Chile en Sevilla 92: a 30 años del témpano que encendió el debate en la transición
Hace 30 años, la Expo Sevilla le ofreció a Chile la oportunidad de volver a conectarse con el mundo y renovar su imagen internacional. El símbolo escogido fue un iceberg, un témpano que concentró las críticas y la polémica y que, finalmente, resulto un éxito.
La idea era audaz, al borde de lo imposible. En enero de 1991 Fernando Léniz le informa al Presidente Patricio Aylwin los avances de la Comisión Expo Sevilla 92, una de las últimas exposiciones universales del siglo XX. A diferencia de los países de la región, Chile decidió asistir con pabellón propio, un arca de madera diseñada por Germán del Sol y José Cruz. El diseño interior y la imagen quedaron en manos de la agencia Crisis. “La imagen de Chile que se quiere presentar es la de un país moderno, confiable”, informa Léniz, un país con una democracia estable, una economía competitiva y un sector fiscal honrado. Se desechó lo folclórico y, en cambio, “pretendemos tener como elemento de atracción central original un témpano llevado de la Antártica”.
Audaz y acaso descabellada: la propuesta de Eugenio García y Guillermo Tejeda, director creativo y artístico del proyecto, generaba asombro y desconcierto.
-Fue una sorpresa y había algo de incredulidad -recuerda hoy Carlos Bascuñán, jefe de gabinete del Presidente Aylwin-. Porque, además, al principio la idea era llevar el iceberg arrastrándolo con buques de la Armada. Y había unos cálculos muy sesudos respecto de cuál iba a ser la pérdida de masa del iceberg. Pero finalmente nos dimos cuenta de que era inviable y altamente peligroso: imagínate si te topabas con un temporal en alta mar.
Con el lema La Era de los Descubrimientos, la Expo Sevilla conmemoraba los 500 años de la llegada de Colón a América. Coincidía con los Juegos Olímpicos en Barcelona y con una Cumbre Iberoamericana en Madrid. Era la primera exposición universal tras la caída del Muro; para España era la oportunidad de confirmarse como potencia europea y con ese fin hizo una gran inversión en infraestructura y comunicaciones.
Para el Chile de la transición, Sevilla 92 fue una oportunidad de volver a conectarse con el mundo, después de 17 años de aislamiento. Una oportunidad comercial, como dijo el ministro de Economía Carlos Ominami: “340 millones de potenciales compradores conocerán el significado de la marca Chile”. Y una oportunidad para cambiar la imagen internacional del país.
-Queríamos mostrar un país nuevo. Si hay algo que yo no quería eran ponchos, no iba a entrar ningún poncho al pabellón -dice Guillermo Tejeda-. Yo quería hacer una gran instalación artística que recuperara el nombre de Chile, que estaba por el suelo después de la dictadura.
En la Expo participaba un centenar de países y la intención era sobresalir con un elemento espectacular.
-Buscábamos impactar, sorprender, llamar la atención hacia el país -complementa Eugenio García.
La imagen del iceberg, le decía Léniz a Aylwin, le permitirá al país diferenciarse del exotismo latinoamericano, “haciéndolo aparecer como lo más europeo posible”.
Con un presupuesto de 12 millones de dólares y financiamiento mixto, el pabellón de Chile -1.600 metros cuadrados de pino radiata- estaba lleno de detalles y sutilezas, desde un pasillo donde se oían los sonidos naturales y urbanos del país, hasta cortometrajes de cineastas locales, una galería de héroes pintada por Enrique Zamudio (Lautaro, O’Higgins, Mistral y Neruda, entre otros) y un mercado con productos. Pero el protagonismo se lo robó el hielo: Chile se reflejaba en él como un país de belleza y recursos naturales y un futuro prometedor.
Políticamente, la Expo le daba otra oportunidad al gobierno: ganar la confianza de los empresarios y reforzar la democracia de los acuerdos.
Pero la idea del iceberg resultó controversial desde un inicio y reveló las diferencias latentes. “Chile, ¿un país moderno?”, se preguntó Bernardo Subercaseaux, mientras Nelly Richard habló de un “blanqueo” y de un país sin memoria, y Tomás Moulian aludió a la escultura de una transición neoliberal. A su vez, desde el Instituto de Ecología Política veían en el iceberg “el símbolo de la incitación a saquear el continente de la paz”.
