Columna de Daniel Matamala: 65 formas de ser chileno
Santiago Ford entró caminando a Chile. Nacido, criado y formado como atleta en Cuba, dejó atrás su hogar para buscar una oportunidad al sur del mundo. La travesía, como la de tantos migrantes, fue infernal. Tras pasar por Guyana y Brasil, fue detenido por la policía en un bus en Perú. Le quitaron 30 dólares, todo el dinero que llevaba, bajo amenaza de deportarlo.
Desde Perú cruzó por el desierto, caminando tres horas en medio de la madrugada por la línea del tren. Ya en Chile, debió dejar el deporte para sobrevivir, trabajando como guardia en una discoteca.
Entonces llegó la solidaridad: un entrenador, Matías Barrera, le cobijó en su casa para que pudiera volver a dedicarse al atletismo. Luego vinieron los triunfos, un cupo en el Centro de Alto Rendimiento y la nacionalización por gracia.
En la última prueba del Decatlón, los 1.500 metros planos, Ford se frenó justo antes de llegar. Ante un Estadio Nacional que lo vitoreaba, cruzó la meta caminando. “Me paré, pero no porque haya querido, sino porque me acordé cuando caminaba por el desierto a las 5 de la mañana, en medio de la nada, sin saber qué hacer”. Conmovido, Ford musitó un “gracias Chile, gracias por la oportunidad de estar acá”.
Santiago Ford es chileno, y le dio una medalla a Chile.
Martina Weil es hija de gigantes. Su padre es el chileno Gert Weil, campeón panamericano de la bala. Su madre es la colombiana Ximena Restrepo, medallista olímpica de los 400 metros planos. Ella se crió en el país de su padre, y eligió la disciplina atlética de su madre. Comenzó a brillar en las pistas de su colegio, el Villa María; se profesionalizó en la Universidad Católica, y se perfeccionó en Estados Unidos, en la Universidad de Tennessee.
Su imagen, aclamada por la multitud bajo un diluvio, es un ícono de estos Panamericanos. Lúcida dentro y fuera de la pista, tuvo una reflexión después de su triunfo: “Escuchando historias como la de Santiago Ford, me doy cuenta que yo lo he tenido todo. Esto es fruto del esfuerzo, pero yo sé que he tenido mucha suerte”.
Martina Weil es chilena, y le dio una medalla a Chile.
Zhiying Zeng llegó desde China a fines de la década del 80, a los 22 años, cuando ya era profesional del tenis de mesa, pero aquí su vida tomó otro rumbo. Formó una familia, y se dedicó a los negocios en Iquique.
Tres décadas después de haber dejado su país y su deporte por una nueva vida, Zhiying volvió al tenis de mesa, esta vez defendiendo la bandera de su patria por adopción.
Su historia dio la vuelta al mundo y la convirtió en la favorita del público chileno. A los 57 años de edad, como parte del equipo de tenis de mesa femenino, logró un bronce junto a sus compañeras Daniela Ortega y Paulina Vega.
Zhiying Zeng es chilena, y le dio una medalla a Chile.
El maratonista Hugo Catrileo nació en la Araucanía, estudió en el liceo de Nueva Imperial y pasaba las vacaciones cosechando el campo. Ya adulto, fue despedido de su trabajo por dedicar demasiado tiempo al entrenamiento. Tras cruzar segundo la meta de los 42 kilómetros, celebró arropado por dos banderas: la tricolor con la estrella solitaria, y la Wenufoye. “Es un triunfo para el pueblo mapuche y el pueblo chileno”, declaró.
Hugo Catrileo es chileno, y le dio una medalla a Chile.
Los cuatrillizos Abraham nacieron en San Pedro de la Paz el 7 de julio de 1997, un día glorioso para el deporte chileno: ya nos han entregado cuatro medallas de oro, entre Lima 2019 y Santiago 2023. Fue Ignacio el primero de los cuatro en tomar los remos, y son las mellizas Melita y Antonia las que han liderado los triunfos del remo, convertido en potencia continental gracias a esa historia familiar increíble.
Los Abraham son chilenos, y le han dado, no sólo una, sino muchas medallas a Chile.
Podemos seguir relatando las vidas tras las 65 medallas que, hasta el cierre de esta columna, ya han ganado los deportistas chilenos. Y seguiríamos comprobando que cada una es distinta. Tenemos medallistas nacidos en Osorno, en Vitacura, en La Habana y en Pichilemu. Miembros de pueblos originarios y descendientes de colonos europeos. Algunos criados en familias de deportistas y otros no. Unos estudiaron en colegios de élite y otros en liceos de regiones. Los hay religiosos y ateos, sociables e introvertidos, adolescentes, jóvenes y adultos.
Son un hermoso mosaico de nuestro país. Uno que se hace fuerte cuando valora y abraza esa diversidad.
Vivimos tiempos ásperos. “Patria” es una de las palabras más nobles de nuestra lengua, pero ha sido secuestrada por grupos que definen el patriotismo, no desde el amor por lo nuestro, sino desde el odio y la agresión a quienes son diferentes. No desde la diversidad, sino desde la imposición de expresiones culturales, costumbres o incluso deportes oficiales, en los que no todos se sienten representados.
Contra ese patriotismo oscuro, excluyente, el deporte nos recuerda el valor de un patriotismo que recibe con brazos abiertos la diversidad de historias de vida.
Un valor que está en las raíces de nuestra patria. La libertad nos llegó desde Argentina con José de San Martín. La codificación del derecho, desde Venezuela con Andrés Bello. Hoy, entrenadores venidos de España, Venezuela, Cuba y Argentina están en la base del éxito de nuestro deporte.
Chile no es una frontera. Tampoco una cuna. Nuestro primer medallista olímpico fue un suplementero de Lampa llamado Manuel Plaza. Nuestra primera medallista, una descendiente de alemanes de Concepción llamada Marlene Ahrens.
Nuestros grandes poetas brotaron desde las raíces del sur y el norte profundos, con un Reyes en Parral y una Godoy en Vicuña, y también desde la más encopetada aristocracia de un García-Huidobro en Santiago.
Chile es el vibrante encuentro de múltiples historias de vida: de personas que eligieron este país para ser felices y esta bandera para llevarla de estandarte.
Por eso hay tantas formas de ser chilena y de ser chileno. Tantas como quienes llevan a nuestro país en su corazón.
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