Columna de Daniel Matamala: La patada y el combo

Matthei Cataldo Hassler


Era una pauta de prensa en la Zona Cero del estallido social. Las alcaldesas de Providencia, Evelyn Matthei (UDI), y de Santiago, Irací Hassler (PC), junto al subsecretario de Desarrollo Regional, Nicolás Cataldo (PC), firmaban un convenio para recuperar espacios públicos en barrios afectados por el estallido.

Entonces ocurrió algo que en otro momento podría ser rutinario, pero que esta semana adquirió un significado especial.

“Yo le quiero agradecer muy fuertemente al subsecretario Cataldo, a quien yo en su minuto critiqué”, dijo la alcaldesa Matthei. “Tuiteé que cómo podían poner a un señor que había escrito las cosas que había escrito en la Subsecretaría del Interior. Lo he ido conociendo, es una persona encantadora, preocupada de que las cosas se hagan bien, hemos tenido muy buenas conversaciones y yo creo que ese es el clima que tiene que prevalecer en nuestro país, el del diálogo, aunque hayamos tenido diferencias en el pasado, el poder construir en forma conjunta”, cerró la alcaldesa.

“Esto es muy importante, así se construye y se avanza”, respondió Cataldo, en una imagen que terminó en un abrazo.

¿Por qué importa? Porque esos valores (humanidad, respeto por el otro, capacidad para trabajar juntos pese a las diferencias) son los que brillan por su ausencia en el debate público.

Con políticos enceguecidos por los algoritmos de las redes sociales y la necesidad compulsiva de figurar, parece haber solo tres opciones: agredir permanentemente, restarse del debate para evitar ser demolido por un entorno hostil o jurar fidelidad a consignas vacías. Todas ellas impiden una conversación seria.

Hay sujetos que usan su tribuna parlamentaria para agredir, insultar y denostar, sabiendo que ello provocará reacciones de indignación que los convertirán en protagonistas. Ni siquiera vale la pena nombrarlos. La conversación pública supone respetar al otro. Cuando ese mínimo humano no se cumple, cualquier debate es imposible.

Tampoco es posible conversar cuando cualquier reflexión es desnaturalizada para forzar un efecto político. Un ejemplo lo tuvimos con las declaraciones de la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, sobre el aborto. Tras una entrevista en CNN Chile, la oposición señaló que la ministra había “anunciado” un proyecto de ley de “aborto libre” y lo calificó como una “provocación muy torpe”, que “enreda el diálogo constituyente”. El titular de El Mercurio el martes decía que el gobierno “enreda el diálogo constitucional”. En páginas interiores, mismo titular. Sujeto: gobierno. Efecto: “complica diálogo constitucional”.

Lo increíble es que la ministra no hizo anuncio alguno. Simplemente, respondió a una pregunta sobre el proyecto de aborto sin causales que está en el programa del Presidente Boric. Contestó que eso no ha cambiado, que se está priorizando la implementación de la ley actualmente vigente y que no se presentará ningún proyecto durante este año.

¿Cómo se puede conversar seriamente, si cualquier respuesta es tergiversada así?

La tercera opción es abrazar consignas como verdades absolutas. Algo de eso hemos visto en la discusión sobre el TPP11, que en verdad ya ni siquiera se llama así. Ahora es el CPTPP (la primera “P” es por “progresista”), después de que el acuerdo original fuera desechado por Donald Trump. En este nuevo trato, 22 medidas que habían sido exigidas por Estados Unidos, relativas a patentes, derechos intelectuales y resolución de disputas entre inversores y estados, fueron desechadas.

Gobiernos progresistas, con los que la izquierda chilena se identifica, como los de Justin Trudeau en Canadá y Jacinta Ardern en Nueva Zelandia, son entusiastas promotores del CPTPP. El gobierno chileno, en cambio, está inmovilizado. Pese a que la conducción de las relaciones internacionales es una de las facultades principales del Presidente de la República, este se ha restado del debate, debido a presiones de los partidos.

Revolución Democrática expresó su rechazo al CPTPP, aduciendo que se debe contar con un modelo de desarrollo “enmarcado en un sistema económico internacional antiimperialista”. Pero la mejor defensa que un país pequeño como Chile tiene contra el imperialismo de poderes como China y Estados Unidos es unir fuerzas en la cooperación internacional.

Al revés, quedarse fuera significa aislarse, cuando el gobierno está enfocado, precisamente, en alentar la confianza de los inversionistas ante un escenario de recesión para 2023.

Pero claro, hay demasiadas fotos del Presidente Boric con poleras de “No al TPP”, y demasiadas consignas que podían tener sentido contra el acuerdo original, pero que difícilmente se sostienen hoy. Entonces, de nuevo, es más cómodo quedarse en la consigna fácil del “imperialismo”.

Por todo lo anterior es que el tono importa. Si líderes de la UDI y el PC pueden trabajar juntos, y mostrarse humanos y empáticos, eso es un antídoto a estas fuerzas que destruyen el debate público. “Es que Matthei está en campaña”, dicen algunos escépticos. ¿Y si fuera así, qué? Tanto mejor si los políticos entienden que una actitud colaborativa les sirve para sus legítimos intereses.

Boric es Presidente gracias a que adoptó un tono empático, contra dos candidatos (Jadue primero, y Kast después) que enfatizaban el escándalo y la confrontación. Las encuestas muestran a líderes moderados entre los mejor evaluados, y lo mismo ocurre dentro del gabinete. En contraste, políticos en los extremos reciben altas tasas de rechazo.

Necesitamos recuperar el diálogo: hay que destrabar el nudo constitucional, lograr consensos en materia de seguridad, sacar adelante una reforma tributaria y avanzar de una vez por todas en un acuerdo por las pensiones.

El cuadrilátero de Twitter no representa la vida real. La ciudadanía está harta de la política de la patada y el combo. Hay un camino mejor, que nos permite reencontrarnos y conversar en serio sobre los temas que importan.

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