La polémica traspasó fronteras y The New York Times publicó un editorial burlón, Chile’s Chilly Idea.
Sin embargo, a 30 años de la Expo, esa idea helada sigue en la memoria. “A mí, sinceramente, me encantó aquel bicho gigante”, escribió en 2017 la escritora Elisa Fernández-Santos en El País.
El próximo martes, el colectivo de artistas chilenos Rompehielos realizará una intervención frente al pabellón que aún se encuentra en pie. “Hoy el país vuelve a atravesar un periodo de reflexión sobre la imagen país y la identidad en general”, dice Tomás Leighton, parte del colectivo. “Afortunadamente, ningún símbolo puede reducir la diversidad de un pueblo, pero activar la memoria del hielo invita a reinterpretar el pasado para proyectar un futuro en común. A propósito del debate actual, nuestra intención no es ni conmemorar ni sepultar los 30 años, la idea es repensarlos usando los materiales del presente”.
¿Lavado o cambio?
-Barría, ¿te animái a ir a cortar hielo a la Antártica?
Jorge Barría trabajaba como técnico de Conaf en Punta Arenas cuando lo invitaron a la Antártica. En noviembre de 1991 la fragata Galvarino fue en busca de más de 100 toneladas de hielo. Para entonces el plan se había modificado: en lugar de un iceberg, el propósito era recoger hielos desprendidos en Bahía Paraíso, trasladarlos a un frigorífico en Punta Arenas, donde serían compactados y más tarde enviados a Santiago, a depósitos en Pudahuel. El encargado de esculpir el iceberg era el artista Gonzalo Díaz, pero se retiró del proyecto y esta tarea quedó en manos de Juan Carlos Castillo.
La idea del hielo nació del grupo integrado por Eugenio García, Jaime de Aguirre y Ricardo Larraín, los creativos tras la Franja del No, y Guillermo Tejeda, quien había diseñado los Artefactos de Nicanor Parra. Como agencia Crisis, ellos ganaron el concurso público.
Los preparativos para la Expo comenzaron recién asumido el gobierno, en un contexto de altas tensiones políticas, con Pinochet como comandante en jefe del Ejército.
En ese ambiente Aylwin designó comisario general a Fernando Léniz, empresario y exministro de Pinochet. Se sumaron Augusto Aninat, Eduardo San Martín y Roberto Durán, cuñado de Ricardo Lagos, con el apoyo del embajador en España, Juan Gabriel Valdés. El mensaje era que el país podía superar sus diferencias.
-Léniz era un hombre con el que se podía conversar y trabajamos muy bien -cuenta Eugenio García.
Pero hubo algunas dificultades, recuerda Tejeda:
-Al principio costó unificar las heridas del país. Por ejemplo, cuando presentamos el proyecto en la Academia Diplomática, tuvimos problemas. Yo les pedí a varios artistas que pintaran a figuras de Chile. Balmes se mandó un Neruda muy bonito, con una leyenda sobre derechos humanos. Y en la Academia me dijeron esto nos va a causar problemas con los empresarios. Finalmente, el Neruda de Balmes lo pusimos en una muestra de arte paralela.
Mayoritariamente, sin embargo, las críticas provenían del entorno político y social: los conflictos heredados de la dictadura afloraron con motivo de la presentación en Sevilla. “Uno va a las ferias a llamar la atención, no a llorar a sus muertos o a mostrar sus aspectos negativos”, dijo Augusto Aninat.
-Había gente enojada siempre. A mí esa parte me da mucha lata -dice ahora Tejeda-. Decían que esto era un lavado de imagen y no, era un cambio de imagen. O sea, mi mamá fue torturada en Tres Álamos y en Cuatro Álamos, yo tengo una posición muy dura frente a ese tema. Pero me parecía que no era la instancia. No queríamos mostrar un país de víctimas. El pabellón tenía la idea de vitalizar el nombre de Chile.
Eugenio García recuerda que se hizo una consulta en España para saber qué se sabía del país y las respuestas invariablemente aludían a Allende y Pinochet. Por lo demás, los DD.HH. eran un tema muy presente debido al Informe Rettig.
