiente a la población. En ese contexto, son gobiernos empoderados por su población para tener roles más protagónicos y centrales, y donde la política industrial y la colaboración entre el gobierno y las empresas existe hace muchos años. En Occidente tenemos una visión de gobierno que es menos tecnocrática, más legislativa, política y moral, y en este tipo de asuntos, donde realmente uno necesita un gobierno con una capacidad técnica fuerte, nos falla.
Viviendo la cuarentena del pobre.
Hoy, países con normas muy estrictas de privacidad, Alemania, Italia, Austria, están pidiendo a compañías telefónicas que entreguen los datos para poder trackearlos.
¿Estamos viviendo en un minuto en que ya la privacidad como valor pasa a segundo plano?
Cuando hablamos de privacidad, tenemos que preguntarnos ¿para qué?, ¿por qué?, ¿en qué casos? Si vamos a ser estratégicos, podemos pensar en que en las leyes de privacidad puede haber casos de excepciones para situaciones de emergencia. De hecho, las cortes pueden pedir información en el contexto de un juicio y ahí esa información tiene que ser liberada. Y en el caso actual, si una persona está infectada, esa información es relevante desde el punto de vista público y debe tratarse de manera distinta. Pero la privacidad, como un concepto absoluto aplicado a todo, me parece que es muy poco estratégico. Es como la cuarentena del pobre que tenemos ahora, sin la capacidad de elegir de manera estratégica quién se aísla y quién no.
El historiador Yuval Noah Harari alertó en una entrevista a La Tercera del riesgo de la adopción de medios de vigilancia masiva a través de la cual gobiernos y corporaciones puedan controlar nuestras vidas. ¿Quién garantiza que los datos que se están usando hoy para controlar la pandemia no van a ser utilizados para dañar a los individuos o para tener políticas de vigilancia como las que tiene China?
Hay que llegar a ser específico en cuáles son los posibles daños que se puedan causar a partir de esos datos. La información generalmente se trata de mantener privada por riesgos que muchas veces se justifican en el contexto de la discriminación. Por ejemplo, yo sé que tú estás embarazada y por eso no te ofrezco un trabajo. O información de salud en la cual te pueden discriminar los seguros, o discriminación ideológica o política por una determinada manera de pensar.
¿Existe hoy día el riesgo de que eso se haga realidad?
Si uno le pasara todos los datos al gobierno, en un caso como Chile, realmente no sé qué tan capaces serían de lograr hacer algo con eso. Y en este contexto, pienso un poquito distinto que Harari. Harari nunca ha desarrollado un proyecto tecnológico, entonces tiene una visión de la tecnología que es bastante hollywoodense, donde básicamente es algo que es fácil, que está en las manos de todos, que funciona como en las películas y que la única razón por la que no se usa es por una elección política, ética o personal. La realidad no es así. Las tecnologías son difíciles de desarrollar, el conocimiento se difunde de manera lenta y, por ende, esas opciones tecnológicas no están disponibles de manera universal. Las capacidades del gobierno chileno son muy distintas a las capacidades del gobierno coreano o chino, y no es solamente una decisión ética, sino que realmente hay opciones que no existen en algunos lugares. No es que Chile no elija no tener un programa que lleve al hombre a Marte, es que no tenemos las capacidades. La tecnología también tiene un supply side que limita y no está disponible para todos.
Es un hecho que China sí utiliza estas técnicas de vigilancia con reconocimiento facial, drones y muchas otras tecnologías que para nosotros resultan distópicas, pero que están ayudando a controlar de mejor manera la pandemia.
Hay mucho desconocimiento sobre eso. Voy harto a China y tengo hartos alumnos chinos también. Y lo que ocurre es que en la conversación que Occidente tiene sobre China, nunca cuentan el lado chino de la historia. Existe este social scoring que en Occidente provoca tanto susto. Fui este verano a Nanjing con un amigo a visitar a una estudiante. Nos llevó en auto a varias partes y en un lugar estaban todos los estacionamientos ocupados. Entonces estacionó en un lugar donde no se podía. Y me dijo: “Qué tanto, si total me sacan un punto de mi social scoring y lo recupero al final de año”. Es la manera de tener una cuenta de tu comportamiento y para las personas que están ahí hay una convivencia natural con eso.
A los ojos de Occidente, ese tipo de prácticas son vistas como supervigilancia y autoritarismo.
Eso es a los ojos de la historia que Occidente cuenta sobre un lugar que no conoce. Cuando uno va para allá y conversa con la gente, tiene otra percepción.
¿La idea de que China tiene un régimen autoritario vendría siendo una fantasía nuestra entonces?
Es un régimen autoritario con una estructura de gobierno muy distribuida. En China ser gobernador de una provincia es como ser el presidente de un país. Hay provincias que tienen más de 100 millones de personas. Creo que lo que hace Occidente cuando mira China es que básicamente, al desconocerla, proyecta de manera inmediata las formas de autoritarismo que hemos tenido en Occidente, sean la Unión Soviética o la Alemania nazi o los gobiernos militares en Latinoamérica. Tienen su lado positivo y su lado negativo también, pero es algo distinto a lo que se entiende en Occidente y hay que conocerlo de cerca para lograr entenderlo.Creo que poner el tema de la privacidad y la autoridad en absolutos es el problema que tenemos. O es el autoritarismo o es la democracia, como que existiera solamente está dualidades. Eso nos tiene metidos en una discusión muy simple y muy polarizante, porque no somos capaces de ver todos los matices.