Columna de Ricardo Lagos: El desempleo juvenil, la nueva pandemia



La guerra en Ucrania está focalizada en un territorio relativamente pequeño comparado con la amplitud de Europa y otros continentes. Pero sus efectos son multidireccionales y alcanzan dimensiones globales. Un fenómeno similar ocurre con el desempleo juvenil que, tal como van las cosas, puede convertirse en una pandemia social más difícil de contener que el Covid-19. Hace cuatro meses un informe de la Oficina Internacional del Trabajo señaló que el conflicto en Ucrania tendrá efectos particularmente perniciosos en el empleo juvenil en Europa y Asia Central, donde se estimó que, al culminar 2022, habrá un 16,4 % y un 14,9 %, respectivamente, de jóvenes desempleados, cifras que están por encima de la tasa mundial.

En el mismo sentido, no dejan de ser inquietantes ciertas informaciones provenientes de China. Como lo señalan las cifras oficiales de los últimos meses, las oportunidades de trabajo para los jóvenes han disminuido de manera constante. Hoy, el desempleo para el tramo entre 16 y 24 años llega al 19%, con una carga de competencia extenuante. En 2022, 2 millones 900 mil personas se postularon a las 37.100 vacantes de empleos que ofrecía el Estado, situación a la que se sumó un descenso en un 12% del salario de los recién graduados, respecto de los salarios de 2021.

Y esto ocurre de manera paralela a un aumento de la presencia de estudiantes a nivel superior: en 2010, el 24% de los que terminaban la educación media seguía a la universidad; ahora es el 58%. ¿Cómo dar trabajo a todos? Es un desafío enorme para la economía china y los planes estratégicos del país que, junto a la exportación, buscan incrementar el mercado interno. Todo eso considerando que China representa el 30% de la economía mundial.

En Europa hay inquietud por el problema, especialmente en España. Allí la tasa de desocupación juvenil subió al 31%, luego de un alza de 71.400 de los jóvenes desempleados, según los datos de octubre. Así, la cifra total de jóvenes en situación de desempleo en ese país alcanzó a los 540.000 en septiembre, según datos extraídos de la Encuesta de Población Activa (EPA) de España.

En América Latina y el Caribe, en tanto, a comienzos de 2021 la tasa de desocupación juvenil alcanzó el 23,8 % y cerca de 3 millones habían salido de una fuerza laboral donde predomina la informalidad y el trabajo precario. Una “bomba de tiempo” dijo la OIT desde su oficina regional en Lima.

Muchas otras cifras –como que en Estados Unidos el desempleo juvenil está en el 9,6%, considerado satisfactorio dada la crisis previa, pero igualmente preocupante– apuntan en su totalidad a que el manejo de la economía global hacia el futuro debiera tener el desempleo juvenil como el centro de sus decisiones.

En este contexto, cabe mirar lo ocurrido hace unas semanas atrás, cuando el Primer Ministro de China, Li Keqiang, se reunió con los directores del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, la OCDE, la OIT y la Organización Mundial del Comercio, en el diálogo “1+6″ que busca acercar vínculos y estrategias entre estas organizaciones y las autoridades chinas. En este encuentro, el jefe del Banco Mundial, David Malpass, se mostró profundamente preocupado ante el riesgo de una recesión global, que inevitablemente generaría una crisis a largo plazo para las personas en los países en desarrollo, quienes están aumentando su deuda. Malpass fue categórico: “Me preocupa profundamente que el mundo esté en riesgo de una recesión global…Las políticas actuales deben hacer más para sacar al mundo de la estanflación. Esto depende en gran medida de la producción y el empleo, especialmente en las economías más grandes del mundo, incluida China”.

En el otro extremo de la geopolítica, los países industrializados del G7 (Alemania, Francia, Canadá, Japón, Italia, Estados Unidos y Reino Unido) acordaron en su cita anual de 2022 poner en marcha un macroplan de 600 mil millones de dólares para infraestructuras sostenibles en países en desarrollo, iniciativa que busca contrarrestar el avance de China. Pero va más lento de lo esperado.

En este afán de encontrar una hoja de ruta para reordenar la economía mundial hay algo que los líderes no pueden olvidar: hemos entrado a la Era Digital, que innova y reformula múltiples sectores a la vez. Y es para esa nueva realidad que se debe a los jóvenes; entregarles herramientas para actuar en el futuro, más que en los resabios de la Era Industrial.

Por cierto, esto es profundamente válido para América Latina. El 2023 anticipa posibles ajustes en el diálogo regional, con Brasil cuyo nuevo presidente tiene sensibilidad por el devenir de su país y por una presencia latinoamericana en el mundo. Desde la experiencia de sus años, cabe esperar que Lula construya nuevos diálogos con los jóvenes líderes –hombres y mujeres– ya responsables de proyectar a este continente en las realidades del siglo XXI. En ese marco, la urgencia de nuevas políticas para combatir el desempleo juvenil se puede convertir en un tema concreto de integración de América Latina, hoy tan desarticulada. Capacitar para un desarrollo abierto a enormes potencialidades en campos diversos, donde la economía verde y el desarrollo sostenible requieren de muchachas y muchachos preparados, debe ser un propósito mayor para una estrategia de integración focalizada y realista en la que, más allá de las diferencias políticas entre un país y otro, la tarea se haga común.

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