-El Presidente había formado la Comisión Rettig y pensaba que ese tema teníamos que resolverlo nosotros. Sevilla era otra cosa: una feria de negocios -dice Carlos Bascuñán.
A la controversia política se sumaban voces ecologistas, organizaciones mapuches y el editorial de The New York Times que ironizaba con la idea de que Chile quería parecer europeo y la imagen del hielo parecía realismo mágico.
-El hielo iba a seguir la misma ruta de las exportaciones chilenas. Si podíamos llevar el hielo, podíamos llevar frutas, salmón y otros productos frescos -dice García.
Toda esta discusión, en la que participaron también Norbert Lechner y el sociólogo Juan Enrique Vega, ocurría mientras la fragata Galvarino se internaba durante 15 días en territorio antártico. En la misión compartían marinos, artistas y civiles, como Jorge Barría. “Jamás imaginé la dureza del hielo al ponerle motosierra, la sorpresa fue cuando veía chispear la cadena”, contó al diario El Pingüino.
El éxito del frío
El anuncio estaba en uno de los pasillos del Campus Oriente. “¿Quieres viajar a Europa gratis?”. Macarena Barros no sabe si esa era la leyenda real, pero así lo recuerda. Tenía 20 años, cursaba cuarto de Periodismo y tenía enormes ganas de irse a Europa. De este modo participó del proceso de selección y fue una de los 33 anfitriones del pabellón.
Jóvenes, bilingües, en su mayoría de colegios privados, los anfitriones fueron el rostro de Chile en la Expo.
-Si tú me preguntas si la selección era representativa, tal vez no. Había paridad de género, pero faltaba diversidad. Logramos ser un grupo muy cohesionado y eso era importante, porque enfrentamos situaciones difíciles. Trabajamos siete meses representando a Chile. Fue una gran experiencia.
Embalado en siete contenedores de la Sudamericana de Vapores, el hielo llegó a España el domingo 16 de febrero del 92. Desde el puerto de Cádiz fue trasladado con protección policial a un frigorífico en Sevilla. El artista Juan Carlos Castillo y Jorge Barría viajaron a darle forma a la escultura, que fue instalada en una cámara de lapislázuli a -5°.
Los anfitriones tenían que lucir un traje oficial, diseñado para el verano, pero el frío en el pabellón era tal que tuvieron que comprar parkas.
La inauguración estaba prevista para el 20 de abril, y el día anterior ocurrió lo que más temían: falló el sistema de frío.
-Parece que el iceberg está llorando, decía Ignacio Agüero, que estaba haciendo un documental -recuerda Tejeda.
La comisión consiguió ayuda en una planta de Coca Cola en Huelva. Enviaron camiones con gas refrigerante y se reparó la fuga.
Desde la apertura, el pabellón llamó la atención de la prensa y el público. Macarena Barros aún recuerda las largas filas: la gente quería ver el iceberg. Algunos decían que era para capear el calor.
-Fue un tremendo éxito. En la primera semana el pabellón ya estaba entre los más visitados- dice Tejeda.
El 26 de julio, después de asistir a la Cumbre Iberoamericana en Madrid, el Presidente Aylwin visitó el pabellón, junto con autoridades, empresarios y el futbolista Iván Zamorano, que también disfrutaba de éxito: acababa de pasar del Sevilla al Real Madrid.
“Somos un país modesto, pero con ñeque”, dijo Aylwin.
-El Presidente estaba chocho. Y además tuvo una significación política: les demostraba a los empresarios que podíamos cumplir nuestros compromisos -dice Bascuñán.
Expo Sevilla 92 cerró el 12 de octubre y el pabellón de Chile fue uno de los más visitados. Fue un negocio redondo: tuvo ventas por US$ 2,5 millones y la Junta de Andalucía hizo una oferta de US$ 7 millones por el edificio de pino radiata.
-Yo creo que logramos dar una imagen distinta y fresca de Chile. Sevilla fue un complemento perfecto de la Franja del No -afirma García.
Para la Navidad, los témpanos que habían encendido el debate y fueron una de las estrellas de la Expo volvieron a Chile, y regresaron a su ambiente natural, en las frías aguas de la Antártica.
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