Columna de Daniel Matamala: Mar de fondo

CPC
El presidente de la multigremial, Juan Sutil, convocó a una conferencia de prensa para abordar la situación en que se encuentran los más de 500 ventiladores que donaron en 2020.


Los últimos dos años han sido de cambios brutales en Chile. Pasamos por un estallido social que transformó el debate público, una pandemia que arrasó nuestra vida cotidiana, la peor crisis económica y de empleo en 45 años, y una montaña rusa de elecciones que ha transfigurado el mapa político.

Pero, por debajo de esas turbulencias, hay un mar de fondo que sigue exasperantemente inmóvil, sin enterarse de las tormentas en la superficie.

Lo demuestra el Informe de Competitividad Global conocido esta semana. Chile cayó al puesto 44º entre 64 países medidos. ¿Culpa del estallido, de la pandemia, del proceso constituyente? No. Chile tuvo su mejor resultado en 2005, cuando fuimos 19º, y desde 2011 lleva una década de baja sostenida. De hecho, nuestra caída más abrupta ocurrió en mayo de 2019, justo antes del estallido, cuando bajamos del puesto 35º al 42º. “Es consecuencia de malas reformas que hicimos en el pasado”, dijo entonces el presidente Piñera, apuntando a su antecesora.

Pero no: no es culpa de un gobierno en particular. Con Piñera (2010-2014), con Bachelet (2014-2018) y con Piñera de nuevo (2018- 2022), la flecha ha apuntado siempre hacia el mismo lugar: hacia abajo.

Enrique Manzur, vicedecano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, explica que “de 2012 en adelante, vemos una caída sistemática. Chile se está quedando estancado. Más que estar haciendo cosas mal, es que los otros países mejoraron”.

No hay forma más segura de perder una carrera, que quedarse parado mirando a los demás corredores. No es lo que estamos haciendo mal, es lo que no estamos haciendo.

Seguimos atrapados en un modelo que nos sirvió para crecer aceleradamente, reducir la pobreza y entrar a la sociedad de consumo, pero que ya se agotó. Y no estamos dando un segundo empujón. “Es completamente esperable que un país que durante décadas y décadas ha hecho básicamente lo mismo, pero con cada vez más capital, enfrente rendimientos decrecientes. La única forma de escapar a ello es que ese país tenga un alto nivel de inversión en ciencia, tecnología e innovación, que le permita dar saltos en la productividad. No es el caso de Chile”, resume el economista Óscar Landerretche.

¿Cómo hacerlo? Los lectores habituales de esta columna ya se saben la lista de memoria, porque es la que reiteran todos los informes del Banco Mundial, la OCDE o el Foro Económico Mundial. Revisemos los “desafíos” que plantea el ranking de competitividad: adoptar tecnologías digitales para aumentar la productividad; una reforma previsional basada en esfuerzos individuales y colectivos con consenso social; una reforma tributaria que incremente la recaudación y mejore la competitividad; y aumentar la investigación y desarrollo, con trabajo conjunto entre universidades, Estado y empresas.

Es un disco rayado. ¿Por qué no lo hacemos, entonces? Porque los intereses de quienes dominan el poder están desalineados con los del país. Así lo ha probado esta pandemia, en que los chilenos sobrevivieron gastando sus ahorros de pensiones, mientras las grandes fortunas multiplicaban sus patrimonios. Luksic, Ponce y Angelini pueden prosperar quedándose con las rentas del cobre, el litio y la harina de pescado. Pero el resto de Chile, no.

“Un Estado ineficiente (…) es el principal talón de Aquiles”, dice la nueva directora ejecutiva de Libertad y Desarrollo, Bettina Horst. Pero los datos cuentan otra historia. El mejor ranking de Chile está precisamente en “eficiencia del gobierno” (22º), mientras que en “eficiencia de los negocios” quedamos 40º. Somos 15º en “legislación para los negocios”, pero apenas 52º en “productividad y eficiencia”.

De hecho, nuestra productividad (esa parte del crecimiento que no se explica por el trabajo ni el capital) también viene cayendo sostenidamente desde 2012, a un ritmo de -1,03% anual.

Esta semana, un estudio del Banco Central permitió abrir la “caja negra” de esa cifra. Federico Huneeus, economista senior del banco, resumió los resultados: la caída se explica por las empresas incumbentes, que se mantienen en el mercado a través de los años, y porque ha bajado la eficiencia de la reasignación de recursos entre grandes empresas.

Pero el poder es impermeable a estos datos. Un ejemplo de libro lo tuvimos con el caso de los ventiladores. En un encomiable esfuerzo, la CPC entregó respiradores, pero la mayoría de ellos eran defectuosos y no pudieron usarse. Para el presidente de los empresarios, “esto demuestra que muchas veces más Estado quizá no es tan bueno, porque si esto hubiera llegado a un recinto privado, probablemente se hubieran calibrado adecuadamente”.

O sea, si los privados entregan al Estado ventiladores que no funcionan, la culpa igual es del Estado. Si los hechos desafían intereses y prejuicios, mal por los hechos.

Y los hechos muestran que ningún país ha logrado llegar a la meta siguiendo la vía chilena al desarrollo: extractivismo, regalo de rentas a privados, concentración económica y desigualdad extrema. Pero tampoco, ningún país lo ha logrado por el extremo opuesto: un Estado asfixiante, expropiaciones y redistribución sin crecimiento.

Suiza, Suecia, Dinamarca y Holanda lideran el ranking. Todas ellas son economías capitalistas, pero con fuertes redes de protección social. El Estado tiene un rol relevante, pero el respeto a la propiedad privada es norma. La libertad económica es fundamental, pero para innovar y competir.

Los colistas del ránking: Argentina y Venezuela, con sus recetas ya mil veces ensayadas y fracasadas.

Para ponernos en marcha, no nos sirven las nostalgias estatistas de los sesentas, ni las neoliberales de los noventas. Esos mundos no volverán. Pero si la tormenta que vivimos logra redistribuir el poder para alinearlo con los intereses del país, tal vez podamos mover por fin esas aguas estancadas y convertirlas en una corriente de ciencia, innovación, economía verde y cohesión social, que nos lleve a buen puerto.

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