“Estoy muy preocupada. Hay varios síntomas que sugieren que podemos fallar en darle una buena y nueva Constitución al país“, dijo la expresidenta Bachelet. Luego llamó a su sector a “no ofuscarse, a no tirar la toalla antes de tiempo, debemos hacer nuestros mejores esfuerzos, hasta el último minuto”. También participaron los expresidentes Piñera y Frei, llamando ambos a acuerdos “lo más amplios posibles”.

El escenario de esto fue Icare, en un encuentro para ver cómo salvar el proceso ahora que entra a fase final, de votación en el pleno.

La preocupación de los expresidentes y presidenta es muy justificada. La pasada de máquina con la aprobación de las enmiendas del P. Republicano en las comisiones (a las que se plegó un Chile Vamos “irreconocible”, como dijo César Barros en una columna), dejó al proceso a punto de naufragar.

Solo un 4% de las enmiendas de las izquierdas fue aceptada. Como dice Hernán Larraín Matte, el exconvencional de Evópoli, “si eso no es pasar máquina, yo no sé qué es…”. (Importante es que en la votación de inciso clave para el progresismo, la valiente Gloria Hutt y otros tres consejeros de Chile Vamos marcaran su diferencia con Republicanos).

Bachelet fue muy clara: así como llamó al sector progresista a seguir hasta el final, advirtió a las derechas que si no bajan enmiendas de corte partisano e identitario, que si hay retroceso, la verían a ella misma en la calle, marchando por los “derechos de todos y todas, especialmente de las mujeres”.

Ojalá la oigan a ella y a los demás. Y es que en estas tres semanas donde se juega todo, lo que los miembros del P. Republicano parece que no entendieron es que el problema del proceso anterior no era solamente de modales, de desplantes, de estridencias.

Eso dañó profundamente el proceso, y creó una desilusión no solo hacia quienes se permitieron comportamientos incompatibles con la vida cívica, sino con el texto y el proceso completo.

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La Comisión Experta -habrá que reiterar esto mientras aún haya esperanza- hizo el milagro de acordar un texto constitucional habilitante, mejor que el actual, consensuado de modo amplísimo".

Pero los aprendizajes no se agotan allí. Hay lecciones más importantes, políticas.

Uno: una Constitución no es un programa de gobierno, no se trata de política pública (las dos Constituciones más antiguas vigentes, Estados Unidos y Países Bajos, funcionan por no entrar allí).

Segundo: la manera de negociar no es la lógica transaccional, no es “te doy y me das”. “Te doy el reino fungi y me das la libertad de elección de salud”. No. Una Constitución no se trata de un árbol de Pascua lleno de detalles que fascinen a electorados particulares.

Tres: no se puede caer en la tentación de aplicar la mayoría transitoria para imponer cambios que no concitan un apoyo transversal. No debe quedar en la Constitución aquello donde no hay masa crítica a favor, donde quede gente fuera. Esto afectará su aceptación, legitimidad y su capacidad de proveer estabilidad.

La Comisión Experta -habrá que reiterar esto mientras aún haya esperanza- hizo el milagro de acordar un texto constitucional habilitante, mejor que el actual, consensuado de modo amplísimo. La lluvia de enmiendas presentadas y aprobadas en comisión han intoxicado este logro, poniendo en riesgo el proceso completo. Lo dijo su presidenta, Verónica Undurraga: “Estamos dolidos… Nos dejaron fuera del texto”.

El futuro de Chile, la posibilidad de diseñar un futuro común, es posible si se respeta esa base de la Comisión Experta, y se cede en pos del bien común, sin más cálculo que la convicción de que lo mejor es una Constitución que, aunque no les guste a las barras bravas propias, permita vivir con ella a la gran mayoría. Que corrija la fragmentación del sistema político y que entonces sea un buen punto de partida para una nueva etapa, donde haya competencia política, pero también la cooperación básica que es indispensable para que Chile tenga una mínima gobernabilidad y salga del pantano.

Y que represente un paraguas que amortigüe las diferencias, que ayude en las turbulencias.

Porque lo más importante que una Constitución debe proveer es la tan necesaria estabilidad, que hoy las personas en Chile anhelan y demandan. Estabilidad para vivir, para levantarse en la mañana, para empezar y terminar el día, para invertir, para pensar en el futuro.

Consejeros del P. Republicano: esto nunca fue un concurso de modales, ni de corbatas o gomina. No disfrazarse ni votar desde la ducha era nada más que el piso. Que el proceso sea realmente distinto al anterior -como ustedes afirman- implica salir de la lógica transaccional y, sobre todo, de la lógica de la dominación, del “ganador se lleva todo”, en pos de ofrecer estabilidad y certezas.

Que entiendan esto es la clave para que las y los chilenos, por fatigados que estén, no le tiren la toalla a este proceso, al que le quedan etapas aún. Y si no quieren escuchar, bueno, ya saben que podrían tener a la expresidenta Bachelet encabezando el En Contra, alguien muy valorada por la ciudadanía y capaz de unir al centro y a las izquierdas como pocos.