Columna de Ascanio Cavallo: El reflujo
A exactos dos meses desde la derrota del 4 de septiembre, la coalición original de gobierno, Apruebo Dignidad -que, cosa curiosa y acaso no consciente, conserva en su nombre el “Apruebo”, como si quisiera recordar en todo momento su desastre-, recién empieza a percibir que el reflujo sobre el cual se montó la sorpresa del Rechazo es mucho más amplio y profundo del que suponía. Sólo el PC, en su pleno de mediados de mes, tomó nota del caso, aunque presentándolo como un riesgo y no como un hecho.
Apruebo Dignidad, para recordarlo, es una coalición formada por dos bloques muy disímiles. Uno es el PC, partido disciplinado, coherente y con menos disidencias que el resto, que capta alrededor del 10% de los votos (según se mida en el Congreso o en los municipios) y que con esa proporción se siente entre los grandes, a la vista de la balcanización de partidos introducida, entre otras cosas, por el sistema electoral.
El otro bloque es el Frente Amplio, un archipiélago constituido por cuatro partidos menores y cinco movimientos aún más pequeños, con una historia de menos de una década, alta dispersión doctrinaria y aún más alta fluidez entre sus adherentes, que han gozado de bastante libertad para moverse de un grupo a otro dentro del mismo Frente.
Desde el punto de vista del poder electoral, Apruebo Dignidad constituye algo menos de dos tercios del total del gobierno. El otro tercio y fracción lo aporta una segunda coalición, el Socialismo Democrático, los restos de los partidos de la Concertación, entre los cuales es mayoritario el PS. El factor de desequilibrio general lo aporta un rasgo institucional que el Frente Amplio proponía liquidar: el presidencialismo. Por efecto de su elección personalizada, Gabriel Boric es más que todos sus aliados. Es útil trazar este mapa, porque muestra a un gobierno de minoría, constituido por una pequeña constelación de grupos pequeños, lo que contraviene la lógica de las coaliciones pasadas, que siempre buscaron sumas para alcanzar mayorías absolutas y no meramente relativas.
El golpe de sorpresa del 4 de septiembre cayó sobre todos ellos, desde luego, pero tuvo un impacto algo más menguado sobre el Socialismo Democrático, en parte porque pudo soportar una fuerte disidencia interna (en favor del Rechazo), y quizás en parte porque tiene más experiencia en derrotas. Ha sido este sector el que ha ido ayudando al gobierno a salir del estado de shock después del plebiscito.
El costo más alto del reflujo lo está pagando, sin ninguna duda, el PC. La semana anterior, una diputada comunista cayó de la presidencia de la Comisión de Agricultura y en esta estuvo a punto de caer otra, de la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos. El jueves, una delegada presidencial comunista fue destituida tras exponer al gobierno a otro raspacachos de la Corte Suprema por no cumplir órdenes judiciales en la Región de Los Ríos. Y en el Parlamento, un compromiso político-administrativo está siendo transgredido sólo para impedir que el PC presida la Cámara Baja. Como esos, hay muchos otros planos del gobierno donde los comunistas se están sintiendo empujados fuera de la ecuación. (Y alguno habrá releído con ira la Crítica del programa de Gotha, de Engels).
Tampoco es un castigo totalmente infundado. El PC es el partido que se ha mantenido más fiel a la revuelta del 18-O, a pesar de que la menguada convocatoria del reciente aniversario debió resonarle como una señal de advertencia. El alcalde Daniel Jadue prefirió acusar a la policía, cuando parece haber una ola de opinión pública en favor de fortalecer a la policía en medio de un perceptible galope del delito. La ruptura del acuerdo en el Congreso también tiene que ver con esto: el intento de demolición política y penal del exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos Sergio Micco es (y no de una manera meramente simbólica) la última expresión del espíritu de la revuelta. A su zaga marcha el deseo de criminalizar al gobierno ya terminado de Sebastián Piñera y producir una especie de derrocamiento postrero que inhiba a la derecha de toda acción política. Es atrevido hacer esto con el 10%; no es para extrañarse tanto que salga mal.
No es lo único. Los comunistas han tratado de mantener la voz fuerte sobre el proceso constitucional. Sólo que el gobierno corrigió su postura posplebiscito entregando ese debate al Congreso, sin ceder al gusto comunista. Para la parte del gobierno dirigida por el Socialismo Democrático, que de momento controla las posiciones clave en el Ejecutivo, este no es más que un gesto de realismo después de la paliza de septiembre y, sobre todo, del incremento de la presión de la delincuencia y la inflación (el PC la llama “alza del costo de la vida”). El cambio en las condiciones sociales -el reflujo- toca a la puerta del gobierno después de cada encuesta. Ninguno de sus antecesores perdió respaldo de manera tan acelerada.
El PC se declara “en alerta” frente a esta inclinación, que algunos de sus dirigentes llaman derogatoriamente “centrista”. No está dispuesto a un segundo “realismo sin renuncia”, una referencia despectiva al segundo gobierno de Michelle Bachelet. Pero tampoco quiere renunciar a utilizar sus posiciones en el aparato del Estado, como lo anunció su reciente pleno. Esta es justamente una debilidad de su posición: los comunistas saben que sus posibilidades de crecer radican en mantener posiciones de poder, por lo que sólo dejarían el gobierno si los echan.
En las condiciones económicas y sociales que se avecinan, será muy difícil que estas tensiones no se agudicen. El Parlamento es una muestra. Nadie puede celebrar que se violente un acuerdo, pero el hecho desencadenante es que la situación estratégica ha cambiado. Quien lo está aprovechando, con mayor astucia política de la que se le atribuía, no es ninguno de los partidos tradicionales, sino el novato Partido de la Gente, cuyo líder, Franco Parisi, ha advertido que lo que el PC cree que son sus fortalezas son, en realidad, sus mayores debilidades. Quién lo diría.
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