Entre el 18 de octubre de 2019 y el 4 de septiembre de 2022, la izquierda frenteamplista fue por todo. Declararon interdicto al gobierno de Sebastián Piñera, lo acusaron de ser un violador de derechos humanos, llamaron a refundar las policías, elogiaron sin limitaciones a la “primera línea”, justificaron todo tipo de actos de violencia, votaron contra todos los proyectos de ley que daban más facultades represivas al Estado, convocaron marchas durante la pandemia, acusaron al gobierno tanto por encerrar a las personas como por apurar la vuelta a la normalidad, acusaron constitucionalmente al ministro de Educación por tratar de que los estudiantes volvieran a clases, Boric hizo un alto en su campaña para volver al Congreso a votar a favor de un retiro previsional -en un momento en que la inflación ya se mostraba amenazante-, proclamaron que “nadie es ilegal” al enfrentar la crisis migratoria, conquistaron el gobierno, pusieron una ministra del Interior que le decía “walmapu” a La Araucanía, y luego apoyaron y promovieron un proyecto constitucional, el de la Convención, que destruía las bases fundamentales del Estado moderno -igualdad ante la ley, división de poderes, integridad del Estado-, reemplazándolas por un embutido etnonacionalista, desintegrador y demagógico. La Convención fue un ritual imbunche, y el Frente Amplio esperaba ganar de su mano un poder irresistible e irreversible. Juraban que era imposible que el proyecto no triunfara, luego del 80% de apoyo de entrada. Y cuando las encuestas comenzaron a corcovear, pensaron que todo sería remediado por una rebosante lista de derechos sociales. Ganarían, sin duda, y sería hermoso. Los acuerdos los vamos a poner nosotros. No es su platita.
Pero el 4 de septiembre de 2022 perdieron. Y por mucho. La supuesta Constitución de los territorios perdió en los territorios. La supuesta Constitución de los pueblos originarios perdió en las comunas con alta población indígena. La supuesta Constitución popular fue brutalmente derrotada en los distritos de clase trabajadora. Ñuñoa se vio desnuda esa tarde, y sintió vergüenza.
Y de ahí vino, primero, el roteo. Malditos fachos pobres. Y luego el odio a la prensa, por supuestamente manipular a esos fachos pobres. Pero la autocrítica no vino. Se borró con el codo lo que se escribió con la mano, pero no se dijo por qué. El Presidente Boric nunca más habló de refundar Carabineros: ahora impulsó las leyes que ayer despreciaba, y se convirtió en un fan de la institución. Nunca más salió con chumivicuñadas migratorias: ahora se ufana de mandar aviones con deportados, aunque algunos se devuelvan. Ahora habla de seguridad, de crecimiento, de estabilidad. Habla y habla. A veces pareciera que en serio, a veces pareciera que fuera una cortina de humo para ganar tiempo.
El Presidente, bajo el rigor de la realidad, ha debido actuar distinto. Pero el Frente Amplio no se ha renovado ideológicamente. Siguen esperando una nueva oportunidad. En el nuevo plebiscito constitucional, el del Consejo, votan “en contra” con la esperanza de que un tercer proceso por fin les permita asaltar los cielos. La tercera es la vencida. La llave de las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre. La suma de todas las fundaciones.
El “A favor”, en cambio, rompe definitivamente el hilo onírico de la refundación nacional. Si se aprueba la nueva Constitución, el Frente Amplio tendrá que agachar el moño y abrazarla. Llevará la firma de Boric, y será un tatuaje imborrable. Tendrán que encontrarle el lado amable y trabajar en su marco. Tendrán que aplicarla, validarla y transformarse para ser capaces de ello.
Entumidos por la calma chicha del presente, con un gobierno al garete y paralizado, como si estuviera secuestrado en la maleta de un auto manejado por un alucinado, los frenteamplistas no ven oportunidades en el “A favor”, sino sólo horrores. Pero es el único salto hacia adelante que tienen. El único camino programático que les queda. El único legado que podría mostrar Boric al final de su gobierno y de cara a la historia grande. El “En contra”, en cambio, es una afirmación de una nada duradera, endulzada con esperanzas fatuas. No hay dónde perderse. Pero se pierden.