Columna de Ascanio Cavallo: Nada para celebrar

Gabriel Boric


El gobierno de Boric está bajo asedio. Cumplidos los primeros diez meses de gestión, ha logrado la más alta desaprobación que haya tenido en el mismo período cualquier gobierno desde la restauración democrática. Pero eso ni siquiera es lo peor.

La chapucería de los indultos derribó a una ministra y a un asesor personal del presidente, y debería derribar a unos cuantos funcionarios más en segundas o terceras líneas; como hecho político, se convirtió en una hemorragia. Otro ministro, Giorgio Jackson, está bajo la amenaza de una acusación constitucional que día por día se hace más peligrosa. Otros ministerios, como Salud, Educación y hasta Transportes, están entre ceja y ceja de la oposición. En ciertos temas -la seguridad, la inmigración, la educación pública, la vivienda- se ha expandido la percepción de que el Ejecutivo simplemente ha perdido el control.

La coalición de gobierno está metida en una seria crisis, porque una de sus partes, la dominante, Apruebo Dignidad, enfrenta malos prospectos para las elecciones que vienen; una lista unitaria se hace cada vez más dificultosa, tanto por razones de contaminación como de identidad partidaria. La precaria situación oficialista en el Congreso hará inevitable que la derecha tenga hegemonía en el proceso constituyente, que es todo lo contrario de lo que la izquierda buscó al promoverlo. El voto obligatorio se transformó en un peligro, porque con él apareció un país distinto del que imaginaba, confirmando, con Chesterton, que “la democracia es el más arduo de todos los evangelios: no hay nada que dé tanto terror a los hombres como el decreto de que todos somos reyes”.

El horizonte económico tampoco es alentador, con la excepción de una proyección muy favorable del precio del cobre. La inflación sigue ejerciendo una presión agobiante, lo que no impide que ya haya parlamentarios pensando en un nuevo ataque al sistema previsional, sin importar cuánto puede empeorar el costo de la vida. No es un misterio que los inversionistas ya no confían en el gobierno y que, fuera de los proyectos cancelados, los nuevos van en picada. El Estado tiene más grasa y menos eficiencia; como motor económico, es un aparato muy defectuoso.

Este tipo de panoramas entusiasma a las oposiciones en todas partes. Un gobierno recién asumido y ya acorralado es el blanco perfecto. Todo lo que la oposición considera conveniente es seguir aprovechando todos los errores, extenderlos y profundizarlos ad nauseam, y crear problemas nuevos desde todos los espacios posibles.

Así funciona la política de confrontación (no la del conflicto o la discrepancia, que son cosas distintas) y la confrontación más dura es el sueño de dos tipos de políticos: los adolescentes y los aficionados. Los grupos nuevos -que siempre incluyen estas tipologías- construyen su identidad golpeando a los poderosos de turno, pero eso sólo dura hasta que se instalan en el mapa político.

Es un hecho, sin embargo, que en los sistemas políticos como el chileno, cuando al gobierno le va muy mal, también le va muy mal al país. Piñera vivió los dos últimos años de su segundo mandato como una tragedia, un interminable agón en el que debía resistir la voluntad de muchas figuras que se habían entusiasmado con derrocarlo y algunas (pocas) que le insinuaban renunciar. Pero pocas veces como entonces le fue, también, tan mal al país; todos los indicadores que lo tenían en la proa de América Latina se desplomaron y llegó a crujir el fortín democrático construido después del régimen de Pinochet. No es fácil que la derecha gobernante entonces, y hoy dominante en la oposición, olvide esos entusiasmos tan recientes, de hace tan poco tiempo. Tan poco, que la cola de esos momentos infaustos ha terminado alcanzando al gobierno que debía ser el reverso, el de Boric.

Desde luego, no se trata de que la oposición baje sus banderas para ayudar al gobierno, ni de que el gobierno se entregue en los brazos de sus adversarios. Si la política fuese tan simple…

Algo tiene que ocurrir. La iniciativa principal (no necesariamente la más visible) pertenece al gobierno. Y esta es la situación: el programa del gobierno empezó a desplomarse el primer día, con la descriteriada visita de la entonces ministra del Interior, Izkia Siches, a Temucuicui. Y concluyó esa caída con el fracaso del proyecto de la Convención Constitucional, que -según el ministro Jackson- constituiría el cimiento de las transformaciones imaginadas por Apruebo Dignidad. Derrota estratégica, por lo tanto: no hay forma de decirlo de otro modo.

Segundo: la popularidad del gobierno se acerca a sus mínimos tolerables (todavía resiste unos puntos de caída), lo que significa que las tendencias centrífugas aumentarán. Boric tiene cierto instinto para enfrentarse a la contradicción del centrismo, pero aguanta poco la presión moral de la izquierda radical. Los indultos mostraron la naturaleza confusa de esa posición. Derrota táctica, qué otra cosa.

Tercero: por mucho que confíe en que sus dos últimos años tendrán perspectivas más luminosas, el gobierno quedará marcado por lo que ha sido en el comienzo, especialmente si la inclinación a los errores no se detiene.

Cada vez hay más aliados y simpatizantes del presidente que estiman que, dado este cuadro, el gobierno debe cambiar su rumbo, su manera de tomar decisiones y gran parte de su personal, el más programático y menos pragmático.

No se ve nada fácil.

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