Ningún país podrá vencer este coronavirus sin trabajar en conjunto con otros. Podrán tomarse medidas de cierre de fronteras y resguardos del espacio propio y ello puede, en algunos casos, ser pertinente. Pero por algo se llama pandemia: porque infecta a todos los continentes y, ante ese desafío, la acción compartida de hace esencial. En otros términos, la tarea reclama el esfuerzo multilateral.
Y es allí donde cabe valorar las definiciones entregadas el 17 de abril por la Alianza por el Multilateralismo. Sin duda una declaración importante, no sólo por los 24 países que la suscriben, sino también por que responde a quienes proclaman el “America First”. Entre los 24 está Chile y cabe subrayarlo positivamente. Canadá, Costa Rica, Argentina, México, Perú y República Dominicana completan la presencia de este continente. Desde Europa están, entre otros, Alemania, Francia, Bélgica, España y Suecia, a los que se les agregan Etiopía, Indonesia, Jordania, Singapur y Sudáfrica. Todos confluyen en un planteamiento común: la única manera de enfrentar la Covid-19 y sus efectos es a través de respuestas medidas humanitarias globales y colectivas.
Sin embargo, esto del multilateralismo no ha sido fácil de aprender. El costo de vidas humanas, la destrucción de Europa durante las dos Guerras Mundiales en el siglo XX, con todos los horrores del nazismo y el fascismo, llamaron a crear un sistema de reglas compartidas, donde los conceptos de democracia, de vigencia de un Estado de derecho y de respeto a los derechos humanos pasaran a ser el escenario y marco de referencia de las relaciones internacionales. Bajo esa lógica se creó la Organización de Naciones Unidas y, con ella, una anatomía institucional donde la Asamblea General y el Consejo de Seguridad son las entidades determinantes. A esa “casa de todos” para dirimir nuestras diferencias se sumaron las excolonias y territorios convertidos en países independientes, como India, las naciones del Caribe, así como las de África y del sur de Asia.
Lo relevante en el devenir de esa marcha fue que, desde 1945 en adelante -con todas las complejidades de conflictos focalizados, Guerra Fría y fragmentaciones de países- se mantuvo vigente como el foro mayor para el debate global. Y es allí donde la realidad determina la necesidad del multilateralismo. Porque, al paso del tiempo, ni los problemas ni la población eran los mismos. En 1950, la población mundial era de 2.600 millones de personas, en 1987 llegó a los 5.000 millones y, a fines de 2019, ya estaba en torno de los 7.700 millones.
La agenda trajo nuevas tensiones políticas y también nuevos desafíos económicos, sociales, culturales y científicos. Por eso emergieron los organismos especializados, como la Organización Mundial de Comercio, la Unesco para la educación y la cultura, la Unicef para los problemas de la infancia, la OIT dedicada al trabajo, la FAO a la alimentación y la agricultura y también, tan vigente ahora, la Organización Mundial de la Salud. Cada organismo, donde participan los países miembros con sus representantes y expertos, son el lugar para discutir -desde las respectivas ideas y culturas- estos temas específicos de manera compartida. Así, el multilateralismo activo se transformó en la forma civilizada de hacer política internacional durante la segunda mitad del siglo XX.
En los primeros veinte años de este siglo XXI hemos tenido tres grandes crisis. En la primera de ellas, después del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, el concepto de multilateralismo se agrietó profundamente. Ahí se produjo el primer cuestionamiento a un acuerdo internacional, cuando Estados Unidos ignoró la decisión del Consejo de Seguridad y, de manera unilateral, le declaró la guerra a Irak. Sin embargo, con la posterior segunda crisis, la financiera de 2008, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, convocó a las veinte economías más importantes del mundo para hacerle frente, consolidando al multilateralismo como el lugar para lograr una salida a la crisis.
Pero en esta la tercera crisis global del siglo XXI, la actual pandemia, el multilateralismo se ha visto nuevamente mermado. La primera respuesta de la mayoría de los países fue, ingenuamente, cerrar sus fronteras e intentar resolver el problema de forma interna. Aquellos países que creyeron que podían enfrentar esta crisis solos estaban profundamente equivocados. Eso no es posible.
Por esa razón, esta Alianza por el Multilateralismo configura un hecho político importante hoy: asume lo inmediato y define un rumbo de interacción positiva hacia el futuro. Este G24 del Multilateralismo, por así llamarlo, reconoce que el primer bien público que debemos producir es la vacuna y el remedio farmacológico que derrote esta enfermedad. Señala que estos bienes, cuando se descubran, deben ser públicos y universales, es decir, estar al alcance de todos los ciudadanos -ricos y pobres- más allá de la industria farmacéutica y de los países que los produzcan. Con este acuerdo, la declaración multilateral pone la dignidad del ser humano en centro de sus preocupaciones.
De la misma forma reconoce que, más allá de quién está políticamente a cargo de un Estado, la ciencia es la única disciplina objetiva que existe para tomar medidas concretas contra el virus. Por ello debemos alejarnos de quienes ponen en duda la ciencia y sus fundamentos. La ciencia ya nos viene advirtiendo, hace años y de manera dramática, sobre el calentamiento climático; ahora lo hace respecto de la Covid-19, su avance y formas de prevención. No obstante, al igual que con el calentamiento global, aún hay países y líderes que niegan su existencia y, lo que es peor, sus consecuencias.
Creada en abril 2019 por iniciativa de Francia y Alemania, la Alianza por el Multilateralismo es también un espacio de protección para el quehacer internacional de países como el nuestro. Si China y Estados Unidos serán potencias hegemónicas en este siglo XXI, el multilateralismo nos protege de las presiones a ser adherentes de uno u otro. No será fácil y existirán intentos de imposición. Ahora y después. Pero nuestra fortaleza se sustentará en ser un país abierto al mundo que, desde su propia experiencia, concurre al diálogo con otros para enfrentar las crisis y los cambios que vendrán. Nuestros socios están en todas partes, según las tareas a asumir. Por eso, bienvenida la Alianza por el Multilateralismo.