Columna de Ascanio Cavallo: Nunca tanto, pero no tan poco
Las despreciadas elecciones primarias para algunos gobernadores y (también algunos) alcaldes han producido en una semana más efectos políticos que todo un año de especulaciones. El primer efecto es una constatación: los interesados en la política partidaria oscilan entre el 2,8% y el 4,37% del padrón electoral. Esa es la fuerza de los partidos hoy: algo menos de medio millón de personas. Tienen que andarse con más cuidado cuando hablan en nombre del pueblo.
Sería una insensatez proyectar estas magras cifras a lo que pasará en las abundantes elecciones del 2021. Pero sería una necedad ignorarlas del todo. Como cualquier hecho político, estos resultados tienen algo de síntoma y algo de espejismo. Lo que expresen puede ser sutil. Nadie sabe con certeza lo que ha estado cambiando en el Chile del 2020, el Chile de la pandemia, la cesantía, los 10%, las cajas de alimentos y las asonadas sobre el centro de Santiago, el Chile que aún no termina de encajar lo que le ocurrió a fines del 2019. Frente a esa montaña, las primarias son un terrón. Pero son algo.
El segundo de sus efectos nace de un desarrollo que bien podría llamarse gótico: un presunto muerto estaba más vivo de lo que se creía y un vivo, menos vivo de lo que pensaba. El primero es la DC, el segundo, una parte del Frente Amplio. Ambos han sido víctimas, en los últimos tiempos, de un similar número de profecías acerca de su inminente destrucción. No hay que mirar muy lejos para ver a los que han estado esperando quedarse con los despojos de una DC despedazada por su senectud y un Frente Amplio desintegrado por su infantilismo.
Y lo que ocurrió el domingo es que, con sus más de 60 años, esa misma DC se llevó el premio mayor, el candidato a gobernador por la Región Metropolitana, y varios premios adicionales, como los candidatos a gobernadores de otras seis regiones. Es un resultado que superó los cálculos más optimistas de sus dirigentes.
El Frente Amplio, que aún no cumple cuatro años, sufrió un reordenamiento que también tiene cara de otra cosa. En la batalla central, Revolución Democrática, el aglutinador histórico de la coalición, fue severamente derrotado por Comunes, un grupo más nuevo y menos resonante, pero también con más identidad. Sin embargo, se trató de una batalla en los márgenes, porque la totalidad de los votos de Unidad Constituyente (una especie de nueva Concertación, algo retorcida) casi triplicó la totalidad de los votos del Frente Amplio. Se necesita una mentalidad prometeica para creer que el Frente Amplio ganó algo con ese interés de sus militantes.
Y por si la hubiese, dos días más tarde renunciaron a Revolución Democrática dos de sus diputados, uno de los cuales, Pablo Vidal, denunció la inclinación hacia un polo de “izquierda clásica” (como responsable de la derrota, se entiende). “Clásica” es, en el lenguaje semicifrado de este mundo, la izquierda hegemónica del Partido Comunista, a cuya conducción siguen, al borde de la devoción, dirigentes importantes de todo el Frente Amplio. Si es así, hay que reconocerlo como un triunfo intelectual de la directiva del PC. Pero de ningún modo sería una victoria del espíritu de juventud y aire fresco con que el Frente Amplio quiso irrumpir en la política chilena.
Después de años de hablar de la unidad, a veces de la izquierda, a veces de la oposición y a veces de algo francamente ininteligible, el Frente Amplio ha llegado a enfrentar las elecciones lejos de la dichosa unidad, por separado, y no se divisa tampoco la dicha en las declaraciones de sus dirigentes, que conservan esa extraña mezcla entre apelación a la unidad y agresión hacia los apelados. Lo probable es que viva los próximos meses tensionado por la triple alternativa de mantener un camino propio, aliarse con el PC o aliarse con la ex Concertación, en los dos últimos casos obligado a aceptar una hegemonía ajena. El solo ejercicio de atacar al gobierno ya no es suficiente para resolver esas disyuntivas.
El problema de la DC ahora es el contrario. Aportó casi la mitad de los votos de Unidad Constituyente y superó a sus cinco socios del pacto, que, dados sus distintos niveles de daño, tendrían que evaluar cuánto de lo que han hecho en los últimos meses sintonizó con sus propios públicos. La pregunta sobre la DC es si logrará administrar esa aparente fortaleza renovada o si se verá otra vez arrastrada a la posición subalterna con que tanto ha penado en los últimos años.
Los últimos efectos se relacionan con la cada vez más confusa situación de la derecha. En las muy limitadas primarias que realizó Chile Vamos, RN se impuso con claridad a la UDI, lo que ha retraído a este partido al estado que tenía en los años 90. La paradoja es que mientras la unidad de la derecha no parece estar en cuestión, sí lo está la integridad de RN, atravesada por un sordo y rugiente debate interno acerca de la lealtad con el gobierno. Dado que el gobierno vive un invierno prematuro, esa discusión se transformará pronto en qué tienen RN y Chile Vamos para ofrecerles a los electores del 2021.
De modo que, al final, el casi medio millón de electores ha movido la montaña. Apenas. Un poco.
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