
Columna de Paula Escobar: Al cachipún

Todos los “pololeaban”, pero ellos lo decían abiertamente: somos “poliamorosos”.
Su bancada -de nueve- era tan heterogénea como impredecible. Se declararon “sin ideología” ninguna, y abiertos a lo que la gente decidiera “vía consultas online”. Su tono antipolítico y antipartidos era evidente y, sin embargo, se convirtieron en la bancada más cortejada por coaliciones y partidos de larga data.
El PDG, Partido de la Gente, se transformó en pocos meses en el equivalente de la Lista del Pueblo de la Convención: exudaban éxito y atracción hacia sí. La cantidad de votos de su candidato presidencial, Franco Parisi -que salió tercero, pese a no pisar Chile y a tener juicio pendiente por pensión de alimentos-, el hecho de constituirse en el partido con más militantes, con 47 mil y más, y sobre todo el contexto de un Congreso dividido, le dieron la posibilidad de erigirse como “pivote” o “bisagra”. Y varios partidos los habían habilitado irreflexivamente para aquello.
Sabiendo que la oferta “despolitizada” se acerca harto al populismo y rima con él, sabiendo que sin definiciones políticas de ningún tipo no hay ni predictibilidad ni coherencia posible. Y, además, sabiendo que con ese tipo de liderazgos -erráticos, por decir lo menos- era bien difícil hacer acuerdos serios.
Pues bien: esta semana el PDG se reveló. Jugaron a dos bandas -al menos- en la elección de la mesa de la Cámara de Diputados, y terminaron -de tanto darse vueltas de carnero, de tanto recibir coqueteos de lado y lado- estrellándose. Se dividieron: cuatro votaron por el actual presidente, diputado Mirosevic, otros por el candidato DC Miguel Ángel Calisto, levantado por Chile Vamos siete minutos antes de la votación, y sin conocimiento de su bancada, como consignó la prensa.
La pública división del PDG fue un escándalo que no terminó allí: expulsión, amenazas de renuncias, almuerzo con gritos. Incluso, se involucró a la PDI (denuncia por presunta adulteración de instrumento público relacionada con la expulsión de la bancada del diputado Pulgar).
Tras la debacle, la jefa de bancada del PDG, diputada Yovana Ahumada, dijo a El Mercurio que “ocurre que para hacer un cambio en la política de hoy, necesitamos actuar de manera diferente. La gente tiene necesidades, y si eso es ser populistas, bueno, seremos populistas”. El episodio también gatilló la intervención airada del líder -siempre desde Alabama, Estados Unidos, vía Zoom- Franco Parisi. “Lo que vimos ayer fue un tremendo error y chascarro”, dijo. Luego llamó “Humbertito” al nuevo presidente de la Cámara (aludiendo a un personaje televisivo de pocas luces), lo descalificó como un “cuiquito revolucionario”, habló de quién era su señora y su suegro, en qué universidad había estudiado y cuántos puntos había obtenido en la PAA (¿les habrá preguntado esto último a sus diputados y militantes?). Dijo que había sido un problema de “egos” dentro del PDG, y que en 24 horas pasaron de “estrellas” a “estrellados” (bastante cierto).
El telón cayó y se vio la realidad. No hay ideas, ni códigos, ni palabra. Y con la excusa de estar del lado de la gente, han dañado y horadado aún más el sistema de partidos que dicen que vinieron a mejorar. Por mucho que estén desprestigiados los partidos, la idea es ponerles bordes más estrictos a las prácticas y conductas aceptadas y aceptables y no hacer aún mayor el problema.
Como dijo la semana pasada en La Tercera la ministra del Interior, Carolina Tohá, darle al PDG un rol clave es muy complejo. “Hay un riesgo para la derecha que no es muy distinto del que existe para las coaliciones de gobierno. El problema no es aliarse con el PDG, que puede ser legítimo, el problema es cuando uno les entrega a partidos como el PDG el transformarse en la bisagra que va a decidir cada vez que se requiere una mayoría. Eso es lo delicado”, aseguró.
Sobre el quiebre de la bancada PDG, Parisi dijo que podrían haber buscado un acuerdo para la mesa, “por último al cachipún”, según consigna La Segunda.
El cachipún con la Cámara, ¿el cachipún con qué más?
Los partidos que están empoderando a conglomerados como el PDG están jugando al cachipún con mucho más. Los discursos populistas -ellos y nosotros, los partidos versus la gente- minan las bases de la democracia representativa y prosperan en un sistema de partidos fragmentado: logran hacer rendir sus votos estratégicos de modos insospechados. En este caso, quién era presidente de la Cámara y encabezaba comisiones, mañana será la reforma de pensiones o el nuevo proceso constitucional (como varios temen).
Esta semana quedó claro que quienes piensen que esos votos les ayudan a su causa, de hecho están llevado agua al proyecto político del PDG.
Parafraseando a Pablo Abraira: hay que saber cuándo se es gavilán o paloma.
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