Columna de Ascanio Cavallo: Dónde va Chile Vamos

Los presidentes de RN y la UDI, Mario Desbordes y Jacqueline Van Rysselberghe


Chile Vamos sufrió una implosión esta semana. Se desmoronó hacia adentro, presionado por fuerzas externas que no resistió. Con ello se quebró el último pilar político-institucional que tenía el gobierno de Piñera. Quizás La Moneda no lo vea de la misma manera, pero la fractura del miércoles es un anuncio de que los 20 meses que le quedan serán todavía más pedregosos de lo que parecía.

La gestión de la pandemia no ha sido un salvavidas. Ni siquiera sus partidarios han aceptado esperar para hacer el balance completo. El predominio del corto plazo lo ha devorado todo, tal vez porque se ha convertido en un rasgo de la política moderna, como lo identificó el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso en su conversación de esta semana con La Tercera.

¿Qué ocurrió realmente el miércoles con la coalición oficialista? Una de las dificultades para precisarlo es que la discusión acerca del retiro del 10% de los fondos acumulados en las AFP envuelve por lo menos cinco niveles de relevancia y se puede dar, por cierto, que muchos de los diputados no los tuvieron en cuenta o simplemente no los perciben.

Está en la naturaleza de los “díscolos” emplear su voto para enviar mensajes al gobierno y, muy secundariamente, a su propio electorado. También es parte de su identidad probar ese estatus hasta que las discrepancias se profundizan, abandonan sus partidos y pasan a la oposición más dura.

A juzgar por sus fundamentaciones, a los “díscolos” de Chile Vamos les eran irrelevantes las implicancias más amplias de la propuesta del 10% -unos tres niveles: el sistémico, el de la reforma de las pensiones y el del Acuerdo Económico-Social, cada uno con su propia complejidad. Lo importante era mostrarle al gobierno que no están dispuestos a negarse a una medida que, de acuerdo con las encuestas, tiene alta popularidad. En otras palabras: no pagar más costos en el altar de Piñera. Ya instalados sólo en el cuarto nivel del problema, esto fue suficiente para que nueve diputados de RN y cuatro de la UDI votasen en contra de lo que su sector, su coalición, sus partidos y su gobierno han defendido por 30 años.

Como en todo fenómeno similar, las raíces del conflicto se encuentran más atrás, aunque muchos eligen como momento estelar el 18-O, cuando RN reaccionó con una evidente división ante la amenaza pública. El gobierno califica al presidente del partido, Mario Desbordes, de “populista” y la oposición lo llama “liberal”. Ambos términos son demasiado interesados. Desbordes no encarna nada distinto de una corriente muy antigua en la derecha, nacional-popular, por llamarla de alguna manera, que nunca ha aceptado el ascendiente liberal que ha imperado en su coalición desde los años de Pinochet, y que pudo ver en el 18-O la oportunidad para liberarse de esa carga, mejor representada por la UDI. RN nunca ha sido un partido unitario y lo será menos si algunos dirigentes creen que su coalición y su propio gobierno no les conviene.

En la UDI, el detonante fue otro: la negativa del gobierno a ejercer el veto presidencial en la ley que limita las reelecciones de los alcaldes y que, en su caso, afectaría a algunas de las figuras más notorias del partido. Los alcaldes son, a la vez, aliados y eventuales competidores de los diputados, y estos, de los senadores, de modo que lo que se afecta no es un cargo, sino una verdadera cadena política.

La UDI pidió que Piñera ejerciera su facultad de veto y el gobierno se vio obligado a decidir si lo ejercía en ese proyecto o si se reservaba para los varios de constitucionalidad incierta que están saliendo del Congreso para superar de facto la Constitución. Aparte de la cantidad de esos proyectos, debía tener en cuenta un tercer factor: un Tribunal Constitucional quebrado, cuya división interna lo hace hoy más imprevisible que nunca antes.

La interpretación de la UDI era esperable: el gobierno pide apoyo a los partidos, pero no devuelve la mano cuando el partido lo pide. Hasta ha elegido un culpable: el ministro del Interior. Esta semana circuló una declaración de la comisión política exigiendo la destitución de Gonzalo Blumel. No llegó a hacerse oficial, pero la filtración (deliberada) parece un prolegómeno. Otros parlamentarios de la UDI tienen el ojo puesto en Ignacio Briones, a quien acusan de haber acordado con la oposición lo mismo que a ellos les exigió no ceder por ningún motivo.

Y así por delante. En plena pandemia, los partidos oficialistas eligen sus cabezas de turco, pero tanto RN como la UDI saben bien que apuntan a un mismo objetivo: Piñera. Es el Presidente quien debe llevar una ofrenda a ese nuevo altar que son los parlamentarios. En el clima actual, difícilmente podría ser otra que un nuevo cambio de gabinete.

De pasada, la gobernabilidad ofrecida por Chile Vamos, que era su fortaleza principal y la razón por la cual ganó las elecciones del 2018, ha quedado herida, si no de muerte, al menos de mutilación. El Chile Vamos que nació el miércoles ha dejado de ser la minoría más poderosa del Congreso. Y en el Senado, quizás también deje de ser una alternativa de futuro gobierno.

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